Vivir sin adicciones: “No hay recaída ni limpieza. El tratamiento es un proceso”
Iván está tirado en una cama que no es la suya. Se mueve de un lado a otro. Apenas abre los ojos. No sabe qué día es, menos la hora. Hace meses que no sale de ese cuarto. Que no habla con nadie. Solo piensa: revive su pasado en slow motion. Cómo fue que se quedó solo, que se aprovechó de los momentos en que su madre no estaba para robarle —plata, ropa, objetos—, las veces en que fumaba sin tener ganas, las noches en que no tenía a donde volver. El día en que pidió ayuda y decidió internarse.
—Un adicto nunca pierde las ganas de consumir. Solo hay que atravesar esas ganas y seguir. No darle bola a la cabeza —dice Iván, que hoy tiene 30 años —. Cuando la abstinencia grita, hay que tener las manos y la mente ocupadas en algo.
Todas las abstinencias son diferentes. Porque no todos los cuerpos son iguales. Algunos no pueden levantarse de la cama, otros lloran y lloran liberando una angustia tapada, otros toman litros de café o mate para tolerar la ansiedad. Las reacciones para suplantar —o subsistir— a la falta de ese consumo pueden ser miles. El consumo —el de sustancias o el que sea— calma, distrae: sirve de quitapenas. Sobre ese consumo hay que hacer zoom, ajustar el foco y preguntarse qué hay en torno a él. ¿Qué relación armó ese sujeto con la sustancia?
Según la Organización Mundial de la Salud, el Síndrome de Abstinencia es el conjunto de síntomas que aparecen al suspender o reducir el consumo de una sustancia psicoactiva que se ha consumido de forma repetida, habitualmente durante un periodo prolongado y, en algunos casos, en dosis altas. El mismo puede generar signos de trastornos tanto físicos como psicológicos.
El cuerpo, también, se comporta de formas diferentes ante la falta del consumo. Eso depende de la persona y, principalmente, de la sustancia que se deja. Con el alcohol hay temblores, escalofríos, dolor de cabeza, deshidratación y náuseas. En situaciones más extremas, se sufre del delirium tremens: que genera pesadillas, sudoración y hasta alucinaciones. Con la cocaína, que estimula el sistema nervioso, todo se hunde: el cuerpo se vuelve pesado, con un cansancio insoportable y un desgano violento. La abstinencia a la marihuana es de las más intensas. El deseo de consumo aumenta y altera el estado de ánimo, genera pérdida de apetito, lo que en muchos casos termina en pérdida de peso. Con los narcóticos (la heroína, por ejemplo), el cuerpo se vuelve un canal de flujo constante: la sudoración crece, el fluido nasal genera congestión, hay lagrimeos y una respiración dificultosa y cansadora. En la siguiente instancia se acelera el ritmo cardíaco, aparecen la fiebre, escalofríos, temblores y diarrea. El proceso de desintoxicación de los narcóticos es considerado de los más difíciles de soportar.
—Para atravesar un proceso de abstinencia y comprenderlo hay que leerlo preguntando quién es esa persona, qué consume, hace cuánto, qué le pasa a su cuerpo, qué relación tiene con eso —dice a modo de re-definición, Gabriela Torres, secretaria de la Sedronar, (Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y Lucha contra el Narcotráfico).
La medicación y después
Hace unos cuatro años que Iván no consume. A los 17 empezó a fumar marihuana. A los 19, tomó cocaína por primera vez. Después pasó al crack. Ahí empezó a vender sus cosas primero y el siguiente nivel fue robarle a su madre y hermana. Hasta que un día decidió internarse. Tenía 24 años.
—No me interesaba nada más que consumir —cuenta una noche de enero por WhatsApp, el único pedido que hace para charlar, prefiere chatear antes que un llamado — . Ni juntarme con amigos, ni ver películas, o jugar videojuegos, ni una cena familiar o el trabajo. Nada me atraía.
La primera etapa de internación de Iván duró dieciocho meses. Fue un tiempo en el que el síndrome de abstinencia se hizo presente en todos sus niveles. Estuvo deprimido y ansioso. Pasó seis meses en una cama, angustiado y sin querer levantarse. Sentía culpa por las cosas que había hecho y resentimiento contra él mismo y “las malas compañías”.
Los primeros tres meses de recuperación, ese período inicial de desintoxicación, Iván recibió apoyo farmacológico.
—Estoy en contra de eso. En la mayoría de los casos es necesario, a mí no me gusta. Ayudan psiquiátricamente y todo lo que quieras, pero me hacían sentir pesado y somnoliento.
Los procesos de desintoxicación, que en muchos casos inician con un intenso período de abstinencia, suelen estar acompañados de medicación para contener ese tramo del camino. Es acá donde las opiniones se bifurcan. Y esto suele tener que ver con el lugar desde el cual se habla.
Para Mariano Rey, director provincial de Salud Mental y Consumos Problemáticos del Ministerio de Salud de la provincia de Buenos Aires, la cuestión se divide en dos.
—En la medicalización de la vida cotidiana podríamos pensar en el abuso de psicofármacos —explica —. Otra cosa es una intervención clínica para acompañar un proceso: una herramienta para que el derrotero de ese momento sea más llevadero. Un escenario distinto sería tomar una sustancia para poder, de alguna manera, ocupar el lugar del consumo.
—Si alguien está muy comprometido hay que desintoxicarlo —dice Gabriela Torres —. La desintoxicación no siempre es con químicos. Puede ser solo con suero. Y hay una verdad: vos no sentás a alguien comprometido con un consumo a hablar con un psicólogo y te cuenta qué le pasa. No funciona así. Hay un montón de complejidades y complementariedades en un tratamiento y acompañamiento.
Celeste González tiene 31 años y es operadora socioterapéutica especializada en adicciones. Trabaja en casas de día acompañando procesos de recuperación. Ella es parte de equipos interdisciplinarios —psicólogos, psiquiatras, ex consumidores— que aportan sus conocimientos —y experiencias— para atravesar estos procesos.
—El período de abstinencia es super duro. Y muchas veces se acompaña de medicamentos para que no sea tan fuerte para la persona —cuenta Celeste —Esa primera etapa tiene como pata fundamental la medicación. En mi opinión, se cambia una sustancia concreta por la pastilla. Y empieza otro viaje.
Celeste —que habla largo, estirando los límites de cada respuesta— dice que en su recorrido como operadora vio casos de desintoxicaciones institucionalizadas con abstinencias que sintomatizan en taquicardia, sudoración, temblores, falta de apetito y mates (muchos mates diarios). Y que después del período corpóreo vienen pensamientos oscuros y florecen depresiones que, generalmente, estaban tapadas por los consumos.
Los abandonos
Según estudios de acceso público de la Sedronar realizados en 2017, de los 4.491 usuarios asistidos, 4.263 se dieron de baja de sus tratamientos. Un 70% fue por abandono voluntario, en un 1,1% se deben al alta terapéutica, el 10% a la interrupción por otros motivos y en un 21% a la finalización del plazo estipulado para la beca de tratamiento sin que exista renovación de la misma.
En su mayoría, tanto usuarios como abandonos, corresponden a personas de entre 21 y 30 años primero y 31 y 40 después.
El 60% de los pacientes son de la provincia de Buenos Aires, el 24 % de Capital Federal. Entre ambas, además, aportan el 83% de los abandonos: a mayor cantidad de asistidos, mayor cantidad de abandonos.
De los abandonos voluntarios casi el 75% se dio en la modalidad residencial, en comunidades terapéuticas tradicionales. Fueron más los abandonos en las comunidades que no tienen guardia profesional. Un 25% de los abandonos fue en la modalidad ambulatoria, donde se asiste a la institución entre 4 y 8 horas diarias.
El 70% de los abandonos se dan entre el primer y tercer mes de tratamiento. El 40% de los abandonos son durante el primer mes. Entre el cuarto y el sexto mes los abandonos son del 17,9%. Luego del año, el porcentaje desciende en picada: el 1,4% abandona.
Ya no hay recaídas
—La clave de la recuperación es un adicto que ayuda a otro adicto —dice Iván, que tiene una sonrisa tensa y una mirada abrillantada.
Quizás sea por eso que, cuando él se levantó de la cama y quiso —pudo— hablar, transformó su rol. Se convirtió en consejero en adicciones y llegó a ser el referente de un grupo de 40 personas en una comunidad terapéutica.
—El curso de operadora lo hice con gente recuperada —cuenta Celeste —. Quienes pueden salir de esa oscuridad se ponen en el ejército de los que quieren ayudar para que los demás salgan. El acompañamiento es esencial.
—Se trata de recuperar lazos sociales, formas de vincularse —suma Torres respecto a la ayuda de pares —. No sos tan especial que solo te drogás vos. Le pasa a un montón de gente. Al encuentro con el otro, en un mismo padecimiento, no hay con qué darle.
Cuando Ivan estaba en uno de sus mejores momentos, volvió a consumir. Y lo hizo más que antes. Llegó a un nivel de consumo que ni siquiera volvía a su casa. Pasaba las noches en la calle.
—Y la culpa golpea peor. Es como que tenés más conciencia sobre la adicción y las pérdidas que eso genera. Me drogaba más que antes y me sentía peor conmigo mismo.
En la actualidad el sistema de salud no habla de recaídas. Se trata de episodios de consumo en un proceso de recuperación. Pero Iván, lo ve diferente: siente, y así lo dice, que recayó. Cuando relata ese momento se castiga.
—La recaída desde el modelo médico liga más a un enfoque pensando el consumo como una enfermedad —dice Rey —. En el marco de un proceso, donde la persona plantea que quiere dejar de consumir, puede haber episodios de consumo. En ese proceso de dejar de consumir, la recaída se significa como volver a cero. De ninguna manera es volver a cero, porque eso pierde de vista el contexto en el que se da la situación de consumo. Hay que correr el foco de la mirada en la sustancia, para pensar en la vinculación sujeto-contexto-sustancia.
—No hay recaída ni limpieza —sintetiza Torres —. El tratamiento es un proceso.
Un problema “enorme”
En relación a los consumos de sustancias, las concepciones, fundamentalmente las formuladas por el Estado y las políticas públicas, se reconfiguran hacia una mirada más social. Por ejemplo, desde la Sedronar se está impulsando una campaña para concientizar sobre el consumo de alcohol, la sustancia más popular de Argentina (que es el país que más consume alcohol en América Latina entre los 12 y 17 años).
Desde la provincia de Buenos Aires, Mariano Rey remarca que la política pública apunta a brindar un mayor acceso para facilitar la llegada a tratamientos.
—Hay un sistema de salud que no tiene las herramientas para contener esta problemática, que es enorme. Enorme —dice Celeste, desde adentro del sistema—. El consumo de sustancias atraviesa a la sociedad entera. En una cuadra, debe haber 3 o 4 personas con problemas con el consumo de sustancias. No con adicción quizás, pero sí con abuso.
GB
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