Fito Páez: “La vida es todo frustración y fracaso, pero en un momento te va bien”
Es 23 de diciembre y son las cuatro y media de la tarde en un departamento frente a la Plaza San Martín de Buenos Aires. Fito Páez lleva remera negra, bermudas y unas ojotas que parecen la versión revisitada de las Adilettes de la década de 1980. En su mesa hay varios libros, las tapas de su nuevo disco Los años salvajes, dos botellas de litro y medio de agua sin gas y un paquete de cigarrillos que abrirá dos veces en tres horas de conversación. El calor es furioso.
De 58 años, dos hijos, autor de unos 30 discos, dos películas, tres libros, Páez está sentado sobre una cuarentena de canciones que han sido la playlist, la música ambiental y la referencia sentimental de varias generaciones de argentinas y argentinos.
Durante la conversación el anfitrión primero toma té con miel y come pan dulce y un havanette debidamente fraccionado y, después, un sandwich de miga. Habla mirando a los que preguntan y también mirando el reflejo de su cara en una de las puertas vidriadas. Aún más corto, sigue habiendo algo con su pelo. Se propuso hablar con ímpetu para que los ruidos de Plaza San Martín no impidan desgrabar lo que se grabará en un android.
-En el encierro escribiste tus memorias, hiciste tres discos y avanzaste con tu película.
-Yo tengo la suerte de tener esta casa, ducharme dos veces por día, comer dos veces por día y cada cuatro días me la pongo porque no aguanto el encierro. En pandemia bebí como un cosaco. Pero apenas empezó tomé conciencia de que iba a durar. Y ahí me impulsé a terminar en el primer mes y medio, compartiendo lecturas con mi amigo Nacho Arteaga, el guion de una película que se llama La pasión según las mujeres. Bueno, termina eso, y ya tenía a Nacho Iraola (director del Grupo Planeta) diciéndome al oído: “Hacé la biografía”. Una noche empecé a escribir dos páginas (hace los ademanes con esos dedos largos que se adivinan en las fotos o desde las proximidades de un escenario). Me levanté al otro día, leí y dije: “Ey, a ver”. Y ese fue el germen, te diría, que era la página del cementerio (una visita con su padre a dejarle flores a su madre). Y eso no paró durante ocho meses. De lunes a lunes, en esta silla, y no menos de ocho horas por día. Entonces al terminar el proceso me di cuenta de que tenía 800 páginas. Era un montón. Y lo dejé respirar un poquito. Hubo procesos también de investigación, tanto de policiales, como archivos de diarios, charlas con amigos o personas de la infancia, para que me dieran el punto de vista. Del mismo hecho, miradas diferentes. Así que eso fue lo primero que pasó, y mientras sucedía eso, me iba al piano que está ahí (y marca el piano negro de cola que está a su espalda). Entonces en un momento me ponía a escribir y ¡oh! aparecía una canción. Y ahí se armó también el germen de The Golden Light, que es el disco de piano solo, en esas sesiones. En marzo pasado compuse, te diría que en dos semanas, las canciones de Los años salvajes, el disco que acaba de salir. Y después venía ya con un año y medio de trabajo anterior a la pandemia sobre la obra instrumental inspirada en Los siete locos de Roberto Arlt. Y con Diego Olivero (guitarrista y productor), en un momento que bajó el Covid, hicimos cuatro sesiones olímpicas. Hicimos todo lo que faltaba en cuatro días, porque inmediatamente volvió a haber un aumento de contagios. Creo que fue a mitad del año pasado, que fue el pico, que se armó el corpus de una obra compleja, de tres formas muy diferentes, una de la otra. Un disco de canciones, una música instrumental, un disco solo con el piano. Y eso era divertido porque podía jugar en diferentes zonas de la música, que aparte esa es una de las cosas más lindas que tiene la música. Y lo de Los años salvajes fue poner el cuerpo como siempre, digamos, estar arriba de la canción, escribiendo y tocando. Pero también tuve algo a favor, en un sentido fue que quizás era un álbum más guitarrístico y no tan ligado a los teclados, entonces lo tuve más pariendo a Diego Olivero.
Cada cuatro días me la pongo porque no aguanto el encierro. En pandemia bebí como un cosaco
-¿Por qué decís lo guitarrístico? ¿La composición fue más guitarrística también?
-Siempre es pianística, pero a la vez Caballo de Troya ya lo pensé con la guitarra. Ya tenía todo en la cabeza, en vez de tocarlo con el piano, me dije: “no, agarrá la viola”. Le pasé el cifrado y la tocó Diego. Siempre fue más pianística mi composición, pero aparecieron cosas insólitas, como componer un tema con un bajo “Dame un Talismán” (Del disco Ey, de 1988, esa canción que dice: “Hay ciertas cosas que ya no están./ Dame un talismán,/ no te diré para qué jamás.) Y en realidad no importa, muchas veces no necesitás ni instrumentos. Ayer hablé con Alina Gandini, la hija de Gerardo y me contaba: ”Me acuerdo cuando mi papá, mientras estábamos comiendo en el living, en un momento se retiraba y se quedaba en silencio. Entonces ya sabíamos que teníamos que rajar porque estaba pensando en la música“. Y eso le llevaba meses. Se quedaba en silencio, craneando la música. Me pasa algo bastante similar. Yo llevo la vida, la casa de mis hijos, todo aquello encima, y a la noche tengo que esperar el silencio de todos para recluirme. En ese sentido la pandemia fue fantástica porque era poder tener de la mañana hasta la noche momentos de libertad.
-¿O sea que vos respetás los horarios familiares? ¿Hasta que cumplen su horario no activás?
-En general, es así en el día a día. Después, vamos de vacaciones, y yo aprovecho ahí, me instalo y toco, grabo y compongo. De hecho hice miles de cosas en los aviones o en los hoteles, porque yo soy un hámster en una rueda, no tengo dinero, no tengo propiedades, no invierto en bolsa. Entonces tengo que trabajar para vivir también. Trabajar para vivir ja, ja (dice y frasea su canción “Actuar para vivir” que grabó Baglietto en un álbum homónimo). Y la verdad me encanta, pero vivo mes a mes, y a la vez eso me está pasando un costo muy alto, físicamente.
-En el recital de Atlanta, hace un par de semanas, contaste que subiste medicado a cantar.
-Sí, tenía una doble, la tengo todavía, una doble contractura toráxica, y estaba muy falopeado, con muchas drogas. No está bueno, ¿viste? Yo sé que se ve todo espléndido pero tenía un dolor. Tiraba una nota (hace el ademán de la nota lejos, en el extremo del piano) y se me partía la espalda. Supongo que a Diego le habrá pasado algo parecido cuando jugó infiltrado en la final de Italia 90. Bueno, a mí también me infiltraron.
-Decías “tomé como cosaco” en la pandemia. ¿Y cómo es esa relación con el alcohol?
-Una vez por semana o una vez cada cinco días necesito desconectar la cabeza y bebo. Hasta los médicos me han dado el ok para eso. Te digo, alcoholes duros he dejado, también puedo hacer un examen sobre eso. Por ejemplo, tequila te tomo en México, acá en casa ni en pedo. Vodka si no es ruso o polaco ni loco, o muy poquito. Yo tomo vino y cerveza. Soy birrero, yo soy de Rosario, mi papá tomaba cerveza Quilmes. A mi me gusta el porrón helado con pizza, viste. Tenés que administrar igual, porque cuando hago música o escribo quiero estar totalmente sobrio para disfrutar de ese momento. Y después corrijo ebrio, y me funciona muy bien. No me gusta mezclar los placeres. Me gusta dedicarme a uno específicamente.
Lo que están produciendo las multinacionales hoy es una música vacía, no tienen nada
-A lo largo de los años tuviste una manera descarnada y permanente de contar tu vida: la muerte de tu madre a tus ocho meses, el asesinato de tus abuelas y tías con las que te criaste, la muerte de tu padre. ¿Cuáles son las cosas de las que no hablás, que no te permitís contar en público, y tampoco te permitirás contar en tus memorias?
-No lo sé, ¿sabés? (Piensa, toma unos segundos.) ¿Las perversiones serían? Generalmente me interesan como material de exploración, de trabajo. Deberíamos pensar un poco eso. Sobre los episodios más duros, que pueden ser la muerte de mi madre, mi padre, el asesinato de mis abuelas, hablé muy descarnado. Cuando le preguntaron a Lennon “¿por qué hablás siempre de vos?”, él contestó: “porque es lo único que conozco”. Me parecía genial. La materia autobiográfica es estimulante y empiezan a ponerse máscara sobre máscara, y máscara sobre máscara te vas desintegrando en un sentido, y eso es una tarea fascinante. Yo cuento una escena ahí, cuando tenía ocho años, y la mucama que me cuidaba, Felipa, me sube encima y se friega. Eso podía ser visto hoy como una violación, y yo no lo viví como una violación. Lo cuento, cuento mi experiencia, y el recuerdo que tengo de esa experiencia es nada traumático.
-Entonces vos mismo llegás a la conclusión de que no hay temas sobre los que no hablás.
-Sí, creo que sí. Y no tengo nada que ocultar, en el sentido de que pueden ir a ver las cuentas a la Afip también, ¿entendés? No soy boludo, me tomé el trabajo de ordenar todo eso, entonces, ¿qué podría ser lo más pecaminoso? Diría, eso de: “estás viviendo con el dinero del Estado” (jaja). Parecen niños, niños ignorantes.
-En tus canciones aparece un tic muy beatle de volver al pasado, Rosario como Liverpool, y una ruptura de un canon del rock que significa matar a los padres, ¿no? No tenés problema de armar filiaciones con Charly, Litto Nebbia, o Spinetta, a la vez con la tradición de la música popular argentina, fijar un vínculo más intelectual en tu amistad con Horacio González, y a la vez una conexión con algo nuevo que no te impide ir a ver hasta a Tan Biónica. No se te ve atado a prejuicios.
-Eso creo que es tener un alto sentido a la muerte. Entonces, al tener un alto sentido del absurdo permanente, ¿qué te da miedo? Yo ya tengo 58 y siento que quiero estar más liviano de muchos prejuicios y pelotudeces, y en general, siempre anduve liviano en ese sentido. A mí me gana más la curiosidad. Es una curiosidad medio perversa, posiblemente. Quiero saber cómo vive mi enemigo, ponele, si lo llevamos a un caso extremo.
-Y hubo una pretensión de convertirte en vocero de todas las causas perdidas después de El amor después del amor; llegaste a la cima y de golpe todos te querían como ícono progresista.
-El tema es no comerte el muñeco de que sos un mensajero de dios o de algún dios pagano, o menor. El sentido temprano de la muerte me hizo salir rápido de todos esos lugares. Siempre llegué hasta ahí, conocí ese lugar y dije “pum, me voy antes de pisar el palito”. A mí no me comen las luces de la ciudad, me divierto con las luces de la ciudad, pero no llegan a fascinarme. Sigo queriendo ir a meter las patas en el arroyito con mi botella helada de cerveza y mis amigos. Eso sigue siendo el centro de mi vida, además de mis hijos.
-En 2022 se cumplen 30 años de la salida de El amor después del amor, el disco más vendido de la historia argentina. ¿Encontraste una explicación a ese boom?
-Es muy difícil. Si me permiten quiero leerles algo, es el final del libro de memorias, porque es más directo, se van a entender mejor.
El cantautor abre su computadora, cambia el tono de su voz y lee con cierta vehemencia:
Esto es Vélez Sarsfield. 40 mil personas, transmitido en directo para todo el país. Entonces llegaron 13 recitales durante dos meses, antes de los conciertos en Vélez Sarsfield el 24 y 25 de Abril de 1992. Canal 13 filmó el concierto del estadio a todo trapo. No sabía bien cómo había llegado hasta allí. Tenía 29 años recién cumplidos, había 40 mil personas esperando allá abajo. Hay una toma sobre el principio donde vamos con la banda acercándonos al escenario, con las luces del estadio aún prendidas, Fabi (Cantilo) me toma el brazo y me muestra a la multitud desde bambalinas. Antes de que se apague la luz del estadio José Amalfitani, me tomé la frente con la mano derecha e hice un gesto de sáquenme de aquí. En ese momento se apagaron las luces, y tronó el estadio. Lo que sucedió durante esas horas fue un trance fantástico, un rito sacrificial. Logré no pensar y cantar bajo el flujo incesante de la inconsciencia. Nunca más fuerte que en aquel concierto sentí lo que significa ser parte de. Nada de lo que sucedía allí me pertenecía, más allá de lo que dijeran las plantillas de Sadaic. Nadie le pertenecía a nadie, nada era de nadie, todo era comunión, entrega y amor en aquella ceremonia, las luces estaban sobre mí, otra vez, pero eso no es lo que quiero contar aquí. Aquí quiero agradecer a mi país el haberme permitido el beneficio de la aventura, las mieles de la odisea, el tiempo muerto que necesitan las palabras y la música para llegar al corazón de los otros. Aquí quiero agradecer a mi tribu, el predio que me dieron esa noche. Vos te la bancaste, tomá. Ese tomá fue el más grande abrazo que alguien pueda recibir. Estaba en aquel espacio enorme estrenando el tema Piluso, compuesto en las islas lejanas de la Melanesia, mientras aquella multitud cantaba conmigo, leyendo la letra a través de dos pantallas gigantes puestas a los costados del escenario. Ese niño arropado en las faldas de aquellas dos mujeres viejas de la ciudad de Rosario, que tomaba la leche con el Capitán Piluso, estaba siendo tomado en brazos por un pueblo, una parte de él, que sentía que había que darle unas palmadas en la espalda a aquel muchacho. La vida me había cruzado con todas esas almas, que conformaban la mía y me completaban. No éramos nada más que unos puntitos en el universo, cantando, bailando y gozando. De eso se trataba todo. Había que acompañarse en el trámite de vivir y a mí me había tocado la parte más hermosa. Tenía que escribir, cantar, ensayar, leer y estudiar, dejarme ir, curiosear en los piringundines y en los palacios, vivir, vivir y contar, con la lengua y el cuerpo sueltos, con delicadeza y a todo volumen. Ese fue el pacto firmado con sangre, sudor y lágrimas en esa noche de lujuria y redención. Ya no se trataría solo de un juego. Esta es una cuestión sagrada, me decía entre remeras y corpiños revoleados, todos esos corazones refulgentes de luz . Yo no había elegido estar allí, en ese escenario, o posiblemente sí, allí también me pusieron las circunstancias. Esa noche todo ese delirio, tuvo la dimensión de un juramento y aquí estoy cumpliendo mi palabra.
-Este éxito no se vuelve un tabú en tu recuerdo, ni una competencia interna con vos.
-“El dolor de yo no ser”, decía el tango, ja. La vida es todo frustración y fracaso, pero en un momento te va bien. La vida continúa, el mundo cambia. La juventud sabemos que tiene siempre en la industria una predominancia, porque los jóvenes son quienes más consumen. En mi caso fue un caso raro, porque era de los últimos que hacía una obra delirante y que era popular. Yo me acuerdo de la gente cantando Tumbas de la gloria. Y es un tema incantable (y canta): “Tu amor abrió una herida porque todo lo que te hace bien siempre te hace mal. / Tu amor cambió mi vida como un rayo para siempre, para lo que….”. Cuarenta mil personas cantando eso. Y cuando estás en un momento así, como el que yo estaba con El amor después del amor, todo está preparado para que pierdas la cabeza. Toda la maquinaria, los amigos del campeón, está todo preparado, la mitología de esa figura condenada al delirio y a rodar como el Rey Jorge por la colina desnudo, digamos, termina así. El ídolo popular, el que no se retira tiene ese destino fatal, o alguno peor como pudo haber sido el de Lennon, que en plena retirada le pusieron cinco balazos.
-¿Y para vos qué fue lo más difícil de administrar en la salida de ese lugar tan estelar?
-Hay una reflexión sobre eso en (el libro) Los días de Kirchner. Un escritor, que es el Mono Bargas, sale de paseo por la Villa Gessell, y lo ve a Fito Páez tocando en lugares para mil personas. Entonces dice: “Bueno para un hombre que estuvo en la cresta de la ola, tocar para mil personas debe ser medio traumático, pero la verdad que se supo colar bien en la época. No le pasa nada”. El tipo sigue ahí haciendo su música, a veces cuando no existe la crítica afuera tenés que hacértela vos mismo. Pero el éxito de El amor… se me escapa totalmente de las manos, ni un sociólogo me puede explicar eso. ¿Te acordás de la escena de Good Fellows, cuando lo meten preso al chiquito, y entonces el chiquito no denuncia a nadie, y cuando sale lo estaban esperando todos los veteranos: Killer? Esa sensación me da. Es una gran escena de la película, es muy chiquita pero muy importante. La tribu dijo: “Nos cantó, lo escuchamos en el walkman, eso está muy bien, hay que aplaudirlo, está de novio, está mejor, vamos a verlo al concierto, el disco está bueno”.
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Páez publicó las novelas La Puta diabla y Los días de Kirchner (le gusta llamarlo nouvelle por la novedad) y Diario de viajes (confesiones y anexos). Ambos narradores de sus novelas cuentan desgarros amorosos con mujeres que fueron asociadas a personas de la vida del autor. Muchos de esos amores migraron a personajes de sus ficciones y de sus canciones.
-¿Qué significa la decadencia de la música en la industria musical?
-Yo lo que no siento, y creo mucho en lo que siento porque tengo una vida dedicada a eso, es que no siento amor por la música. No me transmiten amor por la música muchos de los músicos del mundo. No estoy hablando de Argentina, salgamos de Argentina. Digo, lo que están produciendo las multinacionales hoy es una música vacía, no tienen nada. Y eso es intransmisible, no te puedo explicar eso. Después hay otros factores. Se termina la era del cantautor, que te hablaba al oído. Aparece la libertad, la democratización tecnológica. Lo estoy diciendo así, liviano, pero son movimientos de tsunamis. Y bueno la libertad es eso, quiero mi teléfono y quiero mover el culo, señores, nada más eso me interesa: ver mi teléfono y vender el culo. ¿Vos me vas a decir que eso no es la libertad?
-¿No hay nadie que esté haciendo nada hoy que te interese?
-Sí, hay un montón de cosas. Pero estamos en una época de mucho “yo yo”, y de mucho teléfono. Entonces veo a los músicos más en el teléfono que en el piano. A eso voy.
-¿Tenés relación con las noticias? ¿Leés los diarios todos los días?
-Me levanto y lo primero que leo es la cantidad de infectados que hay acá y en el mundo. Después leo ya un poquito por arriba porque es aburrido, te diría. Los diarios argentinos son muy previsibles en general, y casi que al leer el titular ya leés todo. No veo un ámbito de reflexión o de polémica o de quilombo, en general cada uno juega su partido y esta clarísimo para que juega cada uno, y eso se torna aburrido
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El 2021 será también recordado como el año en que Charly García cumplió 70 años. Charly, que celebra al “club de los 27” (la edad crística de rockeros como Morrison, Cobain o Janis Joplin, muertos en las vísperas), mira desde el mar las olas que se agitan en torno a él. Fito Páez fue parte de los dos festejos: el del CCK y el del Teatro Colón. Ceremonias de los dos Estados (el nacional y el de la Ciudad), las dos expresiones que polarizan la política y que fueron trascendidas por la vocación de no perderse el homenaje. La relación de García con la política se puede leer de dos maneras quizás obvias: por un lado -esencial- el contenido de sus canciones fundadas sin una pretensión testimonial, aunque capaces de conectar la música con el sustrato argentino (y sin perder ética artística); y por otro lado, una relación de ida y vuelta más lúdica con los personajes de la política, como esa amistad con Menem en el minuto final con la Historia que tenía el expresidente riojano.
La relación de Páez con la política facciosa tuvo dos últimos hitos: su columna en Página 12 de 2011 en la que compartía el asco que le provocaba la ciudad que había votado a Mauricio Macri y luego una foto de 2015 con la fórmula Aníbal Fernández y Martín Sabatella, el dueto aspirante a gobernar la provincia de Buenos Aires. Con los años fue tomando distancia de esa relación con la política y de la manera de conversar con esas coyunturas, como si hiciera propia otra vez una estrofa de Charly García en No soy un extraño: “no me atraparán dos veces con la misma red”.
Charly García es tan importante como Astor Piazzolla en la renovación de la música popular argentina, en el mismo escalón
-¿Cómo surgió la idea de tu homenaje a Charly García?
-Lo llamé a Enrique Avogadro (ministro de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires), y le dije: “Enrique, cumple 70 Charly, ¿qué van a hacer?” y me dijo: “Estamos armando esto, lo otro”. Le contesté que cuenten conmigo, que quiero ser parte del homenaje que le hace la ciudad a Charly. Me ofrecieron el Colón, con piano solo. Empecé a investigar todo y dije: no, man, hay que tocar Yendo de la cama al living, Cerca de la revolución, Instituciones, y eso es con banda y con orquesta. Y la orquesta para también hacer las partes de Charly, no para intervenir la obra de Charly. Porque no hicimos eso, usamos sus notas y la pusimos allí a sonar. La experiencia fue muy rápida. Duró veinte días desde que empezó hasta terminar. Veinte días de tempestad. Primero me encerré en una casa de la Provincia de Buenos Aires con un piano solo, como loco malo. Y a la semana ya tenía una veintena preparada porque conozco bastante de él, y lo vengo haciendo hace años. Lo llamo a Diego, le digo “preparame a los muchachos de la banda” y les pido que vengan con las partes iguales de tantos temas, y en el día nueve o diez caen ellos, toda la banda. Después fueron dos días en la sala del bicentenario del Colón, con orquesta, jornadas cortas, no más de tres horas. Y a la cancha. Entonces fue todo muy conmovedor. Pero para mí empezó en volver a revisar ese material, separar la parte afectiva y empezar a ver que Yendo de la cama al living no era el acorde que vos ponías sino que era una bajada en quintas, después había una subida que era una sola nota y después tenía dos con quinta de vuelta, y después eso lo hacia para abajo. Una cosa que no es habitual en la música popular, pero que un intermedio que está en la primera y segunda estrofa, y la tercera está en el mismo tono. Son audacias musicales que no las hace nadie. No hay compositores de ese nivel de audacia. Más el relato, porque esto también nos lleva a los textos de García. Entonces pensaba: “Che, un hombre en cinco décadas pudo laburar este edificio majestuoso, ¿por qué en la vida política no pueden hacer eso?”. Charly no es un periodista, ni un escritor de crónicas. Es un artista que ve el mundo. No es lo mismo una crónica sobre Guernica, que el cuadro de Picasso. O el fusilamiento de Goya no es igual que el tipo que contó el fusilamiento de Goya. Me parece que hay algo fabuloso ahí, ante lo cual la vida política tiene la obligación de prestar atención. Y todo esto también me lleva a que Charly García es tan importante como Astor Piazzolla en la renovación de la música popular argentina, en el mismo escalón. Porque Charly aparte es dueño de la palabra, del ingenio escrito y pensado. La parte que me tocó a mí, me parece que fue en el pequeño cuadro mitológico argentino, en ese momento, esa noche y esos minutos fue decir: “Muchachos, cuando están perdidos miren eso que está ahí, es un cero, una referencia que ayuda, acompaña e ilumina”. Y no tanto basarse en las capillas del dinero, del mercado, o en las capillas de la política, donde estamos condenados a seguir el destino de las familias. No me parece adecuado para llevar adelante un país. Prefiero más profesionales con sentido común, y en todo caso humanistas. Y no tanto egotrip. Por eso me parece tan importante García, porque está vivo, está acá y todavía marca camino. La clase política no está formada en ese profundo modernismo. Un político tiene que tener una formación intelectual sólida, porque estamos viendo muchos hilos. ·
-En las grabaciones de Piano Bar, en 1984, hay una en las que estás con una remera que dice Perón. ¿Cómo es la historia de esa remera?
-No me acuerdo bien… Me acuerdo que me gustó la simbología pop, a alguien se le ocurrió hacer una remera con Perón como si fuera una cosa gráfica. Me gustó. Posiblemente había algo ahí de empezar a mirar eso desde un punto de vista diferente, en el diseño, al tipo que se le ocurrió hacer el diseño, que no sé quién es. Yo tenía 19 años.
-Perón no estaba en boga. Alfonsín estaba en boga.
-Claro, me pareció simpático y yo venía de mis años de mis charlas con Liliana Herrero, donde ella me empieza a hacer una introducción a la historia del peronismo. Y Charly me hacía chistes y bromas todo el tiempo. Charly era una especie de centro del mundo, un artista en carne viva. Para mí fue estar en el atelier de alguno de estos monstruos, él no estaba solo con el piano, él estaba dirigiendo a un quinteto y hacía cosas insólitas para la filmación, como cuando se tira el ketchup, que nos quedamos todos helados.
-En el recital de CCK de este año lo mirabas de una manera particular.
-Estaba muy atento porque te pone una mirada y ese simple gesto ya puede ser un cambio de tono o una frenada. Se habló de la atención que tenía con Charly en ese ratito, pero fue mi mirada de tecladista, de alguien que tiene que estar atento a que si él decide mover el barco para allá, eso dura una milésima de segundo y tenés que estar muy atento al detalle.
El rock es una cultura donde la política no tiene espacio, porque la política va a venir a ordenar, y la parte que le corresponde al artista es poner todo a temblar y eso a la política no le gusta
-Solés hablar de tu canon musical (Charly, Nebbia, Spinetta y otros) y literario argentino (Sarmiento, Arlt, Fogwill, por decir tres) ¿Cuáles son los cuatro o cinco dirigentes políticos que te movilizaron, que te conmovieron?
-No sé. Uf. A mí siempre me pareció una zona incómoda, como a Charly en un sentido, y a Luis (Alberto Spinetta). Yo vengo de la cultura del rock, como diría Bowie. El rock es una cultura donde la política no tiene espacio, porque la política va a venir a ordenar, y la parte en todo caso social dentro de una tribu que le corresponde al artista es poner todo a temblar y eso a la política no le gusta. Mi escritor favorito es Domingo Faustino Sarmiento. Me interesa, por supuesto, Perón, un encantador de serpientes. Y un hombre que ha vivido la inmensa complejidad de Argentina, y ha tenido que jugar en muchas canchas diferentes. Me interesa por lo que viví también, Alfonsín, pero son recuerdos, balbuceos… el discurso que hace en la Rural, por ejemplo. Eva es una figura central en la Argentina, y es muy fuerte cuando leés en el libro de Alicia Dujovne cómo abren el cadáver y encuentran que está vejado y ahí… Es una escena definitiva para mí esa, en la Argentina existe una fuerza política que llega hasta ahí, a vejar ese cuerpo, y que celebró eso. Que ese cadáver haya sido vejado creo que cuenta un poco el hueso de la Argentina donde estamos metidos, en ese pantanal estamos metidos, y pensamos que no, por las noticias, por las redes, porque está la vida a toda velocidad, por el Covid, pero yo creo que esa es una escena que hay que pensar. Y por supuesto me estaba olvidando de Lucio V. Mansilla, mi favorito. Un Borges con botas. Delicioso por donde lo mires. Por ahí anda mi vida política. He participado muy poco políticamente.
Ya se fue la luz natural de la Plaza San Martín. Fito Páez tiene que organizar el plan de la Nochebuena y la Navidad en un campo de la Provincia de Buenos Aires. Ver los detalles de la logística familiar. Su vida combina esa intersección entre el alcohol con día fijo y la vida familiar, entre pelear contra una industria que por momentos parece haber disuelto todo lo sólido en el aire y actuar para vivir con una familia y una banda que demanda tiempo y materia. Es el último mohicano. Varios de sus pares murieron o han conocido la declinación física y/o mental. Él camina en el sendero finito: decidió que ni el declive de la música, ni las drogas, ni las tragedias personales, ni la cima del éxito, ni las tentaciones políticas le arruinarían el plan. Para el 2022 imagina, además de presentar obras artísticas, cambios personales y aires nuevos. Retomar el ejercicio físico que su contractura actual le impide y dirigirse al vegetarianismo. Nadie lo detiene en un lugar.
MS/MR
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