El camino de Qatar: desde un desierto deportivo hacia una Copa futurista e impredecible
El 2 de diciembre de 2010, Ulises Pascua, un futbolista argentino de entonces 20 años, no entendía por qué los compañeros y dirigentes de su equipo de Qatar, el Al-Shahania, interrumpieron el entrenamiento para abrazarse, gritar y celebrar entre ellos. “¡Fuimos elegidos sede del Mundial 2022!”, le explicaron en medio de una fiesta espontánea en Doha, la capital del país. “Me sorprendí porque no recordaba que ese día se definía la sede”, recuerda Pascua, el mediocampista que, casi 11 años después, y ya con la selección argentina clasificada a una Copa del Mundo que en aquel momento parecía demasiado lejana, continúa jugando en la liga qatarí.
Los fanáticos de Argentina y de las otras 12 selecciones que hasta ahora aseguraron su pasaje al Mundial 2022 comenzaron en los últimos días a buscar en el mapa a Qatar, un emirato que ingresó al primer mundo del fútbol sin méritos deportivos, pero con un ilimitado poder económico. Lleva, por ejemplo, su nombre en la publicidad de las camisetas de Boca, Barcelona y París Saint Germain, el club-Estado en el que los jeques qataríes actúan como empleadores de Lionel Messi. Sin tradición ni triunfos, sólo los más freakies podrían mencionar un par de clubes locales o figuras históricas de una selección que nunca jugó un Mundial. Aún así Qatar consiguió su objetivo de convertirse en el centro del planeta del 21 de noviembre al 18 de diciembre de 2022.
De tan diferente, rupturista e imprevisible -que hasta obligó a cambiar los meses de competición, tradicionalmente junio y julio-, hay quienes creen que pueden ser la peor Copa del Mundo de la historia y otros la mejor, un corolario acorde al meteórico avance de un país que en 25 años pasó de los márgenes del deporte a un rol clave en su geopolítica.
La irrupción de Qatar, cuya sede para el Mundial provocó el despecho de Estados Unidos y la detención masiva de dirigentes de la FIFA (todos latinos, eso sí). Es tan sorprendente como la historia anónima de Pascua, el futbolista argentino que lleva más tiempo jugando en el Golfo Pérsico -llegó en 2009- y sigue siendo un desconocido en nuestro país. Testigo privilegiado del inserto qatarí en el escenario mundial -casi siempre desde la organización, casi nunca desde el campo de juego-, el jugador de Moquehuá, un pueblo de 2.000 personas perteneciente al partido de Chivilcoy, cuenta desde Doha: “Hace poco jugué en el estadio Jalifa, uno de los ocho que se hicieron o reformaron para Mundial, y fue espectacular: todos tienen aire acondicionado. Hacía 40 o 45 grados en la calle pero entrabas y hacía un frío que no creés, 20 grados, 19, en la cancha y en las tribunas. Algunos de mis compañeros, algo exagerados, jugaron con camiseta térmica”.
Según estima Pascua, que en Argentina sólo jugó para Social Moquehuá en la Liga de Chivilcoy y a los 19 años emigró a Qatar -tras una prueba fallida en San Lorenzo y justo antes de ingresar a la pensión de Flandria-, “el sistema de refrigeración tal vez no se utilice en el Mundial. Los estadios se construyeron en una época en que se creía que el Mundial se jugaría en junio o julio, cuando hace 45 grados, y no a fin de año, como ahora, que hay 25, 26, una temperatura agradable. Pero igual todos los turistas quedarán impactados: Qatar es un país futurista, el Mundial va a ser maravilloso”.
No siempre fue así, claro. Gustavo Lombardi, ex defensor de River, no recuerda un país especialmente de avanzada en su paso por Qatar con la selección argentina Sub 20 que ganó el Mundial 1995, el primero bajo la tutela de José Pekerman. “El estadio era normal, incluso medio antiguo, con un único techo en la platea principal. Qatar todavía no era el futuro que se ve ahora, no había nada. Lo único cercano al presente era un shopping o un hotel en forma de pirámide. Un día fuimos a pasear al centro histórico y me quedaron imágenes parecidas a las películas de Indiana Jones”, dice el actual analista en televisión y radio.
Pero un cuarto de siglo después, Qatar se recicló en un indiscutible polo deportivo del primer mundo. Si este domingo recibirá por primera vez al Gran Premio de Fórmula 1, en 2019 fue la sede del Mundial de Atletismo (considerado de los peores de la historia, con temperaturas imposibles, notorias ausencias de sus figuras y sin gente en las tribunas) y todos los años recibe a los circuitos de tenis masculino y femenino. En un país tan minúsculo como la mitad de Tucumán (la provincia más pequeña de Argentina), y con sólo 2,8 millones de habitantes, los ocho estadios de Qatar 2022 serán probados como un simulacro de Mundial en la inminente Copa Árabe de la FIFA que se jugará con 23 selecciones de Asia y África del 30 de noviembre al 18 de diciembre.
“Consiguieron el objetivo que se hable de Qatar todos los días y en todo el mundo”, reflexiona Oscar Elizondo, entrenador argentino que trabajó en Doha desde 2013 a 2020 para la Academia Aspire, una escuela deportiva qatarí de captación y desarrollo de deportistas. “En esos siete años, el país cambió todo el tiempo: no hubo un día, camino a mi trabajo, en el que el GPS del auto no me hiciera cambiar de trayecto por las obras en la ciudad: siempre había algo en construcción, el subte, los edificios, los barrios nuevos, el puerto, los estadios del Mundial. El Mundial va a ser espectacular, se podrá ir de un partido a otro en subte: es un viaje al futuro”, agrega el cordobés, de 62 años, especialista en detección de talentos y videoanálisis.
Como uno de los países con mayor PBI per cápita del mundo, Qatar cree que puede comprar todo, también el fútbol. Le falta una liga y una selección de primer nivel, pero consiguió organizar un Mundial sin haberlo jugado nunca. Desde España, donde espera para volver a trabajar en Doha, Elizondo explica el contexto: “Qatar era un país pobre del Golfo Pérsico hasta que en la década del 70 descubrió gas y petróleo. Ahí cambió a todos los niveles, empresariales, económicos y también deportivos. La plata dejó de ser un problema. Primero se organizaron torneos deportivos, como el Mundial sub 20 de 1995, y en la década del 2000 hubo un boom con la primera liga profesional de las estrellas, que por ejemplo llevó a (Gabriel) Batistuta. Pero era como un cementerio de elefantes y no pegó tanto en el público”.
También Pep Guardiola llegó a Qatar en sus últimos años como jugador, entre 2003 y 2005, las mismas temporadas que Batistuta. Pero, según dio a entender el español en su exposición en Buenos Aires en 2013, no fue una experiencia nutritiva. “Aprendí de todos, y eso me permitió crecer. Fui a Italia, fui a México y fui a Qatar, bueno, a Qatar. Ahí mejoré el sueño”, recordó en el Gran Rex, y provocó la risa del público.
Para muchos otros, entre ellos Pascua, Qatar es un paraíso, por más que la adaptación sea difícil. “Llegué en 2009, el año previo al sorteo del Mundial, y fue duro. El salario no era bueno, no tenía casa ni auto, y compartía pensión en el club. Entonces jamás pensé que seguiría 11 años más”, retoma el jugador de Moquehuá, ya de 31 años, y con paso por cuatro clubes de Primera y Segunda División de Qatar. “Encima yo no había salido de mi pueblo, era pegado a mi hermano hasta para ir al supermercado. Pero me fue bien y progresé. Al cumplir los cinco años me dieron una visa de trabajo con la que dejé de ocupar plaza de extranjero. Pasé de un club chico a uno grande, como el Al-Rayyan, y salí campeón de Primera. Pero después cambiaron las reglas y el permiso sólo me permite jugar en Segunda. Ya salí campeón de la B cuatro veces, pero no puedo volver a la A. Igual no me quejo: estoy muy bien”, dice el actual jugador del Al-Shahania, de la Segunda.
Qatar como sede del Mundial 2022
Mientras Pascua comenzaba a ser testigo de cómo muchísimos argentinos pasaban por la liga local -en la actualidad, según el sitio AXEM, sólo hay dos, él y Matías Nani, ex defensor de Belgrano y Unión, pero en el pasado jugaron Mauro Zárate, Leonardo Pisculichi, Lisandro López, Juan Mercier y Gabriel Mercado, entre otros-, llegó aquel diciembre de 2010 en el que la FIFA le cedió a Qatar la candidatura del Mundial 2022.
El mundo del fútbol no lo podía creer. En el documental FIFA Gate, por el bien del fútbol, realizado por el periodista Ezequiel Fernández Moores y emitido por la TV Pública los domingos a las 20, los testimonios coinciden. “Julio, ¿Qatar?”, se sorprendió Ernesto Cherquis Bialo, entonces vocero de la AFA, ante Julio Grondona. “Están todos locos, van a ir todos presos”, le respondió, profético, el presidente de la AFA y vicepresidente de la FIFA. Una reacción similar tuvo el titular de la Federación de Fútbol de Chile, Harold Mayne-Nicholls. “Julio, ¿cómo pudieron haber elegido a Qatar?”, se sorprendió el chileno. “Pibe, no te preocupes, yo para este tiempo voy a estar muerto”, le devolvió, otra vez profético, el dirigente argentino.
Las acusaciones posteriores fueron múltiples. Según Amnistía Internacional, los migrantes de Bangladesh, India y Nepal que construyeron los estadios sufrieron abusos y explotación. El diario inglés The Guardian denunció este año que 6.500 trabajadores murieron durante las obras de Qatar 2022. Y aunque sin sangre de por medio, también fue escandalosa la cacería que el FBI lanzó en el mundo del fútbol por supuesta corrupción dirigencial en la doble votación Rusia 2018-Qatar 2022, el FIFA Gate que estalló en 2015 con decenas de dirigentes y empresarios presos.
Como Estados Unidos fue uno de los derrotados -quería ser sede, lo que finalmente será en 2026-, FIFA Gate, por el bien del fútbol plantea una pregunta: ¿la irrupción del FBI fue una venganza de la Casa Blanca contra la FIFA por haberse quedado sin el Mundial 2022? “Testimonios del documental afirman que Sudáfrica 2010, Alemania 2006 y muchos más candidatos y sedes siguieron las reglas de juego del soborno, y no pasó nada. Sólo con Qatar sí pasó algo y, porque Estados Unidos fue el derrotado, provocó el escándalo”, dice Fernández Moores.
En 2012, Qatar se quedó con el 100% del París Saint Germain, el club francés que este año sumó a Messi. José Ignacio Lladós, autor del libro El Circo de los Pueblos. Cómo dictadores, narcos, políticos y empresarios consiguieron poder a través del fútbol, publicado este año, asegura que el fenómeno no es casual. “PSG le dio a Qatar la posibilidad de limpiar su imagen y jugar en el tablero de la política internacional. El gobierno entró en el fútbol cuando sus vecinos árabes lo acusaron de proteger al terrorismo y Qatar contraatacó con una especie de blanqueo a través del deporte”, escribió Lladós.
Mientras tanto, Qatar sigue en su doble lucha más difícil, la que no puede comprar con dinero, la de tener una liga que despierte más interés y llegar al Mundial con una selección que esté a la altura. “Si mirás la cantidad de público que va a los estadios, que a veces son 500 hinchas o menos, podés pensar que a los qataríes no les interesa el fútbol, pero la verdad es que son muy apasionados, todo el tiempo hablan de fútbol, sólo que prefieren verlo por televisión”, dice Pascua, mientras la liga local acaba de sufrir la partida del español Xavi -se fue a dirigir al Barcelona- y darle la bienvenida al colombiano James Rodríguez. Los partidos sólo suelen llenarse en las finales, donde la entrada incluye el derecho a una rifa con grandes premios, como autos, veleros o viajes.
La selección local, mientras tanto, es una incógnita. “Es muy difícil encontrar calidad donde no hay cantidad. En todo Qatar sólo hay 6.000 jugadores federados. La Academia Aspire funciona muy bien, hay especialistas de 67 nacionalidades diferentes, y formó a siete de los jugadores que salieron campeones de Asia en 2019, pero desde entonces no hubo renovación”. En todo caso, a un año del comienzo del Mundial más imprevisto, Qatar ya le ganó a su pasado, como Ulises Pascua, el argentino más qatarí de todos.
AB
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