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Opinión

Cantos y mantos: sobre el “escándalo” de los cánticos en la misa in memoriam del sacerdote Mauricio Silva

La misa in memoriam del sacerdote y barrendero Mauricio Silva

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No me gustó escuchar el canto “la patria no se vende” que se produjo en el marco de la conmemoración del asesinato del sacerdote y barrendero Mauricio Silva, ultimado el 14 de junio de 1977 por la dictadura genocida y vendepatria, esa misma dictadura que hoy oficialistas desmemoriados reivindican, infectando a nuestra juventud de una intolerable apología al terrorismo de Estado. 

Entiendo que fue un grupo de personas que se exaltaron y entonaron ese canto como sucedió anteriormente en otra celebración. Lo repito: no me gustó el video que vi. No me parece adecuado, puede ser irrespetuoso, la misa es para todos. Muchas veces me tocó sufrir gestos y palabras que eran claras alusiones político-partidarias en la Iglesia, recuerdo particularmente una ocasión en el Monasterio Trapense donde se dirigieron particularmente a mí. Es muy feo. No corresponde. 

Por ese hecho, todas las autoridades eclesiales pidieron disculpas. Disculpas más proporcionadas a la “indignación elegante” de los medios que a la gravedad del hecho. Desde luego, esas imágenes generaron “escándalo” y le dieron un excelente pretexto a los que detestan el mensaje del Papa Francisco. Lo que se busca tapar con el aprovechamiento de un error es el magisterio del Santo Padre, sus enseñanzas en torno al Evangelio para el momento actual. No se puede callar cuando arrecia la exclusión e injusticia. No se puede aceptar la cultura del descarte… sea de leche en polvo o de personas. 

En relación al hecho en cuestión, quisiera hacer dos comentarios.

El primero es sobre el origen de la frase “la patria no se vende”. Efectivamente, está inspirada en la carta del Papa Francisco en la conmemoración del bicentenario de la independencia, hace ocho años. Insisto: el cántico en la misa no es la forma, pero el contenido del canto debería grabarse en el corazón de cada argentino frente a toda acción que disminuya la soberanía nacional y agreda al pueblo en sus derechos ciudadanos. Les recomiendo la reflexión completa, pero les dejo un párrafo: “Los argentinos usamos una expresión, atrevida y pintoresca a la vez, cuando nos referimos a personas inescrupulosas: ‘éste es capaz hasta de vender a la madre’; pero sabemos y sentimos hondamente en el corazón que a la Madre no se la vende, no se la puede vender... y tampoco a la Madre Patria.” 

El segundo es sobre la doble vara no solo de los medios sino de muchos obispos: ¿qué es más grave, un grupo de laicos entonando un canto inadecuado para una misa o un Obispo bendiciendo la imagen de la Virgen del Valle con la cara de Javier Milei estampada en su manto? Porque esta instrumentalización política de una de las devociones populares más importantes de nuestro país pasó completamente desapercibida. ¿Qué hubiese pasado si en el manto de la Virgen la imagen que aparecía era la de Cristina Kirchner, Axel Kicillof o Juan Grabois? Se hablaría hasta hoy del tema. Pero en aquella ocasión ¿Se pidieron las mismas disculpas, se condenó de igual modo, se indignaron tanto los medios de comunicación? No. Vean la foto. Veamos todo. Digamos todo.  

Espero que la “indignación elegante” que aparece ahora con toda su artillería frente a una grosería no acobarde a ningún cristiano –laico, religioso, obispo– en su denuncia activa a las injusticias sociales que afectan a los más vulnerables. Espero que todos pongamos el corazón junto a los que tiene grabado el rostro de Jesús en su mirada: los pobres, los últimos, los lastimados. 

Recuerdo cuando Bergoglio, siendo obispo de Buenos Aires, alzó su voz ante la injusticia junto a los esclavizados y excluidos –durante los gobiernos de Néstor y Cristina y también de Macri– y eso le costó la enemistad de varios. Él no tenía miedo ni de los medios, ni de las operaciones. No tuvo miedo tampoco cuando Milei lo acusó de ser el enviado del maligno por predicar la justicia social, ni en cada ocasión que algunos medios y periodistas sobreinterpretaban cualquier gesto, cualquier foto, cualquier amistad, cualquier palabra para denigrarlo, difamarlo e intentar ubicarlo dentro de grietas partidarias.

Bergoglio primero, Francisco después, son el ejemplo vivo del coraje profético. Él puede cenar con cualquiera de nosotros –publicanos y pecadores, ladrones, prostitutas o banqueros–, puede sonreír junto a Milei o Kicillof, puede conversar con cartoneros o reyes, puede usar palabras inconvenientes para la hipocresía progresista o la tilinguería conservadora, puede bromear, puede llorar, puede enojarse… pero nunca va a dejar de levantar la voz por los pobres de la tierra y por la tierra de los pobres. 

JG/DTC

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