¿Por qué la ciudadanía chilena llega distraída a la cita electoral más importante en treinta años de democracia?
En la tercera fecha asignada a unos comicios cuya celebración fue postergada dos veces por el gobierno de Sebastián Piñera invocando la pandemia, realizados en jornadas electorales de horario extendido y a lo largo de dos días para amortiguar los contagios, el electorado chileno elegirá 138 convencionales (649 son mujeres y 629 varones) entre 1.373 candidaturas, a lo que se sumarán 17 convencionales que deberán escogerse entre 90 candidaturas y que darán representación a los pueblos originarios. Ciento cincuenta y cinco convencionales, reunidos en Asamblea Constituyente, sesionarán no menos de 9 meses y no más de 12 para redactar sin precondiciones, sin más límite que su libertad como representantes de la voluntad popular, una Constitución Nacional que sustituirá por entero a la aún hoy en vigencia, redactada durante la presidencia de facto Augusto Pinochet, y presentada con el visto bueno a cada artículo del General, en 1980.
En la misma mesa electoral, se eligen las autoridades para municipios (alcaldías y concejos deliberantes) y regiones (gobernaciones, por las que se vota por primera vez en un paso hacia el federalismo en un Estado unitario). Cada votante debe decidir su preferencia para cuatro cargos en cuatro elecciones entre un total de 1600 candidaturas de las cuales según los datos del Servicio Electoral más de la mitad son candidaturas independientes aunque asociadas a algún partido político en 70 listas distribuidas en los 28 distritos electorales. Según una encuesta de Ipsos Chile, sólo un 43% tiene la noción de que en los comicios de este fin de semana se votará para elegir cuatro cargos públicos, tres de los poderes constituidos y uno del poder más alto y superior, el constituyente. Un 32% no sabe el número de autoridades que se van a escoge.
Es la primera vez en el mundo que en la convocatoria a una Asamblea Constituyente se ha normado la paridad binaria, con listas 'zebra' que deben alternar masculino y femenino en la sucesión de candidaturas. También se ha normado una representación étnico-postcolonial que ordena la representación 'indígena' en una elección paralela pero simultánea, entre cuyas candidaturas eligen con su voto convencionales sólo quienes hayan definido previamente en el padrón su linaje pre-colonial. Esta representación, sobre datos censales, es proporcional con respecto al total de la población chilena, pero también busca serlo respecto al total de la población r de los nueve pueblos originarios reconocidos como tales, por lo que mapuches y aymaras son los más representados.
No es necesario resaltar que también es la primera vez que para una Asamblea Constituyente se votarán sus integrantes en una pandemia con cuarentenas y restricciones a la circulación ciudadana con más de un año de duración en el caso de Chile. Si algo puede decirse que ya se ha logrado en la superación de la herencia pinochetista es que el toque de queda, que marcó una década de la larga dictadura chilena (1973-1989) y repuesto por el gobierno actual, centroderechista, de Renovación Nacional (RN) con justificativos higiénicos de una profilaxis no estrictamente política sino sanitarista llegará a su fin, por una vez, el domingo, última jornada electoral, día para el que se ha abolido, volviendo a entrar en vigor el lunes.
El interrogante más inmediato es cuán alta será la participación electoral para elegir una Asamblea que tendrá poderes absolutos para elegir formas de gobierno y de estado para el destino futuro y en común de la nación. Si el piso es más bajo que la mitad más uno, estos número fertilizará y fermentarán horizontes futuros de rencor y desengaño sobre la legitimidad de la Asamblea cuya convocatoria pactaron el gobierno y los partidos de oposición como respuesta a las demandas de la protesta social -el 'estallido'- de 2019, ninguna de cuyas voces habló, ni tampoco votó, a la hora de la organización inicial y de la formulación plebiscitaria que aprobó con un 80% abrumador de los sufragios positivos. Pero ese porcentaje altísimo representa apenas a ese 51% que fue a votar, el resto no fue, por indiferencia, rechazo o dificultades en tiempos de Covid-19.
Violentamente reprimida por las fuerzas de seguridad y denegado todo su derecho a la existencia por el presidente Piñera, la fuerza de las protestas iniciadas por un doloroso aumento del precio del transporte, percibido no sin buenas razones como una crueldad innecesaria, hizo que el gobierno y la derecha iniciaran una fuga hacia adelante en la que están todavía hoy, sin resultado favorable a sus propósitos que tenga buen pronóstico claro. Para la protesta social, la Asamblea y la nueva Constitución eran relevantes ante todo en la medida que demostraran su utilidad en la satisfacción de sus demandas urgentes que pusieran coto o freno a las desigualdades imperantes en uno de los países más desiguales del planeta, pero no uno del los más pobres, eran un medio más, entre una panoplia, no un fin en sí mismo ni la gloriosa apoteosis de la democracia en la que Piñera buscó que toda la sociedad se embanderara, siendo él abanderado.
En la Asamblea, la necesidad de dos tercios de los votos para viabilizar cualquier decisión pone límites a todas las fuerzas: arduo arribar a dos tercios en acuerdos, si la una política está fragmentada y la convención reflejará una sociedad y electorado fragmentarios. La derecha decidió ir en una sola lista, unificada toda, y la centro izquierda va en más de una decena de listas, por lo tanto, el efecto que va a tener es que probablemente la derecha va a estar sobrerrepresentada en la Convención, dado que para el establecimiento de la proporcionalidad se estableció el sistema D'Hondt, que favorece a las listas sobre las candidaturas. Además favorece a la derecha que la elección coincida con la de autoridades de las alcaldías, y confían en un efecto de arrastre. Según las encuestas, obtendrán la reelección, porque son las caras visibles de la vacunación y de cualquier ayuda recibida durante la pandemia.
MF
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