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Escala humana

La ciudad de los cables, estética del fracaso

La esquina de Congreso y Ciudad de la Paz, en el límite entre Belgrano y Núñez.

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Un caos de cables cuelga entre los postes, se divide en lianas que nutren más marañas, cruzan la calle, forman círculos, tapan cielos o ventanas. Algún cable queda suelto, un origen sin destino. Un par sostiene palomas o claveles del aire. Alguno lleva una rata a un balcón. No es un barrio informal: es Ciudad de la Paz y Congreso, el límite entre Belgrano y Núñez.

Todos los días vemos esos cables, poco recordamos quiénes lo instalan o por qué lo hacen ahí. Pero muchos tenemos WiFi o tele por cable en casa y sabemos que la conexión termina en ese enjambre. Yo misma ignoraba hasta esta columna que hace tres décadas había una norma que los mudaba bajo tierra. Pronto descubrí que es más fácil desenredar esa madeja cableada que la de sus actores, leyes y responsabilidades.

No es sólo la contaminación visual que limita miradas, oculta fachadas detrás de sus postes o arruina fotos de la ciudad argentina más turística. No es sólo que esos postes pueden complicar la accesibilidad. No es sólo que una tormenta tira uno y se cae un servicio. El problema del cableado aéreo es todo eso pero, sobre todo, es su terquedad. La caída de un plan que buscaba exterminarlo. Y el hecho de que recién puedo escribir esto ahora porque ya no trabajo en un multimedio con telcos.

En red o enredados

Pese a su omnipresencia, hay poca información sobre el cableado aéreo. Por eso les pregunto a todos los historiadores porteños que conozco. Al final quienes llegan a mi rescate son el licenciado en Diseño del Paisaje Fabio Márquez (@paisajeante) y el arquitecto Marcelo Magadán, especializado en restauración de edificios históricos. 

Márquez recuerda cómo, en el 83, el cableado de TV fue avanzando desde el norte del Gran Buenos Aires hacia la Capital Federal. Magadán suma que, antes de ese tendido, había uno telefónico y otro de telegrafía que vinculaba edificios. Entre los setenta y los ochenta, la falta de líneas telefónicas era tal que se montaban sistemas “punto a punto” entre distintas oficinas de una misma empresa. Una década después llegaría la regulación de avanzada que buscaba matar ese tendido aéreo. Al final a la que mataron fue a esa regulación.

Paradójicamente, hace un siglo estábamos más evolucionados en este aspecto. El servicio de electricidad domiciliaria se iba soterrando a medida que avanzaba la urbanización. En esos tiempos era más sencillo el proceso, porque la ciudad estaba en desarrollo, ampliando sus avenidas y construyendo nuevos modelos de calles, con el subsuelo absolutamente libre, como bien recuerda Márquez. Pero, además, era un tendido muy distinto al de las telcos, porque iba pegado a las fachadas por encima de la planta baja. 

Era por abajo

El marco normativo es mucho más limitado que el tendido que pretende regular. Por eso hay cada vez más cables surcando el cielo porteño. Y, por eso, los millones de hilos de cobre están siendo reemplazados por fibra óptica sin cambiar su aérea ubicación.

La ordenanza que exigía soterrar el cableado, la 48.899, estuvo vigente hasta inicios de 2006. Decía que el tendido aéreo tenía que pasar a ser subterráneo o ir por los pulmones de manzana en un plazo de entre 12 y 36 meses según la zona. Fue desbancada por la ley 1.877, que prohíbe los cables aéreos sólo en el Casco Histórico y el Microcentro, aunque igual incluso ahí sigan existiendo. 

Esa ley también proyectó que se instalaran cables subterráneos para nuevos prestadores pero “contempló la continuidad del tendido aéreo para el caso de las redes que ya había y estaban operativas”, me apunta Diego Varela, asesor jurídico en Telecomunicaciones, al que recurrí para chequear que yo estuviera interpretando bien la maraña legal. 

En otras palabras: se les permitió seguir arriba a los tres prestadores de TV por cable de mayor antigüedad. Si eras nuevo, tenías que instalar tus redes sólo por abajo, y con la correspondiente autorización. Esto último tampoco pasó.

Mientras tanto, el Código Urbanístico prohíbe cables aéreos sólo en algunas zonas, como las Áreas de Protección Histórica (APH). Y la reciente resolución 459 sobre apertura de vía pública habla poco de este tema: apenas establece que el Gobierno porteño –si quiere– puede pedir proyectos de soterramiento de redes aéreas donde se hagan obras públicas.

Ahogada la pretensión de que grandes empresas usen parte de sus millones para soterrar, lo único que nos queda es el control del tendido existente. El lugar que ocupan esos cables también es espacio público, y no sólo el tramo aéreo sino las columnas que lo encauzan. El control de ese espacio está a cargo de la Dirección General Fiscalización de la Ciudad. El Ente Nacional de Comunicaciones (ENACOM) entra recién cuando se afectó la calidad del servicio. Y, cuando lo hace, sólo puede intimar a regularizar. 

Mientras tanto, se acumulan los reclamos, que en el mejor de los casos terminan en una resolución particular. Ya son 350 los que recibió por este tema el Ente Único Regulador de Servicios Públicos de la Ciudad en lo que va del año. Son por cables cortados, cajas abiertas o columnas caídas, torcidas, demasiado bajas o con agujeros por corrosión. En esos casos, el ente labra actas al Gobierno de la Ciudad y a la empresa involucrada, pero no puede hacer mucho más.

Esta maraña de normas y cables es otra forma que tiene la ciudad de gritar negociado y precariedad. De decir “Lo atamo’ con alambre” de manera literal. De pincharles el globo a los que señalan europeidad al mirar nuestras cúpulas, pero se encuentran con la interferencia de una enredadera eléctrica. “Tercermundismo”, dirá más de uno, pero en otros puntos de la región hay programas para deshacerse del tendido, al menos del que está en desuso, como los de la Municipalidad de Salta y los Gobiernos de Chile y Perú.

Cuánta falta hace pensar cómo protegernos de este uso arbitrario del espacio público, hecho por privados y sin consentimiento. Es la paradoja de vivir en una ciudad con poder y recursos como para poder dedicarle a la infraestructura grandes esfuerzos, que al final terminan arruinados por no hacer escuchar todos sus derechos.

KN/DTC

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