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Entrevista

Víctor Malumián: “Hoy una parte de la crisis del libro pasa por la falta de tiempo”

Editor, distribuidor y co-creador de la FED, Víctor Malumián acaba de publicar el ensayo "El destino de una caja".

Agustina Larrea

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“Hay una cuestión simple y desapercibida pero fundamental, porque sin ella se derrumba todo, cae la posibilidad de que el texto sea leído, se cae cada idea, cada autor, cada librero: si el libro no está disponible, si a causa de una distribución deficiente el libro no está al alcance de los lectores una vez que ha sido publicados, no se puede comprar y, por lo tanto, no se puede leer”, subraya Víctor Malumián en su flamante ensayo El destino de una caja (Gris Tormenta, 2024). Editor junto a su socio Hernán López Winne en el sello Godot, co-creador de la Feria de Editores de Buenos Aires, una de las cabezas de la distribuidora Carbono y recientemente incorporado al mundo de los libreros con una librería que abrió en el barrio porteño de Saavedra, en su publicación Malumián habla de cajas, de planillas de cálculo, de circuitos de pagos. Como si quisiera, de alguna manera, mostrar un lado B de una actividad que muchos idealizan, como si intentara desmitificar un rubro que, además de ser fascinante, suele tener momentos de poco glamour y algunas dificultades.

“Yo a veces veo muy mitificado el ecosistema del libro. Les pasa, por ejemplo, a mis amigos y amigas libreros. Dicen ‘voy a abrir una librería’ y la gente piensa que se pasan el día leyendo o recomendando libros. La mayoría pasa más tiempo controlando stock, abriendo y cerrando cajas o resolviendo quilombos, que sentados con un brandy en un sillón aterciopelado con un libro en la mano”, dice entre risas Malumián ante elDiarioAR.

 

– ¿Por qué se te ocurrió meterte en la trastienda de algo tan específico como la distribución de libros para contarlo en este ensayo?

– Yendo, si querés, a lo más rudimentario, surgió conversando con los editores de Gris Tormenta (N. de la R: se trata de un sello mexicano que se distribuye en la Argentina). Ellos me habían hablado de esta colección en la que se meten en el backstage del ecosistema editorial por si quería hacer algo y yo les dije que me animaba a escribir sobre dos cosas: cómo organizar una feria desde cero, pensando en la FED, o cómo armar una distribuidora. Yo pensé que me iban a pedir lo de la feria, porque suena un toque cool, aunque no sea ni mi estilo ni el de Hernán (López Winne), mi socio (risas). Pero ellos dijeron “claramente, distribución”, que pensé que era algo que no le iba a importar a nadie. Creo que nadie se levanta un día y dice “voy a abrir una editorial pero en realidad lo que quiero es poner una distribuidora”, ¿no? Sin embargo, cualquier persona que lleve un tiempo editando sabe que si no tenés una buena distribución hasta el mejor libro va a fallar. Hay que pensar que en este universo en el que nos movemos, la gran mayoría de los libros que editamos ni son un éxito rotundo de ventas ni son un desastre de ventas; están siempre en un gris intermedio. Ese gris intermedio se recontra mueve por la exhibición y la distribución. El libro no va a ser el bombazo que creés que tenés en las manos si la gente va a estar peregrinando por todas las librerías para tratar de encontrarlo. Hay una anécdota que cuento en el libro cuando en Godot publicamos una trilogía de libros de (Samuel) Beckett. Salimos a las librerías súper emocionados y también ingenuos. Hablando con un par de libreros les contamos de la novedad y nos dicen “ah, qué bueno, ¿cuándo llegan?”. Nos sorprendimos, porque según nuestros cálculos ya les debía haber llegado. Entonces nos dicen “es que esa caja siempre viene con un montón de cosas que no pido, entonces la dejo para el final”. Esa fue una primera alarma. Nosotros nos matábamos con el traductor tratando de que la traducción fuera impecable, pensando el diseño, la corrección, ¿y nadie se entera porque los libros quedaron en una caja sin abrir? Y, ojo, no culpo a los libreros. Como esa, una serie de situaciones similares nos llevaron a ver que que el libro esté impreso sin erratas es apenas el 50% de trabajo. El otro 50 lo podés dividir, si querés, en un 25 de difusión y un 25 de logística. La gente se tiene que enterar de que el libro existe y lo tiene que poder conseguir. En general la editora o el editor independiente tiene bastante claro esto porque inevitablemente recorre todo el espinel de tareas. Pero, en general, cuando se habla de edición se habla de la construcción del catálogo, de nombres, de colecciones, y no se habla tanto de esta parte que es tan tangible como importante.

– En el prólogo Andrea Palet se refiere a la distribución y las características de su país, Chile. ¿En Argentina hay alguna particularidad que haga más o menos difícil esa tarea? 

– Diría que Latinoamérica en general está un poco complicada. Si pensamos en general en crisis económicas, hay pocos países que están exentos. Después están los problemas de infraestructura, pensando en la distribución, que están en todos lados. No soy un experto en absoluto, pero cuando hablás con alguien del sector de Bolivia o Chile, por ejemplo, nadie habla de una red ferroviaria sólida. Argentina en particular tiene estos problemas y algunas ventajas también. Para empezar, tenemos una extensión territorial enorme. De hecho Argentina es, cinco o seis veces España en territorialidad, pero tiene la misma cantidad de gente. O sea, España tiene la misma cantidad de gente en un territorio mucho más chico con una infraestructura mucho más desarrollada y con un consumo per cápita mucho más grande. Las estadísticas más recientes indican que el consumo per cápita era un libro y medio por año por persona, mientras que en España creo que estaba cerca de 3,5. Entonces, allá cada persona consume más y todas están concentradas en una extensión más chica con una infraestructura mejor. Contra España sí el desnivel es enorme. Acá en algún momento, cuando se había pensado en armar el Instituto del Libro, ofrecí mi apoyo puntual hacia pensar centros de distribución logística. Había algunas cosas a corregir en una especie de concentración en la recepción y en la producción de libros, pero la idea era pensar en nodos logísticos en Buenos Aires, Rosario y Córdoba, y quizás con eso se condensaba el 80% de los movimientos. Planteando ese tipo de nodos se bajan los costos a muchas esas librerías y que sea más barato el traslado. Uno de los temas que tenemos es ese: si no te agrupás con otros, con un par de novedades, hay poca gente en la otra punta esperando. Hay pocas librerías esperando. Si tiene que ir solo un título, no viaja directamente. Lo otro que vos tenés es un tema de dimensiones. En una caja llena de celulares el costo de esa mercancía es de millones. Una caja llena de libros pesa quizás lo mismo, y el valor simbólico y cultural es enorme, pero el costo es de 100 o 200 mil pesos. Es un negocio chico, a veces incluso deficitario. Y el costo de trasladar la caja de libros o la caja de celulares, como se piensa por peso, es el mismo. Un poco la tesis central de El destino de una caja viene por el lado de pensar el futuro de la distribución, sobre todo desde las editoriales de un tamaño similar. Nuestro crecimiento va a estar dado en función de la distribución. Esto no quita que haya distribuidoras grandes que lo hagan re bien y que haya chicas que lo hacen mal.

– Terminó hace poco la edición 2024 de la FED y siempre me quedo con la sensación de que siguen surgiendo sellos independientes nuevos, incluso aunque existan estos problemas con la distribución o pese a la crisis económica. De hecho en el libro vos planteás como dos hitos para la edición independiente dos años críticos: 2001 y 2008. ¿Por qué creés que esto ocurre un poco a contramano de lo que se esperaría en épocas de vacas flacas?

– Es difícil saber si cada vez son más o no. Primero porque la FED tiene un espacio limitado: hoy recibe unos 330 sellos, más no entran. Puede haber nuevos sellos que están surgiendo ahora y que todavía no pudimos mapear. Además de eso yo sumaría que evidentemente hay muchos sellos pequeños que quizás no distribuyen a libreros porque tienen una lógica de una tirada artesanal de 50 o 100 libros o más chica que ya no entran en cadenas y distribuyen en tres o cuatro librerías o no distribuyen de manera tradicional. A eso le podés sumar que en la última década se dio un proceso de simplificación tecnológica que hace que abrir una editorial por ahí sea más barato que abrir un kiosco. No hablo de rentabilidad, hablo de costo inicial, aclaro. Pero una editorial no deja de ser una computadora que quizás usa la misma internet y la misma luz que tenés en tu casa, podés salir con tres libros de 150 ejemplares cada uno y, dependiendo de la hechura de ese libro, por ahí es más barato ese esquema que pagar el mes de anticipo del local de un kiosco bien ubicado además de llenarlo de mercadería. Obviamente los dos emprendimientos tienen rendimientos muy distintos y tienen lógicas de vida muy distintas, todo lo que vos quieras. Pero, digo, si lo estás pensando como negocio a esto hay que sumarle inmediatamente del otro lado que tal vez 60% o 70% de los sellos que están en la FED no viven de la venta de libros. Es decir, venden libros, pero la venta no es suficiente como para que eso sea un sueldo para el editor o la editora. Muchos de ellos son docentes, traductores, o escritores que además editan libros. Así que es difícil medir si hay más, eso requeriría un estudio sistemático. Por otro lado, esa idea de que en el 2001 y en 2008 salieron muchas editoriales, es así: vos tomás las veinte editoriales que más te resuenan en la cabeza hoy, tomás su fecha de fundación y rodean una u otra fecha. Sin embargo eso es algo que pudimos ver con el tiempo, a la distancia.

Las estadísticas más recientes indican que en Argentina el consumo per cápita era un libro y medio por año por persona, mientras que en España creo que estaba cerca de 3,5. Entonces, allá cada persona consume más y todas están concentradas en una extensión más chica con una infraestructura mejor.

– Mientras que en las librerías las ventas bajaron casi un 30 por ciento en lo que va del año, la FED cerró con buenos números, según me fueron diciendo varios editores con los que fui hablando. ¿Qué pasa ahí, es un fenómeno por fuera del ecosistema del libro? ¿Cómo lo pensás?

– Mira, hay algunos datos puntuales. El promedio de los participantes quedó 7% abajo con respecto al año pasado. Ahora, los promedios tienen sus trucos. Tenés gente que quizás el año pasado había vendido 1500 ejemplares y  esta vez vendió 1300 y alquiló el espacio de dos stands, que le salen algo así como 40 libros. Esa persona quizá te dice “sí, estoy abajo 15% en comparación con el año pasado, pero en cuatro días vendí un mes de lo que hago en ventas de librerías”. Sigue siendo rentable. Y tenés otros que capaz habían vendido menos y esta vez vendieron más, por eso tenés siempre una especie de flotación. Yo creo que este año coincidieron una serie de cosas. Es un año donde todo está roto. Eso quizá nos juegue en contra, pero la FED tuvo a su favor que nunca recibió grandes apoyos oficiales. A principio de año, tanto Nación como Ciudad nos dijeron “no vamos a apoyar con nada” y eso no cambió en nada la generación de la feria. Entonces, en un año en el que está todo roto, que la feria haya tenido más asistencia y haber tenido solo 7% abajo en ventas en promedio, cuando vos en librerías capaz estás 25% abajo, es un éxito enorme. Depende cómo lo veas, a mí me llenó de alegría. La alegría que tenían todos los editores me pone súper contento. Sobre por qué la feria provoca esto, creo que tiene que ver con una serie de cosas. Por un lado, la FED se empieza a convertir en un evento al cual tenés ganas de asistir uno o varios días. ¿Por qué? La entrada es gratuita. ¿Y qué pasa si de última hay un poco de cola? Bueno, te damos café sin cargo, te regalamos un libro cuando venís, las charlas son sin costo. Además, detrás del stand está el mismo editor o editora que hizo el libro que buscás para tener una charla profunda sobre ese libro en particular. Muchos de los editores nos dijeron que quizá la segunda unidad estaba muy difícil de vender, pero alguno llevaban. No voy a entrar en la discusión de si el libro está caro o está barato en el país. Eso es súper relacional a otros productos, pero en promedio digamos que el libro sí está en el orden de dos cafés de especialidad con algo para comer. El público de la FED es un público que tiene al libro muy arriba en su percepción y dice “bueno, llegó la FED, este mes hacemos dos cafés menos, o dos cervezas menos y compro un libro ahí”. Notamos que hay un traslado del consumo. Y que, evidentemente, es un público que todavía puede comprarse dos cafés de especialidad o dos cervezas. Por las encuestas que hicimos en los últimos años, también  vemos que es un público que tiene una relación con la educación terciaria o universitaria muy profunda. Por ende eso también podría llegar a explicar por qué esa relación tan cercana con este tipo de libros. Así que creo que va un poco por ahí: la FED se convirtió en un evento donde te vas a encontrar con gente, a conversar, donde vas a descubrir una lectura nueva.

– Se suele hablar de “la crisis del libro”, como una idea un poco recurrente o un lugar común, mientras vemos el furor de la FED y otro tipo de fenómenos. ¿Cómo pensás esto? ¿Sigue pesando el valor simbólico que mencionabas de los libros?

– Sé que todo el mundo usa la palabra crisis y lo entiendo. Yo siempre prefiero ir por la positiva antes que por la victimización. Sobre todo cuando, como pasa ahora, tenemos que pensar en recuperar espacios perdidos. Pasan varias cosas. La primera es que el libro hace tiempo que perdió el monopolio de la portabilidad cultural. Antes pensábamos, si querés para decirlo rápido, en dos facetas: una de transmisión de conocimientos y otra de entretenimiento. Los libros eran las novelas, los ensayos, los cuentos y eran también esas enciclopedias que estaban en lo de nuestros padres y que iban de manuales para saber cómo cambiar un cuerito hasta la Enciclopedia Británica. Hoy parte de ese monopolio se ha perdido por completo. Con el entretenimiento pasa lo mismo: nosotros llegamos a usar los casetes y pensábamos muy bien qué casete te llevabas para un viaje. Ahora hay un celular, tenés mucha más música de la que podés escuchar en tu vida, tenés series, audiolibros, lo que sea. Entonces, para los que trabajamos en el ecosistema del libro, en realidad la competencia es por el tiempo ocioso de las personas. Tenemos que ver cómo lograr que alguien pueda regalarse para sí mismo una hora. Así que hoy una parte de la crisis del libro pasa por la falta de tiempo. Ya lo decía (Gabriel) Zaid en Los demasiados libros: el problema del obrero no es que hoy pueda pagar las obras completas de Platón sino que tenga el tiempo para leerlas. Un segundo problema que tenemos es de volumen. En el mundo del libro uno escucha a todos sus actores y actrices, y todos se quejan de su porcentaje por cada venta. A grandes rasgos: el autor o autora tiene el 10, la editorial se lleva el 30, 20 se lleva la distribución, y 40 el punto de venta. El autor te va a decir “yo dediqué años a escribir, a formarme para hacer un libro ¿y después me llevo el 10? ¡No hago nada con el 10!”. El editor te va a decir “yo con ese 30 tengo que pagar imprenta, papel, diagramación, corrección, diseño. Y me tendría que llevar un sueldito. ¡No hago nada con ese 30!”. El distribuidor te dice “¿yo con el 20 tengo que distribuir en todo este país?” y así hasta llegar al punto de venta, que también va a protestar por lo que le toca. ¿Cuál es el problema del porcentaje? El problema es que la puerta es chica. Si vos vendés 100 mil ejemplares o 10 mil ejemplares el porcentaje por ahí está buenísimo. Pero si vos vendés 100 ejemplares no te cierra por ningún lado. Después hay particularidades de la Argentina. Durante el período inflacionario de octubre, noviembre y diciembre del año pasado como había solo dos papeleras que proveían el papel que usamos los presupuestos se fueron por las nubes. De hecho se dejaron de hacer muchos libros porque eran inviables. Más allá de si se iban a vender o no se iban a vender ,era inviable por el precio del papel. No digo que ahora esté solucionado, pero en ese momento fue terrible. Ahora empezaron a bajar los precios del papel, entre otras cosas porque hay mucha gente imprimiendo en China y porque hay entrada de papel de afuera. Así que estos son los factores para una actividad donde no hay una buena rentabilidad para ninguno de los eslabones y lo que hacemos, en buena medida, está muy apalancado en las ganas, el deseo, la profesión o como vos le quieras llamar.

¿Cuál es el problema del porcentaje y los libros? El problema es que la puerta es chica. Si vos vendés 100 mil ejemplares o 10 mil ejemplares el porcentaje por ahí está buenísimo. Pero si vos vendés 100 ejemplares no te cierra por ningún lado.

– Desde el gobierno nacional, aunque sin un anuncio formal, se dijo que se pretende desregular el precio de los libros en Argentina (N. de la R: hoy protegidos por la llamada “Ley del Libro” o “Ley de Defensa de la Actividad Librera”). Participaste de varios debates sobre el tema, incluso en el Congreso. Si tuvieras que explicarlo de manera sencilla, ¿por qué eliminar esa ley te parece una mala idea?

– Hay cosas que me parecen fundamentales. Yo soy un cultor –y me parece que con el nivel de quilombos que hay en el país todos deberíamos serlo– de no reinventar la rueda o de no querer redescubrir la pólvora. Si vos mirás las tres principales potencias editoriales del mundo tienen una ley similar. Son Alemania, Francia y España. No te estoy diciendo una excepción perdida en una isla en el Atlántico. Ojo, Japón también la tiene. Portugal también la tiene, entre muchos países que también la tienen. Los tres principales, los tres países donde el mundo editorial es potencia tienen una ley similar. No la inventamos nosotros. No la inventamos con un partido político específico. Si es así, alguien puede decir “a mí me gusta desafiar el statu quo” o “todos los demás se equivocan menos yo”. Ok, adentrémonos en eso. Vos tenés dos países que estaban regulados y desregularon: son el caso inglés y el caso griego. En el caso inglés, la oficina de comercio inglesa hizo un análisis a los 10 años de haber desregulado y entre los dos datos que da el primero es que el precio general de los libros sube el 8% por arriba del precio de índice al consumidor. ¿Cómo puede ser esto si es sabido que cuando se desregula los precios bajan? Lo que pasa es que, por acción de determinados jugadores, del puesto 1 al 30 de los libros más vendidos bajan de precio. Ahora, el ecosistema del libro es enorme, los demás que no están en ese ranking suben tanto de precio, que en promedio sube el 8%. Ahora, vos me podrías decir “bueno, pero entonces los que solo queremos comprar esos libros de mayor venta estamos subsidiando al resto que lee otras cosas”. Pero, no, no funciona así. Porque los libros son producidos del mismo modo y por la misma editorial tanto los que más venden como los que menos venden. Otros dicen “bueno, pero si desregulamos se van a poder hacer ofertas”. Eso es directamente falso. Las ofertas están todo el tiempo. De hecho hay editoriales como Siglo XXI o Fondo de Cultura, que todos los meses bajan los precios de algunos libros. Y lo hacen respetando la ley. Porque la ley lo que dice es que para todos los puntos de venta el precio es el mismo.  Entonces, es el editor el que fija el precio. Si un editor decide bajar a la mitad algún libro de su catálogo, ningún problema: en su web, en el canal de librerías, o donde se le ocurra, lo pone a mitad de precio y se acabó el problema. Las ofertas se pueden hacer y se hacen. Cuarto punto y fundamental. Escuchamos decir “no, yo si el choripán lo encuentro caro en este puesto me voy al de al lado que está más bajo”. Bueno, me parece espectacular, como decía Girondo, que lo compramos con salchichones. Pero el libro tiene propiedad intelectual. De hecho vos no sos dueño del libro, yo tengo la novela de determinado autor y lo que tengo en realidad es el derecho de explotación. Esto quiere decir que si yo como editorial pongo muy cara tu novela no puede venir la de al lado e imprimirla más barata. El que tiene los derechos de Harry Potter va a tener los derechos de Harry Potter, no puedo aparecer yo y publicarlo. Quinto punto, deberíamos preguntarnos para qué quitar una ley con la que todo el rubro está de acuerdo y te dice “che, la ley es buena”. Desde el CEO de una multinacional como Penguin Random House, hasta el representante de una cadena de librerías como Cúspide y las librerías medianas o las editoriales independientes. Buena parte del ecosistema del libro te dice “¿querés bajar el precio de los libros? Apuntá a las papeleras, al precio del papel”.

– Hasta ahora solamente hubo declaraciones de Federico Sturzenegger a la prensa sobre el tema, pero sin definiciones claras sobre cómo se podría instrumentar. 

– Bueno, ese es otro problema, no tenemos interlocutor. Porque la persona que está activando la desregulación es Sturzenegger que hasta donde sabemos no es un experto en libros. Quizás lo sea y se pueda dar un debate. El secretario de Cultura actual no dio la cara, no sabemos qué sabe sobre el tema, no tuvimos la posibilidad de discutirlo con él. Del Ministerio de Cultura de la Ciudad no salieron a decir nada tampoco. Y ahí aparece otro punto fundamental, que se vio en Inglaterra. En esos 10 años de desregulación se perdieron 500 librerías independientes. En Buenos Aires, la ciudad argentina donde más librerías tenés, la ministra de Cultura tampoco dijo nada. Entonces, ¿de qué estamos hablando? De que esto es un tema político. Uno de los grandes atractivos del turismo en esta ciudad, de hecho, son esas librerías, y como sector estamos viendo de cuidarlas como patrimonio. Y a la vez estamos hablando de que las editoriales argentinas aparecen entre las mejores de habla hispana, y son el entramado que sostiene las librerías. ¿Y viene alguien que lo quiere desregular como si fuera un experimento? Realmente no se puede entender, no hay un solo dato que confirme que es buena la desregulación.

AL/JJD

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