El cálculo sin audacia
Más importante que la renuncia de Mauricio Macri a postularse como candidato en las próximas elecciones fue el tono de su discurso. En el video en el que anunció su paso al costado, el líder del PRO habló en contra de las personalidades mesiánicas y a favor del “trabajo en equipo” en una referencia clara a Javier Milei, pero que también puede perturbar a Patricia Bullrich.
Macri es consciente del rechazo que provoca en una parte considerable de la sociedad. Sus adhesiones se parecen más a las de un referente del oficialismo en decadencia antes que a las de un opositor en ascenso. En múltiples encuestas, un 60% de los consultados afirma que “nunca lo votaría” y el rechazo a su figura en la estratégica provincia de Buenos Aires arroja cifras ruinosas.
Es relativamente lógico. Macri fue el primer mandatario de la última etapa democrática argentina que fracasó estrepitosamente en su intento reeleccionista. Tenía todos los fierros del Estado en su poder (la Nación, la provincia de Buenos Aires y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, entre otros), el aparato mediático-empresarial de su lado y un Poder Judicial adicto. Además, contaba con el apoyo de las principales potencias del mundo, comenzando por Estados Unidos que fue determinante para el préstamo histórico del Fondo Monetario Internacional que financió su agonía. Pese a todo, igualmente fue derrotado. Los gobernantes anteriores que fueron por un segundo mandato: Carlos Menem en 1995 y Cristina Fernández de Kirchner en 2011 alcanzaron ese cometido y lo hicieron con holgura.
Sólo la catástrofe en el terreno económico-social de la administración de Alberto Fernández y el festival de internas en el que se transformó el Frente de Todos con la ruptura de todos y cada uno de los postulados de su contrato electoral puede explicar la “resiliencia” de Macri en la política argentina.
Pero, además de su situación personal, Macri tuvo en cuenta el escenario de conjunto: un trabajo reciente de la consultora Synopsis da cuenta de que Horacio Rodríguez Larreta sería el único dirigente de Juntos por el Cambio que ganaría en segunda vuelta contra el FdT si el candidato fuera —por ejemplo— Sergio Massa. El mismo estudio asegura que Patricia Bullrich perdería frente el actual ministro de Economía.
Estos números estuvieron sobre la mesa en el encuentro de poco menos de una hora que Macri tuvo con Rodríguez Larreta en el Tenis Club Argentino de Palermo del viernes pasado.
Macri comparte con Bullrich un incómodo lugar en el escenario político-electoral: pueden ser los preferidos para el núcleo duro de la base de sustentación del PRO y —al mismo tiempo—, los peores candidatos para una elección general o para un eventual balotaje. Cristina Kirchner conoce muy bien esta paradoja porque ya estuvo ahí.
La ausencia de Bullrich en la fiesta de casamiento de María Eugenia Vidal con el empresario Enrique “Quique” Sacco fue leída como otra señal de hacia dónde se inclinan las preferencias en el principal partido de la coalición opositora porque la interna —como el diablo— también está en los detalles. Lógicamente, sosteniendo a la camaleónica referente del protobolsonarismo local dentro de la coalición porque alguien tiene que obturar las eventuales fugas hacia Milei.
El allanamiento a la candidatura de Jorge Macri en la Ciudad de Buenos Aires —centro de gravedad y kilómetro cero del PRO— está entre las condiciones que pone el expresidente. La bajada del larretista Emmanuel Ferrario de la carrera por la Jefatura de Gobierno acerca posiciones con el actual jefe de Gobierno porteño.
Lejos de la “grandeza”, la “sabiduría” o la “humildad” que comenzaron a atribuirle desde distintos ámbitos los impresionistas de siempre, el factor que empujó la decisión del expresidente fue el mismo que motorizó toda su carrera política y empresarial: el cálculo.
El mesianismo político caracterizó a los liderazgos de las dos últimas coaliciones tradicionales: Macri pensó que su mero arribo al poder cambiaba todo, se produciría la inevitable “lluvia de inversiones” y una catarata de empresarios internacionales aterrizaría en el país para integrarlo al mundo; el peronismo unido consideró que su llegada a la administración de gobierno en sí misma era garantía de orden ya que se suponía con la capacidad “innata” para surfear cualquier crisis. Como dijera Borges, cometieron la insensatez de “aferrarse al mágico sonido de su nombre”.
Las renuncias cambian las formas, pero no el contenido: si antes pensaban que su mera presencia modificaba el escenario, ahora consideran que sus renunciamientos “históricos” alteran radicalmente el panorama y permiten un reordenamiento espontáneo.
Sin embargo, cuando nos despertamos, la crisis de liderazgo y de representación política todavía estaba allí.
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