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Entrevista

María Teresa Andruetto, escritora: “No hace falta tener ningún título para disfrutar de la literatura”

La escritora y docente cordobesa María Teresa Andruetto acaba de publicar "Extraño oficio"

Agustina Larrea

3 de marzo de 2021 10:07 h

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Los relatos que componen Extraño oficio, el último libro de la escritora María Teresa Andruetto, nacieron a partir de columnas que la autora hace en la FM 102.3 de Córdoba en el programa radial Nada del otro mundo. Ese espacio, que la autora mantiene hace varios años, tiene un nombre que pareciera atravesar cada una de las narraciones y también parte de sus temas recurrentes: Gente conmigo.

Un poco en tono de aguafuerte, otras veces como una crónica memoriosa o a veces como apunte de lecturas, en cada uno de los textos que integran Extraño oficio se respiran algunos de los temas que rodean a la escritora y sus otros, esa gente con ella: la lectura como espacio compartido, el universo del trabajo, el relato popular, las heridas de la dictadura, las mujeres que escriben y el vínculo de la autora con la memoria colectiva

La tarea de pasar aquello que había nacido para la radio a texto escrito llevó tiempo y dedicación. “Hubo un trabajo de escritura muy intenso. Por empezar las rastreé porque no las tenía guardadas. Hay algunas que sé que he hecho que me gustaban y que nunca las encontré. Entonces hice una recopilación”, apunta la escritora en una charla telefónica con elDiarioAR.

“Yo trabajé mucho la escritura siempre. (Paul) Valéry dice que corregir es un ejercicio de depuración de uno mismo ¿no? Entonces, bueno, el trabajo de corrección tiene que ver con eso. Después en la escritura es todo condensación”, agrega.

¿Ya venías con la intención al trasladar a un libro esto de reflexionar sobre el oficio de escribir? ¿O fue surgiendo a medida que ibas juntando las historias?

En realidad en el conjunto de lo que iba puliendo veía yo unas constantes que son mías de la vida también, de la escritura, de la ficción, acerca del oficio o acerca de los bordes, las periferias. Siempre tiendo a mirar ciertos márgenes. Unos márgenes que podrían relacionarse con la articulación de raza, clase, género. Tiendo a mirar eso, pero tampoco como una decisión programática, porque para la radio, el único propósito era contar una historia o algo cada viernes, nada más que eso. Después, claro, desgrabando y trabajando empecé a ver, un poco lo que soy, o esas cosas que me interesan o que siempre me han preocupado. . Los otros y yo, todo eso. Y en medio de todo siempre está la lectura. Siempre fui una lectora muy intensa entonces lo que veo siempre me hace acordar a algo que leí y muchas veces cuando leo también eso me lleva a cosas que he vivido o que vi. Siempre está ese ida y vuelta. 

Uno de estos temas recurrentes o que aparece en varios de los relatos que integran el libro está vinculado con los derechos humanos y con la memoria. ¿Cómo te atraviesa a vos esta temática?

A mí mucho. Me aparece mucho en mis ficciones. Tampoco es exactamente programático. Creo que aparece muchísimo porque ideológicamente yo tengo una afinidad con esa problemática. Pero también, pasa que yo tenía 21 años cuando la dictadura, cuando el golpe de Estado. Había tenido una militancia estudiantil anterior a eso, en los años 70. Entonces, digamos, entre mis 17 años y mis 30 eso atravesó mi vida absolutamente. Primero en la militancia estudiantil en busca de un mundo que pensábamos mejor, más equitativo, no sé. Y luego el golpe de Estado y esos casi diez años en los que yo tuve lo que llamaríamos en un exilio interno. Viví una parte en la Patagonia y otra parte viví muy marginalmente en Córdoba. Esos son los años de formación de la persona, los años en los que uno a lo mejor arma una historia de pareja, tiene un hijo, busca trabajo, no sé, intenta tener una casa o construir algo. Y todo eso se vio recortado, cuando no imposibilitado totalmente, por varios años en esa década de los 20 a los 30 años míos y de tantos ¿no? (Ítalo) Calvino dice que no se escribe desde la herida sino desde la cicatriz. Esas son cicatrices de la vida. Y yo soy una persona muy vital y he hecho muchas cosas con mi vida, incluso con mis dolores, pero bueno, eso está.

Siempre tiendo a mirar ciertos márgenes. Unos márgenes que podrían relacionarse con la articulación de raza, clase, género.

En una de las columnas recordás algo que te preguntan mucho cuando vas a dar charlas y es de dónde salen las historias que escribís. ¿Cómo es esa convivencia o tensión entre la biografía por un lado y el relato por el otro? Porque imagino que no todo lo que ocurre en la vida de quienes escriben termina en la página de un libro.

La pregunta me la hacen muchos: ¿de dónde sacas las historias? Y, bueno, sí, nacen obviamente pero no todo es lo vivido. Si no uno sería Funes, el memorioso agobiado por la memoria. Hay una conjunción entre algo que a uno le interesa, algo que uno vio, algo que el mundo le ofreció a uno, digamos que una circunstancia de vida azarosamente se le ofreció a los ojos de uno. Pero también hay un momento, está el hecho de que eso sucede en un momento en el que uno tiene disponibilidad de escuchar, de ver, de alojarlo en la memoria, de recuperarlo después. Por otra parte siempre trabajé con aspectos míos biográficos, y más que con los propios con cuestiones biográficas de personas próximas digamos, con datos, así. Pero nunca en el afán de contar la vida de ese otro. Y mucho menos la mía, que por otra parte no es tan interesante para llevarla a ninguna novela. Los escritores no tenemos vidas tan interesantes, nos pasamos la vida sentados frente a una computadora (risas).

Sin embargo hay todo un imaginario o mito alrededor de la gente que escribe. 

Claro. Pero para mí lo biográfico, y con esto quiero decir lo vivido por mí pero también lo visto, lo oído y demás, entra como en una especie de depósito de memoria emotiva. Cuando estoy escribiendo ficciones y necesito algún dato para algún personaje, eso aparece, aparece mucho y es la memoria emotiva. Que aparece fragmentada, como esquirlas dentro de las ficciones. Yo siempre tengo la sensación, cuando leo lo que voy haciendo y veo que aparecen esas cosas, de que se trata de uno de esos vasos irrompibles que cuando se rompen, se rompen en fragmentos pequeñitos. Entonces a lo mejor un personaje come algo que a mí me gusta comer, o tiene los ojos de una amiga, o dice una frase que le escuché a alguien alguna vez. Pero no todo de una misma persona y eso entra de un modo esquirlado diría, la propia habilidad y lo que uno ha visto en las ficciones. 

En Extraño oficio el punto de partida por lo general es algo que te contaron o situaciones que viviste.

Sí, todas las crónicas parten de situaciones reales, no son ficciones. Entonces son cosas que yo vi que me llevaron a recordara a veces alguna cuestión mía o alguna lectura mía. Pero son escenas que me quedaron vistas u oídas, a veces leídas. Es el mundo de los otros. Por eso puse una frase al principio: “¿Qué es mi solo de voz ante este coro?”. 

Para mí lo biográfico, y con esto quiero decir lo vivido por mí pero también lo visto, lo oído y demás, entra como en una especie de depósito de memoria emotiva.

Otros de los hilos conductores de estos relatos que aparecen en el libro tiene que ver con la escritura de las mujeres. Desde uno de los primeros textos que rescata algo de Liliana Heker hasta un poema de Sharon Olds hacia el final. ¿Lo pensaste así, se fue dando mientras hacías tus columnas en estos tiempos en los que hay como un perfume de época que sintoniza con eso?

Sí, hay un perfume de época. A la vez yo vengo de algún modo de una cierta militancia feminista, no orgánica, aunque sí estoy en un colectivo de mujeres en Córdoba. He militado mucho el tema del aborto. En los años 80, ni bien terminada la dictadura, empieza una pequeña militancia feminista en el barrio donde yo vivía. O sea que a mis 30 años esto ya estaba presente. Y la lectura de mujeres, la escritura de mujeres es muy antigua en mí, ya desde joven me interesaba. Por ejemplo, leí estando en el secundario a Sara Gallardo, a Violette Leduc, a Simone de Beauvoir. Después eso se reforzó mucho en los años ‘80 con la primavera alfonsinista, en los años de recuperación democrática, yo empecé a dar talleres en barrios y con mujeres. En algunos casos eran mujeres que estaban muy precariamente alfabetizadas y yo para hablar, para ponerles palabras a cosas que les pasaban, llevaba fragmentos de escritura de mujeres, novelistas o poetas. Y luego también yo di muchos talleres de escritura y ahí sistemáticamente llevaba mujeres, no sólo mujeres, pero mucho.  Muchas de ellas en fotocopias porque no circulaban. Luego eso se fue reforzando, empezó a aparecer en mi escritura, en Lengua madre por ejemplo. Ya en los 2000 armé un blog de recuperación de mujeres y escritoras argentinas, narradoras, y un poco después pensamos la colección de narradoras argentinas olvidadas con dos colegas para la editorial EDUVIM. 

Dado que esto lleva mucho tiempo en vos, ¿cómo vivís estos tiempos de recuperación de espacios para las mujeres?

Yo estoy muy contenta de que hoy en este aire de época se valore mucho la escritura de mujeres en nuestro país y en todas partes. Hasta yo estoy descubriendo un montón de mujeres espectaculares que estaban opacadas. Creo que todo esto lleva mucho tiempo, es muy anterior a este revival, más que revival, a esta presencia de las escritoras mujeres de hoy. Pero justamente, eso: a veces escritoras jóvenes hoy que tienen esta posibilidad hermosa de estar más, digamos, de que sea más accesible la visibilización de la escritura de mujeres, la publicación y también sobre todo la visibilidad. Y con respeto por estas escrituras, a veces daría la impresión de que todo nace hoy. Por eso a mí me interesa también recuperar una genealogía de mujeres escritoras argentinas y por eso trabajo en una colección, con las que estuvieron antes, como Syria Poletti, Paula Wajsman, Clementina Quenel, María Luisa Carnelli. Muchas de ellas están circulando, pero hay muchas de las que ni siquiera ha quedado el nombre. Entonces esto me interesa mucho. Me interesa inscribirme yo en una genealogía de mujeres que escribieron antes.

¿Es una tarea política, una militancia?

El interés por la escritura de las mujeres y en el modo en que las mujeres aparecen en las obras, de mujeres y de varones, siempre me interesó mucho. Me interesa mucho la riqueza: la literatura para mí siempre fue multisignificación, la posibilidad de abrirse en muchos significados, en muchos sentidos ¿no? Entonces nunca algo unidireccional, siempre un lugar para preguntarme cosas. Siempre un lugar intentando comprender diversidades de modos de estar en el mundo. Entonces es como la doble tensión. Yo creo que mi literatura es muy política, pero política en el sentido de que no le esquivaría el bulto a esa política como la entiende (Jacques) Rancière. Me gusta mucho su libro El espectador emancipado, en ese sentido: la política en relación a que sea capaz de cuestionar al otro, llevarlo a hacerse preguntas. A disentir también. La literatura como un lugar de resistencia social, en el cual el lector al leer se pregunta a sí mismo algunas cosas.

En uno de los relatos del libro te referís a los femicidios y hablás de la “epidemia de asesinatos de mujeres”. ¿Qué hace la escritura con eso que pasa? ¿Cómo crees que se tiene que plantar alguien que escribe ante circunstancias como estas?

Por un lado tengo un posicionamiento por fuera de la escritura y lo hago público en acciones públicas. Luego no me preocupa a mí cuánto de eso y de qué manera aparece en la escritura porque sé que a la escritura va todo lo que uno es de distintas maneras, y algunas cosas también que uno ni siquiera sabe de uno. Entonces no tengo miedo de que ideológicamente mi escritura me traicione porque esas convicciones que tengo son muy fuertes y están en la base de mi persona. A la hora de escribir no es eso lo que me preocupa. En todo caso miro y algo que vi o que escuché me lleva a imaginar una mujer o a tomar algo del mundo externo. Supongamos que a la que miro es una mujer, puede ser una mujer violentada, puede ser una mujer extremadamente dócil, puede ser una mujer que acepte la violencia, puede ser una mujer que se rebele, no sé. Esa que está ahí yo quiero mirarla intensamente y tratar de comprender por qué hace lo que hace y está como está. No le voy a enseñar a que se libere, no, voy a intentar mostrar, voy a intentar comprender, digamos, ese personaje imaginario tratando de que se vuelva real en la escritura. Quien lea tal vez mirando se pregunte algunas cosas y se dé algunas respuestas. 

Otra cosa que transitás en uno de los relatos tiene que ver con un concepto que vos rescatás, que es el derecho a la literatura. ¿Por qué te interesó retomarlo?

Eso toca algo de mi vida. Ahora ya estoy jubilada, pero toda mi vida he trabajado todo el tiempo en la formación de lectores. Ya sea en talleres o dando literatura, digamos, que muchas veces no estaba en el canon. Siempre he sido una lectora muy curiosa de buscar por los bordes, entre lo que no circulaba tanto. Yo he trabajado mucho en la formación de maestros, en la formación lectora de maestros, un tiempo desde un centro de investigación de literatura infantil juvenil, después en la docencia, en talleres de capacitación. Yo he tenido talleres con niños, con jóvenes y  también en espacios de marginalidad. Y será porque yo veo, bueno, digamos, yo soy de una familia con una situación muy modesta, pero sí había libros en mi casa, cosa que no había entre los vecinos, y había muchos relatos en mi casa también. Relatos no solamente de la literatura sino cuentos de la vida de los que vivieron antes digamos. Entonces yo pensaba que eso estaba en las vidas de todos, en todas las casas. Después me di cuenta que no. Y siempre me pareció que era algo muy importante en la construcción identitaria de una persona. Yo no tengo una idea elitista de la literatura en el sentido de que hay que ser, hay que tener una formación tal y cual para disfrutar de un texto determinado, de un autor reconocido. Yo he llevado, por poner un estereotipo, cuentos de Borges a sectores que nadie hubiera imaginado que iban a disfrutar de un cuento de Borges. Lo del derecho a la literatura lo cito de Antonio Candido un brasileño especialista en lectura, que cuenta cosas muy bonitas de gente analfabeta en Brasil. Bueno, como sucede a veces acá en el campo que alguien se sabe un romance medieval de los recopilados por Menéndez Pidal y ni siquiera sabe que es de ahí pero se lo sabe. Yo he visto eso, lo he visto en el norte, lo he visto en muchos lugares, lo he escuchado. No hace falta tener ningún título para disfrutar de la literatura.

La literatura para mí siempre fue multisignificación, la posibilidad de abrirse en muchos significados, en muchos sentidos.

Otro de los mundos que aparece con fuerza en los relatos es del trabajo. ¿Por qué te atrae particularmente?

Sí, siempre lo he mirado y yo misma vengo de ese mundo del trabajo, desde mi familia. Una abuela colchonera, otra guardabarreras. Y muchas mujeres trabajando. Yo misma  he hecho trabajos de distinto tipo, no es que todo el tiempo di clases. Fui vendedora de libros a domicilio, corregí con linotipistas viejos anarquistas en un sótano, trabajé en una casa de fotocopias, fui empleada administrativa del PAMI, fui secretaria de un abogado penalista, fui maestra particular, viví sin trabajo, viví de la precariedad. O sea que el mundo del trabajo es un mundo que conozco bastante, de los trabajos comunes, por así decir, antes de que me metí en la docencia y la vida se acomodó.

Se está cumpliendo, por estas horas, un año de la pandemia y las medidas de distanciamiento. ¿Cómo viviste estos tiempos tan inciertos? ¿Te afecta? ¿Te cambió algo?

Sí, yo creo que esto nos ha cambiado todos. Me parece que no somos los mismos en el sentido de que hay un registro. ¿En qué lo sentí yo? En la percepción del tiempo, en la relación con los otros. En el paso a lo virtual de muchas cuestiones corporales. También ha sido un año de mucha reflexión personal. También de mucho ante la desgracia generalizada, porque también uno ve cómo hemos perdido mucha gente. A la vez tiempos de mucho agradecimiento de vivir y de tener ciertas condiciones de vida. Es una situación que de algún modo la siento privilegiada ¿no? Hemos estado sanos, no nos hemos enfermado, que también es un azar, un albur. Y yo escribí, tuve mucha actividad porque sentí que tenía más tiempo. Tengo una cosa, como una capacidad de resistencia, le llamaría, que la he tenido en otros momentos de la vida y bueno, no se me ha ido a pesar de mis 67 años que acabo de cumplir, eso no se ha ido. 

Yo no tengo una idea elitista de la literatura en el sentido de que hay que ser, hay que tener una formación tal y cual para disfrutar de un texto determinado, de un autor reconocido.

¿Cómo evaluás el año de pandemia para el mundo editorial?

Fue muy duro para las editoriales, y muy duro en términos de la industria editorial de un país. Me interesó siempre el libro en todos sus aspectos y el libro necesita de la industria para vivir, para existir la literatura. En la industria del libro hay muchísima gente que trabaja. Conozco mucha gente de ese ambiente y muchos se quedaron directamente sin trabajo. Hay editoriales chicas que estuvieron muy complicadas. En lo personal los libros que ya estaban siguieron circulando, no sé, no he medido las ventas o en qué se pueden haber perjudicado. No pensé eso. Extraño oficio estaba listo para entrar en los días en que empezó la cuarentena y tuvimos que correrlo. Y los editores no se han equivocado, porque quién sabe qué le hubiera pasado al libro si hubiera salido en abril del año pasado. Los escritores somos solamente una parte de lo que es un libro ¿no? Uno aporta el contenido, pero hay muchas otras cosas para que eso que uno entrega sea un libro. Yo valoro mucho la industria del libro y me gusta bajar un poco esa cosa que a veces tenemos los escritores, ese aura como de que todo está ahí, ¿no? Como de un elegido. Bueno, uno escribe sí. Pero para mí la inspiración es en realidad sacar algo desde muy adentro, en un sentido literal de la palabra, de inspirar y sacar hacia los otros algo que el mundo de los otros puso en uno. Hay una cosa para mí dialéctica: uno busca en uno algo que antes otros han puesto y uno ha procesado y demás. Pero eso que sale con trabajo, con esfuerzo, con ética del oficio, con respeto por el potencial lector que podamos tener. Un respeto en el sentido de trabajar lo más posible el texto y ser lo más genuino posible en ese proceso, para que el otro tal vez pueda encontrarse ahí

AL

 

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