Sexo registrado: ¿somos conscientes de los retazos de intimidad que dejamos en internet?
Cada vez que quiere sextear, Sofi le manda fotitos por Instagram a su novia sólo en modo efímero. Desliza su dedo índice hacia arriba en el chat y su pantalla se pone oscura. Cuando su chica abra y vea su imagen reflejada en el espejo del baño en ropa interior, se borrará inmediatamente. Tampoco podrá hacer una captura para tener en su celular. Ana tiene 20 años y está en pareja con Andrés hace 5. Sextear es parte del vínculo. Su pareja tiene una carpeta oculta en su celular con un repertorio de poses de ella desnuda. También tiene filmaciones teniendo sexo. Si se separan, lo tienen conversado: ella le va a pedir la memoria de su celular. Macarena usa los mensajes temporales de Whatsapp para mandar fotitos al muchacho que le gusta. Sabe que se volverán evanescentes cuando los abra pero igual, en todas las fotos ella aparece decapitada. Nunca deja registro de su cara.
Mientras en el mundo presencial hay cada vez menos sexo, en los territorios digitales las opciones se diversifican e intensifican: en la virtualidad hay encuentros que se expresan en el sexteo: sexo donde cuerpo y cabeza están a disposición de lo erótico pero mantienen distintancia con la otredad. Hace tres años el biólogo evolutivo Rob Brooks acuñó un término útil para caracterizar esta época donde lo visual y lo digital lo monopolizan todo: intimidad artificial. “Consiste en tecnologías en las que se ven involucradas nuestras necesidades humanas de conexión, intimidad y afecto sexual”, escribe en ‘Intimidad artificial: amigos virtuales, romances digitales y casamenteros algorítmico’.
Las fotos y los vídeos porno caseros siempre existieron. Sólo que nunca hubo en la historia de la humanidad una concentración de imágenes como la que existe hoy. Ni tampoco los contornos de lo íntimo fueron tan difusos. Lo privado se integra con lo público con más fluidez. Y ya no se trata únicamente de imágenes audiovisuales. Es una época de sexo registrado y vigilado más allá de los fueguitos o los mensajes sexuales y sensuales que puedan quedar en las conversaciones de mensajería directa. Desde hace una década existen aplicaciones para “trackear” la actividad sexual como Sex tracker. También se crearon apps para dejar registro del consentimiento explícito antes de una relación sexual. Incluso hace algunos años la empresa/app de taxis Uber publicó un extenso análisis llamado “Rides of Glory” donde exponía viajes de usuarios de ida y vuelta por la noche que atribuían a noches de sexo casual.
“El siglo XXI será tal vez la época del encuentro registrado, del consenso documentado, del polvo algorítmico. El mundo donde vivimos hoy funciona como una suerte de dispositivo registrador, e internet es tanto el medio como el corazón oculto de este mundo totalmente vigilado. Resulta cada vez más obvio que cualquier cosa que alguien escriba, envíe o busque en línea puede usarse más tarde en su contra. Los encuentros sexuales siguen siendo íntimos a nivel del cuerpo, pero no cabe duda que de que es posible filmarlos, registrar su existencia en una aplicación y cosas similares ¿El mundo resultante será más seguro o más peligroso?”, se pregunta la filósofa inglesa Nina Power en su último libro, ‘¿Qué quieren los hombres?’, editado en Argentina este año por la editorial Interferencias. Y sigue con el interrogatorio reflexivo: “¿Quién graba a los grabadores? ¿Quiénes son los nuevos custodios de la modernidad totalmente basada en el uso de herramientas?”.
Las historias sobre intercambio o registro de imágenes que se vuelven noticia y llaman la atención de la opinión pública, en general, no tienen finales felices. Hace poco circuló en X el caso de una adolescente en el conurbano bonaerense que decidió quitarse la vida después de que su ex novio filtrara un vídeo íntimo. Incluso la crisis política protagonizada por el expresidente Alberto Fernández también involucró registros íntimos que, si bien no eran explícitamente sexuales, eran del ámbito de la privacidad del mandatario y tuvieron una cobertura mediática del orden del escándalo.
La atmósfera feminista de los últimos años generó una mayor conciencia sobre los riesgos, evidenció procedimientos machistas que estaban naturalizados y cada vez que aparece este tema en conversación es probable que un reclamo emergente sea una legislación punitiva. Sin embargo entre la tecnofilia y tecnofobia hay una amplia avenida del centro donde no todo termina en una tragedia y aparecen prácticas de cuidado, de autoconocimiento y autoerotismo que recuperan lo lúdico de la actividad sexual e incluso disputan los sentidos de lo pornográfico.
Valentina Arias es autora del libro ‘Mandar fotitos. Mujeres jóvenes, imagen y sexualidad en la era digital’ (EDUVIM). Entrevistó a 25 mujeres jóvenes de entre 18 y 25 años para indagar sobre lo que ella llama el “elogio y lamento del sexting”. En su investigación se encontró con un costado optimista: “La posibilidad –en principio ilimitada– no solo de imaginar, sino también de crear y compartir imágenes sexuales propias, permitiría la construcción de otros repertorios eróticos, que cuestionen y desafíen la homogeneidad de la industria pornográfica. En el ámbito privado, el sexting suele entenderse como una práctica que enriquece la vida sexual de las personas, que permite, por ejemplo, sostener el interés erótico en el marco de una pareja o proponer otros modos más lúdicos de ejercicio sexual”.
Ella hace foco, también, en la paradoja: “Todas las chicas sabían acerca de las posibles consecuencias indeseadas de sextear: que las imágenes se filtren sin su consentimiento, que sean chantajeadas o acosadas por eso, que la viralización de las imágenes ponga en riesgo su vida familiar o laboral”, dice la investigadora, que es licenciada en Comunicación Social, magíster en Psicoanálisis y doctora en Ciencias Sociales.
Las sexteadoras, en una revolución sexual silenciosa y discreta que no siempre se cuenta, desarrollaron múltiples estrategias. “La más extendida es no mostrar el rostro (o sea, decapitarse). No mostrar nada del cuerpo que pueda ser identificable, como marcas en la piel o tatuajes. Algunas prefieren no mostrarse desnudas, lo sienten como una forma de resguardo. Otras eligen practicar sexting con gente que vive lejos, las hace sentir más seguras ante la posibilidad de filtración de la imagen. Quienes tienen mayor alfabetización tecnológica mencionaron enviar fotos de visualización única, otras dijeron enviarla, pedirle al destinatario que la borre y asegurarse de que lo hizo. Si sextean con varias personas, algunas optan por ponerles emojis a las imágenes, un emoji para cada destinatario y así, si la imagen se viraliza, pueden detectar rápidamente quién lo hizo”.
La investigadora e historiadora Karina Felitti tiene una amplia trayectoria en representaciones y experiencias de la liberación sexual femenina. Acaba de publicar junto a Mariana Palumbo ‘Promesas de la revolución sexual. Mercado del sexo y del amor en tiempos feministas’ (Prometeo) donde analiza libros, artículos en medios, podcast, charlas y talleres que surgieron en los últimos años. En su observación encontró diversidad de miradas alrededor del tema: “La nude podía ser una forma de autoerotismo más allá de la persona destinataria (podía no haberla) y ya eso valía la pena como ejercicio de amor propio. En otros casos, el sexting prolongado era la confirmación de las pocas ganas de encontrarse que tenían los varones con mujeres más fuertes y deseantes. En lo que sí coincidían casi todos estos productos lanzados era en la necesidad de establecer límites y poder comunicarlos. En ese sentido, en la sexualidad parece difícil pacificar la tensión entre placer y peligro”.
¿Somos conscientes de las huellas digitales de nuestra intimidad que dejamos en internet? Las más jóvenes pareciera que sí tienen conocimiento y han desarrollado sus tácticas y estrategias de supervivencia. La filósofa Nina Power dice que vamos camino hacia una era postesexual donde “el sexo es cada vez más virtual, se basa en pantallas: una era posterior al sexo real, tal vez”. Además de más diálogos intergeneracionales que conecten experiencias para pensar el sexo del futuro, habrá que integral la Educación Sexual Integral a una Educación Digital que construya ciudadanías que habiten Internet con mayor conciencia, lejos del pánico moral que pueden generar los casos extremos y más cerca del disfrute cuidado.
MFA/DTC
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