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Escritura y fútbol

Entre la técnica, el talento y la perseverancia: ¿Todo se puede aprender?

¿La escritura se puede aprender? ¿Es un don o una cuestión de perseverancia?

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“¿Tenés tiempo?”, dice entre risas el escritor y formador de escritores Santiago Llach, después de la pregunta: ¿se puede aprender a escribir? 

Cuando María Negroni propuso crear la Maestría en Escritura Creativa en la Universidad de Tres de Febrero, el rector le preguntó si se podía enseñar a escribir. Ella, muy segura, le dijo que no. Que claro que no.

Jorge Griffa, director técnico, formador y descubridor de jugadores estrellas del fútbol argentino, dice que hay que hacer un gran esfuerzo. No habla tanto de aprender a jugar a la pelota, más bien se refiere a poder llegar a jugar en Primera. Como si de eso se tratara jugar —¿bien?— al fútbol. 

La escritura y el fútbol son dos de las disciplinas en torno a las que gira una pregunta de alcance universal y respuesta indefinida: ¿todo se puede aprender? El deporte y las artes son, quizás, las ramas donde más se da esa discusión. ¿Es un don o se logra con trabajo? ¿Se llega al mundo con esa capacidad innata o se adquiere con estudio, constancia y práctica? 

Las figuras que se destacaron por sobre el resto de los mortales, esas leyendas que parecen ser de otro planeta, además de contar con una especie de aura —algo en torno a ellos que no puede ser definido por una palabra— fueron y son personas obsesionadas con su disciplina —deporte, arte, área de estudio—. Seres humanos cuyas vidas giran en torno al desarrollo de esas habilidades. No habría Maradona sin horas de entrenamiento con una pelota en la zurda, no existirían los cuentos de Flannery O'Connor si no hubiera pasado cada mañana escribiendo o esperando que las palabras aparecieran en su cabeza.  

Hay otros ejemplos, claro, que podrían modificar el enfoque de la respuesta. Aquellos que se destacaron por sobre el resto pero que lo lograron por su fuerza de trabajo y su pulsión por ser mejores. Dentro de la música nacional podríamos citar a Charly García —el tipo con oído absoluto que a los tres años ya tocaba el piano— o a Luis Alberto Spinetta —que antes de los 18 compuso Muchacha ojos de papel— como iluminados. Pero también hubo un Gustavo Cerati, un niño que siempre quiso ser músico y que toda su vida tocó, estudió, tocó, experimentó, tocó, investigó y tocó. Cerati se obsesionó con ser mejor y trabajó para lograrlo. Quizás más que lo que otros necesitaron. 

El don sin trabajo no basta. O en modo frase célebre: la inspiración debe aparecer durante el trabajo. 

¿Qué es escribir?

Hace más de 20 años que Santiago Llach, de 48 años,  da talleres de escritura y sabe que la primera pregunta es: ¿qué es escribir?

“En principio, escribir es estar alfabetizado y comunicarse por la expresión escrita”, dice. “Después, cuando se habla de escribir se piensa literariamente, de forma artística. Ahí se da la cuestión que se repite con la música y las artes plásticas: el talento versus el trabajo. Es como una gran discusión de la historia del arte”.

Bajo esos términos se genera la división. Por un lado, la inspiración y los “elegidos”; por otro, los que adquieren las habilidades y conocimientos vía aprendizaje y trabajo. Una grieta filosófica donde, en cierto sentido, pareciera que uno anula al otro. 

“Esto de si se puede aprender o no, está más en cuestión en la escritura que en otras artes”, dice Llach, que este año llevará sus talleres a otro nivel, creando una escuela de escritura. “La escritura es un elemento que la mayoría de la humanidad utiliza a diario. El que va a un taller de escritura, tiene 30 años y hace 25 que escribe”, explica. “Después, cómo y cuándo una persona se convierte en escritora es un desarrollo”. 

Otro concepto que gira en torno al aprendizaje-enseñanza de la escritura es la individualidad o el intercambio con otros. A lo largo de la historia existieron espacios de socialización de textos. En los últimos años, los talleres de lectura y escritura crecieron. Muchos escritores más o menos consagrados abrieron sus casas para dictar clases. Con una dinámica de consigna, escritura, lectura y devolución fueron multiplicándose y expandiendo su público. 

“A los que vienen a mis talleres les digo que es un proceso, que es largo y hay que tener paciencia y laburar”, dice Llach sobre la bienvenida que da a sus cursos, donde asisten escritores, periodistas, aficionados y lectores. “El proceso de un taller es entender lo que uno quiere escribir”.

En los talleres de Llach comenzaron a gestarse algunos de los libros que más hitearon en la literatura contemporánea argentina. Silvina Giaganti trabajó allí algunos de los textos de Tarda en apagarse, Julieta Mortati compartió los bocetos de La lengua alemana y Julia Moret construyó su debut como escritora, La música que llevamos dentro.

Moret es un caso que Llach cita al hablar del nacimiento de un escritor. Cuando ella llegó al taller dijo que su sueño era tener una librería. No habló de ser escritora. Hablo de leer. En el camino a su hijo le diagnosticaron Asperger y comenzó a narrar ese proceso en los textos del taller. 

“Julia fue contando a rajatabla, y con total crudeza, todo lo que iba pasando con su hijo”, dice Llach. “Y fue incorporando lecturas, técnicas, herramientas. Es el ejemplo de la que aprendió. No sé si el primer día ella o yo hubiéramos dicho que iba a ser escritora”. 

Llach ha visto no solo gente que aprendió. También tiene ejemplos de los otros: “gente con talento”. Por su espacio pasaron autoras y autores que sobresalían de un modo natural. 

“Una persona que tiene la decisión de escribir va a atravesar un camino, en el cual va a encontrarse con distintas personas y va incorporando como cualquier aprendizaje”, dice Llach, refiriéndose de algún modo al aspecto social del desarrollo de la escritura. “Hay una parte que funciona tipo gremio medieval, artesanal, donde vas aprendiendo técnicas, incorporando cosas. A veces de un maestro o de varios”. 

Llach cree que los talleres mueven la escritura. Porque todas las semanas hay que escribir algo. Trabajar. Hacer oficio. “Creo en la regularidad. Todo se reduce a que la inspiración te encuentre trabajando. Hay que dedicarle horas, un espacio. Voluntad. En algún punto funciona como el tenis: querés jugar mejor, jugá tres veces por semana. Escribir es lo mismo”. 

Llegar a Primera

Jorge Griffa descubrió a jugadores del fútbol argentino que triunfaron y formó a directores técnicos que definieron la manera actual de jugar. 

Anoten: Jorge Valdano, Gabriel Batistuta, Mauricio Pochettino, Walter Samuel, Pablo Guiñazú, Gabriel Heinze, Santiago Solari, Sebastián Bataglia, Carlos Tevéz, Fernando Gago y Ever Banega. Esos son solo —solo— algunos jugadores que Griffa, de 84 años, forjó en divisiones inferiores. 

Marcelo Bielsa —quizás, uno de los mejores entrenadores de su generación a nivel mundial—, Gerardo Martino —ex DT de la selección Argentina y del Barcelona— y Mauricio Pochettino —que con el Tottenham inglés llegó a la final de la Champions y ahora con el PSG francés goleó al Barça de Messi en el Camp Nou— son los técnicos que se acercaron a Griffa en su etapa formativa, luego del retiro como jugadores. 

En 2022 Griffa va a cumplir 50 años trabajando en divisiones inferiores. Comenzó en 1972 en Newell's, pasó por Boca, el fútbol mexicano, Independiente y otros. Hoy da charlas a juveniles del club de Rosario: “Mi casa”.  

Para Griffa ser “buen jugador” quiere decir tener posibilidades de llegar a Primera División. Y para eso son necesarias ciertas habilidades. Cualidades que son innatas: la técnica, la velocidad y la fuerza.

“Luego, si vas más allá, para llegar a Primera con toda la capacidad se deben desarrollar técnica y tiempo, fuerza y coordinación, velocidad física y mental, inteligencia y equilibrio psicológico”, explica. “Hay un montón de factores.”

Se estima, dentro del mundo del fútbol juvenil, que de 100 chicos unos 30 llegarán a ser profesionales. Y para lograr eso, más allá de las habilidades y su desarrollo, es vital la formación y el formador: “A mejores maestros, mayor capacidad van a poder alcanzar para llegar a ser un jugador de Primera”.

“Hay una situación, a veces, que hay que tomarla con cautela”, aclara. “Pero, realmente el que tiene condiciones y las expresa con una gran disciplina, tiene más posibilidades que los que no tienen esa disciplina, aunque tengan los argumentos del juego”. 

Entonces, la pregunta: ¿ser crack desde la cuna garantiza o no llegar a Primera? “El crack por ley natural llega a Primera. Pero no todos son cracks, son los menos”, dice Griffa. “Y también, ese jugador tiene que tener un nivel de autoexigencia, que es algo, de igual modo, suele tener incorporado en su personalidad”. 

Ahora, como en las habilidades artísticas, el desarrollo es un camino que no termina cuando se llega a Primera. Griffa asegura que los jugadores tienen un tope, pero ese techo se alcanza en algún momento de la etapa profesional, no antes. 

Sobre el final de la charla Jorge Griffa va a decir, con tono de maestro Yoda, una frase con algo de mantra: “No se llega por casualidad. Se llega por capacidad”.

Maestría en Escritura

Después de contestar que no se podía enseñar a escribir, María Negroni tuvo que explicar su respuesta para defender su idea de montar la primera Maestría en Escritura Creativa del país. Por qué quería enseñar entonces. 

“A escribir no se puede enseñar. Sí se puede transmitir la propia experiencia. Cuando uno se va formando, hay una construcción de artista. Uno se forma, en general, en soledad. Pero hay algunos mentores. También uno se forma con lecturas. Y con lo que se vive”, explica Negroni, que dirige la Maestría hace seis años. “Los escritores vamos articulando, de una manera no muy consciente, una serie de ideas de qué es escribir, o para qué se escribe, o para qué sirve la escritura. En términos más críticos esto se llama poética. Detrás de todo escritor hay una poética, una manera de concebir lo que hace. Una serie de ideas”. 

La lectura es un gran factor fundante de la escritura. Pero a leer también se aprende. “La escritura y la lectura son como las dos caras de la misma moneda. Y a leer sí se puede enseñar”, dice. “Hay distinta calidad de lectores y de escritores. Están los best seller y los libros que le exigen más al lector, que le piden una participación. Para alguien que quiere escribir tiene que poder leer también”.

En 1985, María Negroni publicó su primer libro, el poemario De tanto desolar, y luego, a los 34 años se fue a vivir a Estados Unidos. Se doctoró en literatura latinoamericana y se instaló allí, desde donde edificó su obra como autora, traductora y gestó una carrera docente —dio clases en el Sarah Lawrence College y en la universidad de Nueva York—. En 2013 decidió volver a Argentina y fundar la maestría. 

“Yo me formé a los ponchazos, tuve maestros en el sentido de gente que leía”, cuenta Negroni, de 59 años. “Me encantaban Susana Theno y Juan Gelman. Y la vida me permitió conocerlos. Hablando con ellos aprendí muchísimo”. 

La experiencia y las vivencias son vitales en la formación de la escritura, resalta Negroni. Por eso eligió fundar una maestría y no una carrera de grado: quería enseñar —o transmitir experiencias— a gente con formación previa y años vividos. 

También hay otros factores que se adquieren y ayudan al desarrollo: las técnicas. “Creo que las técnicas son fundamentales para la formación. Tener un repertorio de técnicas, que no vas a usar todas, pero tenés la posibilidad”, explica Negroni. “Cuando vas a hacer cualquier arte, te vas a focalizar. La voz, la poética, se forman por exclusión de otras cosas que componen ese repertorio”.

¿Y antes de la formación? ¿Qué pasa? ¿Hay algo constitutivo en la personalidad que vislumbra una vocación o una disciplina que va a definir una vida? Negroni lo cuenta desde su experiencia. “A mi siempre me gustó leer y escribir. No sabía que quería ser escritora, pero me gustaba. Me encantaba escribir en un diario y siempre leía. Eso ya está, es como que viene con la persona. Después le podés agregar todo lo demás”. 

“Cada uno hace el camino que puede. No hay una regla”, sigue Negroni. “Depende de la perseverancia, de la obsesión que tengas. Hay que tener una fuerza inmensa. Solamente uno sigue si hay una especie de voluntad, de cosa muy fuerte que te empuja en esa dirección. No hay ningún Maradona o Michael Jordan sin práctica. Algo se tiene que dedicar: tiempo, energía, fuerza, sacrificio. De eso estoy segura”. 

GB/CB

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