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Opinión

Bailar arriba de un elefante

Nanni Moretti, director y protagonista de "Lo mejor está por venir".

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Nunca fui fanática de Nanni Moretti. Su estilo, siempre irónico, que está todo el tiempo marcando que es consciente de que todo film es un artificio y que construye la propia narración como señalando al espectador “esto es una película”, me parecía una coartada autoral. Siempre pensé que hay que contar con convicción. La ironía es una forma de distancia, y por lo tanto, algo así como una autoprotección. Pero no deja de ser una protección simulada: aunque los autores digan las cosas con una pose de no creérselo demasiado, finalmente, igual terminan de cara al mundo. Recuerdo que su película “Caro Diario” que causó sensación cuando fue estrenada, no me impresionó demasiado. Reconozco, eso sí, que la escena de Moretti en “Aprile” rogándole a Massimo D’Alema a través de la pantalla de televisión: “D'Alema di' una cosa di sinistra, di' una cosa anche non di sinistra, di civilità. D'Alema di' una cosa, di' qualcosa”, sintetizó impecablemente el sentimiento de derrota que muchos sentimos con el ascenso de las diversas variantes que fungieron como legitimación de la utopía tecnocrática del “capitalismo con rostro humano” bajo las genéricas “Terceras Vías” de centroizquierda en los noventa.

Con poco entusiasmo y a regañadientes accedí a ver su última película, “Il sol dell’avvenire” (Traducida como “Lo mejor está por venir” en Argentina). Su afiche, con la imagen de Moretti andando en patineta eléctrica, parecía preanunciar largos tramos de Moretti recorriendo Roma en un vehículo de dos ruedas. Debo reconocer que estaba equivocada, muy equivocada. No sólo la película me pareció divertida y humana, sino que su final me impresionó como el mejor manifiesto artístico-político en años. 

(Lo que sigue son, como se dice ahora, spoilers. Aunque no comprendo el supuesto de que ignorar el fin de un libro o una película es una condición sine qua non para disfrutarla, cumplo en advertir que quien no desee que le revelen el final de “El sol del porvenir” debería dejar de leer en este punto.)

La película recurre al antiguo truco de narrar la filmación dentro de una filmación. Giovanni, el director protagonista (obviamente, Moretti) está tratando de terminar una película sobre el impacto en el Partido Comunista Italiano de la represión soviética a los levantamientos populares de 1956, más específicamente, la represión sangrienta al levantamiento en Hungría. Al mismo tiempo, el director se enfrenta a la súbita pérdida de financiación (su co-productor vive en el set a escondidas), al abandono de su esposa y productora de 40 años que no soporta más sus quejas, al ascenso de los cineastas jóvenes que buscan “adrenalina” en la violencia, y el rechazo de los ejecutivos de Netflix que le piden “a ‘what the fuck’ moment’” dentro exactactamente de los primeros dos minutos de la película y actores salidos de un “star system” del que Italia (según dicen), carece. 

La historia de la película es simple: sigue a dos personajes, Ennio y Vera, las  autoridades del comité del Partido Comunista de un barrio industrial de posguerra. Los comuneros del partido viven para la política y hacen cosas por su comunidad: logran instalar el tendido eléctrico e invitan a un circo húngaro para deleitar a los niños en solidaridad entre naciones obreras. La primavera de Budapest estalla mientras el circo está en Italia; anonadados, italianos y húngaros ven las imágenes de los tanques disparando contra los jóvenes sublevados. El conflicto es éste: las autoridades del poderoso PC nacional italiano (el partido comunista por ese entonces más sólido de Occidente) exigen respaldar a la dirigencia soviética, pero una mayoría de los militantes barriales (encabezados por la idealista Vera), le exigen al Ennio ponerse del lado de los sublevados y romper relaciones con Moscú. 

La historia original, según Giovanni (o sea Moretti) debía ser una denuncia trágica de la verdad histórica: incapaz de resolver la contradicción entre su lealtad al Partido al cual había dedicado su vida y las demandas de justicia y solidaridad de sus vecinos y camaradas, además de su amor por Vera, Ennio se suicidaría. Este suicidio, dice Giovanni repetidamente, era el corazón de la historia: ¿acaso no fue así la verdad? ¿No fue 1956 la primera de una serie de traiciones y derrotas históricas de la izquierda democrática? ¿No fue el momento en que las utopías se revelaron como imposibles?

Pero la resolución del film es otra. La voy a contar con algún detalle, porque lo vale. Cuando están todos preparándose para filmar la escena del suicidio de Ennio, Giovanni/Moretti (que ha sido abandonado por su mujer y rechazado por Netflix), mete la cabeza en la horca para mostrar el movimiento y se queda ahí por varios minutos. Su casi ex esposa y su equipo comienzan a preocuparse. Pero, finalmente dice: “No, no lo haremos así, está mal”. 

Decide no terminar así la película. El final filmado repudiará la verdad histórica. Ennio publica un manifiesto exigiendo al PC nacional que denuncie la represión soviética. En la escena final suena música, todo el elenco comienza a marchar por las calles cantando y bailando; obreros comunistas, artistas de circo, el director, su esposa, su hija, su marido. Vuelan globos y cintas de colores, y los actores que hacen Ennio y Vera cantan y se abrazan sentados sobre un elefante del circo. Se suman a la marcha triunfal actores, actrices y directores históricos y actuales del cine italiano. Un texto nos informa que en 1956 el Partido Comunista Italiano, luego de escuchar a las bases, rompió con la Unión Soviética, y llevó adelante una utopía de felicidad para el pueblo.

Tal vez sea que yo ya no tengo la soberbia del juicio propia de la juventud, o tal vez sea que Moretti eligió contar esta escena sin ninguna ironía protectora, pero este final me conmovió profundamente. Hoy también es un momento en que es muy difícil sentir optimismo; las instituciones en las que creíamos se desvanecen en el aire y cualquier utopía parece imposible. Frente a eso, ¿qué hacer? Moretti nos dice: sólo se puede salir a bailar. Buscarnos, reírnos, abrazarnos. Bailar, hacer música, contarnos historias que nos hagan felices, aunque no sean “razonables”, aunque vayan en contra de la “verdad histórica” y en contra de lo que hoy “sabemos” es inevitable. Recuperar nuestras tradiciones al mismo tiempo que nos reímos de ellas y las hacemos desfilar disfrazadas. Salir a las calles para bailar y cantar. Hacerlo aunque la razón nos diga que es imposible o (peor aún) que no es efectivo, que no es pragḿatico, que no es lo que hay que hacer, que hay que aceptar lo que es. En definitiva, hoy los análisis y los datos son secundarios. Lo que necesitamos es música, amigos y un elefante para bailar sobre él, aunque sólo sea por un rato. 

MEC/DTC

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