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opinión

Argentinos

Carlos Salvador Bilardo y Diego Armando Maradona

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Desde hace un tiempo se habla de “nuevas masculinidades”. En algunas ocasiones escribí artículos sobre el tema. A veces a favor de la expresión, otras no tanto, porque la idea de lo “nuevo” no me convence. Luego, porque me pareció importante distinguir entre la deconstrucción (del machismo) y la destitución (de la masculinidad).

Sobre estos temas conversé con diferentes interlocutores, no siempre de acuerdo y en este último tiempo creo que sé por qué. Escribimos desde distintos puntos de vista. No es lo mismo escribir sobre masculinidades, en una crítica al modelo hetero-normado tradicional, como la vía de restitución de la represión forzosa de la homosexualidad, que hacerlo como un cuestionamiento desde el interior de la experiencia heterosexual (por ejemplo, a la seducción compulsiva, etc.).

No obstante, ninguno de estos puntos de vista es el mío en sentido estricto. En el último tiempo, me di cuenta de que yo escribo sobre masculinidad como padre de hijos varones. Por supuesto que este punto de vista incluye algo de los otros que mencioné, pero no es lo prioritario. No escribo pensando en mis vivencias de niño o adolescente (no directamente), sino que pienso en lo que siento cuando los veo crecer a ellos.

Hace un tiempo que mi hijo Joaquín juega en Argentinos Juniors. De este club es que viene el título de la nota. Lamento si esperaban una reflexión general sobre la vida en tiempos de elecciones o la esencia patria. No. El título proviene de la camiseta que mi hijo usa los domingos por la mañana.

No es fácil ir a ver un partido de Futsal. Para mí el fútbol ya no es algo mío. Dejé de ser fanático de este deporte cuando me interesé en otras cuestiones; pero si recobré el entusiasmo, fue por mis hijos. Ahora les toca a ellos ser los fanáticos, yo me las arreglo bien como espectador; pero como dije, no es fácil ver un partido de esta categoría. Las plateas se calientan. Muchos padres se olvidan de que son niños los que juegan.

Por suerte, el entrenador tiene buena memoria. En estos últimos meses disfruto de escuchar cómo le habla a los chicos. Algunas de sus frases son graciosas. En un partido en que íbamos perdiendo, empezó a los gritos: “Por favor, empecemos a jugar al fútbol” o bien cuando uno en la cancha se quejaba, le espetó: “Dejá de quejarte, que al fútbol se gana haciendo goles”.

Pongo esto dos ejemplos, pero solo para situar que muchas veces las frases de un entrenador son prescriptivas. Está ahí para dirigir. También para corregir. El vínculo del jugador con el entrenador tiene que ser viril, necesita a veces del grito, de la insistencia, de la puesta a prueba. Y para un chico muchas veces no es fácil, pero ¿se lo puede pedir menos sin dejarlo afuera?

Pienso en un partido que fue especialmente difícil. Por un arbitraje problemático, en las tribunas estábamos enardecidos. El entrenador le gritó a los padres: “Acá vienen a alentar, no a pasar factura”, frase breve y certera; pero el partido estaba en llamas, los chicos se estaban pegando adentro de la cancha y el árbitro estaba perdido. Ninguno de los dos equipos quería perder, ambos querían hacer ese gol que salva el día.

Finalmente ganamos. Cuando fui para el baño, me encontré con un compañero del equipo de mi hijo que se secaba unas lágrimas. Me partió el alma. Quería decirle algo, pero no me salió más que felicitarlo. ¿Le serviría? Lo dudo, pero me quedé pensando en la especial presión que sintieron ese día en la cancha.

En la semana pensé que el fútbol es cruel. Pensé en las carreras de caballos y en el modo en que estos son un poco víctimas sacrificiales. También pensé en que no ocurre lo mismo cuando el chico que está en la cancha tiene a su papá en la tribuna cuando está solo. Sé que de alguna manera, uno cumple una función protectora.

Luego pasaron los días y reflexioné sobre cómo ese vínculo de exigencia también puede ser una referencia, algo en lo que apoyarse, la única vez en la que algunos chicos se encontraron con alguien que esperó algo de ellos. En el fútbol vos podés hacer todo mal adentro de la cancha, tener un día horrible, que te insulten desde todas las tribunas, pero tu entrenador no te va a soltar la mano.

Me preguntaba este tiempo si la revisión crítica de las instituciones masculinas, las especialmente viriles –es decir, aquellas que funcionan con verticalidad y requieren de la demostración de fuerza como vía de validación–, al punto de llegar a su progresiva destitución, no priva a los chicos de tener que atravesar una experiencia en la que, a través de fallar, puedan adquirir una potencia.

Si sos varón, alguna vez, todos te van a insultar. Si sos varón, alguna vez, te vas a caer y te van a gritar para que te levantes rápido y sigas. Si sos varón, vas a querer llorar y si bien hoy sabemos que llorar no te hace menos varón, vas a dejar de hacerlo y vas a salir de nuevo a la cancha, en la que no están papá ni mamá para cuidarte.

Desde hace algún tiempo, cuando estoy triste a la hora de irme a dormir, cierro los ojos y lo veo a mi hijo Joaquín parado en la cancha, con esa forma particular que tiene de pararse, con el brazo en jarra y la palma invertida sobre la cintura. Y cuando hace un gol y vuelve al trote hacia el círculo del medio, yo siento que Dios se acordó de mí.

LL

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