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EEUU: magnicidio, autoridad, misterio y milagro

Donald Trump al momento en que el expresidente y candidato presidencial de EEUU baja del escenario en un mitin republicano después de que sonaran disparos entre la multitud, en Butler, Pennsylvania, el 13 de julio de 2024

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El predio del Butler Farm Show, en una pequeña localidad del condado de Butler del estado de Pennsylvania, se usa para ferias agrícolas y espectáculos artísticos y deportivos. Pero también para reuniones políticas como la del sábado 13 de julio. A partir de la 1.00 de la tarde pudieron ingresar miles de concurrentes que desde las 11.00 de la mañana hacía filan afuera y esperaban de pie para poder entrar. A las 17.00 iba a hablarles el aspirante republicano a ganar la presidencia en las elecciones del 5 de noviembre. Técnicamente, Donald Trump era todavía pre-candidato. Para ser candidatura oficial, toda fórmula debe ser proclamada por la Convención, de su partido y la Republicana empezaba el lunes 15 en Milwaukee, Wisconsin.

El fin excepcional de unas primarias republicanas sui generis

El acto del sábado 13 de julio donde atentaron contra la vida de Donald Trump era, de algún modo, el cierre de campaña de las primarias republicanas. De algún modo, porque en 2024 en la democracia norteamericana todo es karaoke, mímica, teatro o cumplida representación en las formas de fondos adelgazados y ya sin gravitación y aun significación propias. Las elecciones primarias son las  internas que cada cuatro años definen las candidaturas republicanas y demócratas entre las precandidaturas que pugnan por ella antes de las presidenciales de noviembre.

Este año de campaña hiperpersonalizada las primarias empezaron por ser testimoniales. Precandidatos y precandidatas que admitían o sabían que iban a perder contra Trump buscaban nada más, y nada menos, que hacerse oír y conocer. Pero no tardaron en esfumarse por completo dado el encolumnamiento detrás de Donald Trump y su contrincante demócrata Joe Biden. Y Nikki Haley, ex embajadora en la ONU, y la más creíble de las precandidaturas republicanas alternativivas, acabó por anunciar su apoyo a Trump.

Un sábado a la tarde en Pennsylvania, un acto de cierre con 32° a la sombra

Para ingresar al mitin republicano del sábado, cada asistente pasó por el detector de metales. La temperatura era de 32° cuando miles de votantes ingresaban a un espacio abierto y estival sin un solo árbol. Pennsylvania es uno de esos estados que en EEUU pueden votar de uno u otro lado del bipartidismo. Pero el condado de Butler es limpiamente republicano: en 2020 Trump fue derrotado  en las presidenciales pero aquí ganó con ventaja del 30% de los sufragios.

Con una hora de retraso, Trump sube al escenario a las 18.03, con “God Bless the USA” de Lee Greenwood como música de fondo y como ha sido habitual en esta campaña. Vestido de traje azul aunque sin la corbata de color republicano habitual en esta campaña, y casi siempre que usa camisa y corbata. Pero es rojo vibrante su sombrero MAGA (Make America Great Again).

A las 18.05 Trump empieza a hablar. Lo primero que hace es destacar el número de presentes y denunciar a los medios mainstream también presentes: “Querría que los fake media [las cadenas nacionales del televisión que están cubriendo el acto] muestren cuánta gente hay porque nadie querría creerlo si no [entre el público de esos medios]”. Después se lanza en un monólogo con todos sus temas. Los que cualquiera puede mencionar si le preguntan qué es el trumpismo: migración, crimen, proteccionismo. También, el más presente y priorizado desde el debate televisado con su rival demócrata: la debilidad de Biden y su propia fortaleza físico-mental comparativa.

De todas las afirmaciones de Trump en campaña, la que el atentado frustrado parece respaldar es la de su capacidad de reacción en situaciones imprevistas de peligro personal extremo. Y ninguna más extrema que el riesgo real de perder la vida. Según escribía en el siglo XVII el católico cardenal de Retz, memorialista de la aristocrática Guerra de la Fronda francesa, todo lo que lo hace pensar en el poder, lo aumenta: todo lo que hace creer en la fuerza, la acrece.

Qué conviene hacer (y ante todo qué no) a dos campañas en pugna

Después del atentado del que Ronald Reagan sobrevivió en 1981 cuando era una figura abundantemente detestada por la opinión pública, se oyeron llamados a la unión nacional tan generalizados y amplios, tan convincentes y, por qué no decirlo, sinceros, como para detener drásticamente la carrera a la impopularidad del presidente republicano.

Después del atentado del que Donald Trump sobrevivió el sábado cuando le dispararon en su mitin de campaña, las primeras reacciones de esa tarde llamaban a la unión y a la reflexión nacionales sobre un atentado cuyas causas debían buscarse, según quien fuera que convocaba a la paz, en los discursos de odio republicanos o demócratas.

El mismo sábado, el presidente y candidato presidencial demócrata Joe Biden atribuyó al odio el atentado del que sobrevivió el ex presidente Donald Trump, y propuso a su propia reelección el 5 de noviembre como cura o vacuna poco menos que infalible para un mal cuyo vector es el discurso de su contrincante el candidato presidencial republicano.

Las teorías de la conspiración fueron indetenibles pero no variadísimas. Un común denominador es el Servicio Secreto que demoró en descubrir a un francotirador que supo cómo situarse en posición óptima para disparar. Según los demócratas el magnicidio fracasado fue autogolpe del ex presidente en connivencia con agentes federales (es decir, empleados del Estado) afines con la ideología ultraderechista; según los republicanos connivencia del asesino fallido en acertar en su blanco por el azar de un mínimo movimiento de cabeza imprevisto. El propio presidente Joe Biden atribuyó al odio el atentado del que sobrevivió el ex presidente Trump, y propuso a su reelección presidencial como cura poco menos que infalible para un mal cuyo vector es el discurso de su rival.

El sábado, en Pennsylvania, ha ocurrido un milagro

En su última novela Los hermanos Karamazov (1880), Fyodor Dostoyevsky imagina la leyenda de un antiguo Gran Inquisidor católico al que atribuye este aforismo: el poder (en las autocracias de los monarcas españoles, de los zares rusos en Rusia) depende de la autoridad, del misterio y del milagro.

Autoridad le sobra a Trump. Y sobre Trump el misterio es originario (una figura que llega de fuera al GOP, el grandioso y antiguo Partido, y se adueña de él mágicamente, o irracionalmente, según tantas crónicas) y actual (tuvo sexo o no con una estrella de cine adulto cuyo silencio compró en 2016 un abogado, qué documentos secretos guardaba en Florida y por los cuales investigaba un proceso declarado nulo el lunes 15). Desde el sábado, Trump vive el milagro de su vigorosa supervivencia incólume. El lunes, en la Convención Republicana de Milwaukee, Trump eligió como vice y compañero de su fórmula presidencial a J. D. Vance, de 39 años, autor memorialista y best-seller con su libro Hillbilly Elegy desde 2016, católico cónverso desde 2019, senador por el estado de Ohio desde 2022, y gran escritor.

AGB

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