Un debate sobre pandemia y petrolão decepciona a un Brasil que votará orden y progreso
Quienes se resignan a buscar un beneficio utilitario que flanquee el servicio simbólico que prestaría a toda democracia la celebración pública de debates presidenciales, suelen mencionar que son un insumo importante, acaso insustituible, para el electorado indeciso. El primer encuentro cara a cara y a solas el domingo en San Pablo y televisado por Bandeirantes de los dos rivales que disputarán la presidencia de Brasil en el balotaje del 30 de octubre no luce como un argumento definitivo a favor de esa justificación. El enfrentamiento organizado por el Grupo Bandeirantes, TV Cultura, UOL y el diario Folha de S.Paulo empezó a las ocho de la noche, estuvo dividido en tres bloques, y los dos adversarios circulaban libremente por el escenario mientras peroraban o debatían. El formato permitía observar mucho más, y mucho mejor, a la izquierda y la derecha del Brasil en movimiento, o a sus convenidas encarnaciones contemporáneas.
Luiz Inácio Lula da Silva, dos veces presidente, candidato del Partido de los Trabajadores (PT), ganador de la primera vuelta, y ganador según sondeos y análisis, aunque por pocos puntos, de este debate, poco se distinguió estructucturalmente del presidente candidato Jair Messias Bolsonaro, seis millones de votos por abajo de él el 2 de octubre. Uno y otro se consideraron merecedores de ser el próximo presidente de Brasil porque su adversario era culpable de un crimen pasado imperdonable. El ex capitán del Ejército y el ex obrero, el ex diputado y el ex sindicalista, el paulista devenido carioca, y el nordestino devenido paulista, no parecen haber perdido ni una sola intención de voto propia. Y Lula sigue gozando de las preferencias decisivas según los sondeos cotidianos de IPEC y Datafohla.
Cruz y clavo del debate, dos cristianos que acusan a dos inocentes, o viceversa
La discusión circuló por las curvas en torno a los dos focos de una elipsis.
El primer foco fue la crisis sanitaria y la gestión federal de la pandemia. De sus muchas muertes evitables Bolsonaro se declaró irresponsable, ajeno al virus que la causó y e impotente como todo mortal ante la Naturaleza. El tema ocupó la primera mitad del debate, con protagonismo de Lula.
La segunda mitad de la confrontación, con simétrico protagonismo de Bolsonaro, estuvo ocupado por el problema de la corrupción. Lula se declaró irresponsable, ajeno a personas y mecanismos que la hicieron crecer en los partidos, empresas y poderes del Estado. Pero el ex presidente petista destacó su actividad para impulsar, desde el Ejecutivo, las medidas que dotaran a la Justicia y a la Administración de instrumentos ágiles e independientes de saneamiento y control. Lula se presentó a la vez como primer motor de la cruzada Lava Jato, que puso fin a la cartelización de la obra pública liderada por la constructora Odebrecht y a la financiación de la política con fondos de la petrolera estatal, y como primera víctima del activismo judicial politizado, que abusó fraudulentamente del nuevo marco legal que había reforzado las garantías de independencia del fuero federal para perseguir antes que a otra fuerza al PT y antes que a otro político a Lula, referente y fundador. El ex juez federal Sérgio Moro, que desde Curitiba procesó, juzgó, y encarceló a Lula, estaba en el estudio de Bandeirantes, entre los asesores de Bolsonaro en el debate, en 2019 había sido el primer ministro de Justicia del primer gabinete del presidente candidato.
Las dos velocidades y las dos longitudes de dos pasados pesados
“Ni Usted ni yo, señor Lula, somos novatos, ya los dos fuimos presidentes”, intercaló Bolsonaro en un giro concesivo del enfrentamiento. La experiencia de Lula, sin embargo, es mucho mayor, más rica, más accidentada, pero también más impersonal.
Es la séptima vez que Lula se presenta a elecciones como candidato presidencial de un partido que él fundó, el PT. Es la segunda candidatura presidencial de Bolsonaro, que busca la reelección. Cada vez fue con partidos diferentes, ocasionales (el extinto Partido Social Liberal en 2018 y el Partido Liberal en 2022) que no creó, y que, maleables, dúctiles, pragmáticos, adecuaron su orientación ideológica previa a la incorporación de un candidato ganador. Lula ganó las dos últimas presidenciales a las que se presentó, ambas en balotaje. Bolsonaro la única, y última. Desde que fueron elegidos presidentes, nunca fueron derrotados.
El pasado de Lula incluye también la presidencia y media de su sucesora Dilma Rousseff, depuesta en el impeachment de 2016 en el cual Bolsonaro, sin mayor protagonismo en el procedimiento de juicio político, ganó exposición massmediática por las declaraciones que acompañaron a su voto, en las que defendió el derecho de las familias a decidir sobre la educación sexual en la escuela pública y reivindicó a la dictadura militar como modelo de ley y orden a toda costa, tortura policial incluida.
De Venezuela a la pedofilia, un camino de ida (y vueltas)
En el día anterior, el defensor de la famila, la tradición y la propiedad había vivido una jornada en la que sumó, a las denuncias en su contra, la de 'pedófilo'. Bolsonaro había comentado el viernes, entrevistado por un podcast derechista, que en una visita en moto por las 'villas' de Brasilia, vio a dos adolescentes venezolanas, “bonitas”, en palabra del Presidente candidato, de 14 o 15 años, llegadas huyendo de la miseria de su país. Conversó con ellas un poco, le contaron que se arreglaban “para ganarse la vida”, de lo que llegó a inferir que probablemente se dedicaran a la prostitución como modo desesperado de sobrevivir.
La campaña del PT acusó de pedofilia al Presidente, y de no haber informado a la Justicia y a organismos competentes de la situación de vulnerabilidad en la que se habrían hallado las menores. La campaña de Bolsonaro dio precisiones, el hecho databa de 2020, difundieron un video de la época. El sábado 15, anterior al debate, gastaron 145 mil reales en avisos de campaña difundidos en las redes informando “Bolsonaro não é pedófilo”. El propio Bolsonaro hizo una transmisión en vivo en la madrugada del sábado para ofrecer explicaciones sobre los detalles del asunto y desmentir dobles sentidos lúbricos a su expresión “pintou um clima” con las “menininhas bonitas”. El Tribunal Supremo Electoral (STE) prohibió a la campaña oficial del PT utlizar la entrevista donde Bolsonaro habla de las “meninas”: la divulgación “no puede ser tolerada por esta Corte, notablemente por tratarse de una noticia falsa divulgada antes de la segunda vuelta de la elección presidencial”. En el debate, Bolsonaro no desistió, pese al mal paso del que apenas salía, de su rutina de ejemplificar con Venezuela y Nicaragua los abismos de la humanidad comunista y descreída, donde se hundirá Brasil si vota por Lula.
El episodio del sábado explicaría, según la opinión más repetida, la mayor fatiga de Bolsonaro en comparación con la performance de su septuagenario rival, de 76 años, a lo largo del debate. Acentuado el cansancio, o más visible, al final del debate, cuando, saliéndose de tema con habllidad, Lula lo arrinconó con preguntas sobre Amazonia. Y Bolsonaro respondió con el lugar común de que la internacionalización de la selva, su declaración de patrimonio común de la humanidad, significaba pérdida de soberanía nacional para Brasil. Menos cansancio demostró Lula al no disminuir la frecuencia en el hábito, que se reconoce como más característico de su contrincante, de descalificar lo que le dicen descalificando a quien lo dice: Bolsonaro, repitió una y otra vez el candidato del PT, es un “mentiroso”, un “caradura (cara de pau)”.
Los caudillos y los doctores
A diferencia de todos los restantes presidentes brasileños elegidos desde el fin de la dictadura, Lula y Bolsonaro no tienen diplomas universitarios ni educación superior. Sus predecesores respectivos en la presidencia no sólo eran universitarios, académicos, especialistas y técnicos destacados en sus áreas, sino intelectuales públicos con prestigios personales sólidos ganados por fuera de sus carreras políticas. Como economista y científico social, el buen nombre de Fernando Henrique Cardoso tiene prometida una fama menos oxidable que la del líder que acabó con el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB). Michel Temer es un jurista y profesor de Derecho Constitucional; fue el autor más citado, por su doctrina, en las sentencias del Supremo Tribunal Federal (STF) en los primeros veinticinco años de la transición democrática.
Ni Lula ni Bolsonaro exhiben la altanería tecnocrática o el didactismo magisteril que volvió antipáticos a José Sarney, a Dilma Rousseff, al propio FHC, ante una parte del electorado. Están igualados en eso, como en una penuria conceptual pareja. En el último debate presidencial antes de la primera vuelta, la candidata ex bolsonarista Soraya Thronicke, no sin perfidia, apuntó que los dos favoritos a ganar eran ni-ni: ni estudian, ni trabajan. Todo cuanto los empareja ni los inhibe politicamente, ni iguala en la indiferencia a las candidaturas: hay mejor y peor. Pero vuelve menos útiles los debates para ahondar en cuánto los separa, y separa a lo que sería un 2023 con o sin Lula.
AGB
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