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Soy Gorda (esegé)
Narraciones

Romper con la obediencia

Estar gorda se ha establecido como algo negativo, cuando en realidad el tamaño del cuerpo no tiene un significado y carece de las asociaciones morales y sanitarias impuestas por la cultura en general.

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El Indice de Masa Corporal (IMC) es una fórmula que suena muy científica, porta autoridad, es una de las formas en que se presenta la verdad corporal en la mayor parte de los consultorios médicos o de nutricionistas al que acuden las personas. Un dispositivo que, como la balanza, simboliza el poder de la medida. Esto es algo que ocurre en la sociedad occidental y particularmente, en nuestro país, uno de los que más alto rankea en la cantidad de personas con trastornos alimentarios como bulimia y anorexia. La creó el belga Lambert Quetelet en 1832, buscando construir un parámetro de “normalidad” para las personas de piel blanca, desde el Colegio de Criminología Positivista, del que fue uno de los fundadores.

Hijo obediente de su tiempo, Quetelet sostenía que la gente negra, discapacitada y pobre era una especie separada de la civilización europea, y que en su condición salvaje debía ser esterilizada. Estaba obsesionado por encontrar el reflejo de las tendencias probabilísticas en las poblaciones. Sus estudios justificaron prácticas de eugenesia, que es la pseudo disciplina que defiende la modificación de los rasgos hereditarios mediante distintas formas de intervención manipulada y métodos de selección humana. Sus estudios justificaron la discriminación y sirvieron como herramienta colonial de racismo, también dieron sustento teórico a las prácticas nazis de selección de personas. En la actualidad, el IMC es uno de los implementos habituales que se usa para determinar quién tiene un cuerpo “sano” o con exceso. La industria farmacéutica, en nuestra cultura de las dietas, se sirve de este método medidor para abultar su negocio.

Pero, ¿qué ocurriría si habitáramos un mundo donde no nos enseñaran que el cuerpo está mal si tiene más de x cantidad de kilos o que algunos alimentos te dañan? ¿Qué pasaría si tomáramos la posta y nos hiciéramos cargo de nuestra vida sin estar a la expectativa de un número inferior en la balanza?

“Mi cuerpo solía ser mío”, dice la activista estadounidense Virgie Tovar su libro Tienes derecho a permanecer gorda. Alude así a su infancia, cuando al llegar de la escuela iba corriendo hasta su cuarto para tirar toda la ropa y, desnuda, se dirigía hacia el jardín donde movía, ondulaba, estiraba cada parte de su cuerpo. Su voz potente se alza contra el sometimiento frente a la cultura dietética. “Los muslos, la panza, los mofletes, todo se bamboleaba”. Gozaba de ese placer, lo acunaba. Pero pronto sus compañeros de colegio le señalaron que su cuerpo no estaba bien: sos gorda.

Esos chicos no estaban solos. Había toda una cultura que los respaldaba y que comenzó cuando a principios del siglo diecinueve, en los Estados Unidos, el reverendo presbiteriano Sylvester Graham comenzó a predicar los beneficios de la dieta y la abstinencia como camino hacia una vida superior. “Algo así como que la comida deliciosa, sabrosa e incluso picante te incitaba al sexo, a la masturbación… ¡Intolerable!”, ironiza Tovar.

No es inocente que la gula sea uno de los pecados capitales para la religión. Sacrificio, penitencia y culpa son elementos troncales del dogma cristiano y están internalizados en cada uno como un círculo nada virtuoso. “El deseo se transforma en un arma de control. Si te hacen cuestionar tus deseos te conviertes en una persona desgraciada y por tanto más manipulable, lo que resulta muy provechoso al capitalismo”.

En 2010, Virgie tuvo una revelación cuando en un congreso en Oakland vio a un grupo de mujeres nadando en bikini en una piscina. Estaban haciendo algo prohibido: vivir de manera emocionante el placer. Ellas unían su actividad política en sus vidas personales y colectivas. No hay nada que le moleste más al opresor que el goce femenino. 

No alineada con la ideología de la aceptación del cuerpo, el body positive al que adhirió en el comienzo de su recorrido, Tovar reivindica el feminismo gordo político porque no sólo defiende lo individual sino lo social. Ella deja en claro que es notoria la diferencia entre acceder a un privilegio y conquistar un derecho humano, en una sociedad donde la gordura equivale a una categoría humana inferior, indisciplinada, fea, vergonzante.

Tovar creció en un medio religioso con la idea de que el cuerpo tenía un valor moral -el bien o el mal- según su apariencia y su peso. Fueron décadas subsumida a ese mandato que intoxica a millones de mortales y que funciona como un femicidio asistido, físico y emocional. 

“Quería que mi vida tuviera ciertos giros de guión y pensaba que controlar mi peso era controlar el relato pero el futuro es una realidad cerrada herméticamente que no tiene ninguno de los límites – o el potencial para la magia – del presente”, contó. Su obsesión con la delgadez tenía que ver con lo incorpóreo, con desasociarse de ella por completo, del presente y de su cuerpo. “Estaba intentando matarme de hambre como camino a la libertad. Me habían enseñado que la pérdida de peso era el factor clave que me concedería todos mis mayores deseos, pero la verdad es que no lo era. Porque no puedes encontrar el amor hacia ti misma en un camino pavimentado de odio hacia ti misma”.

En un momento, tomó la decisión de abandonar esa creencia triste, su herida, y recuperó el disfrute de su cuerpo. Tiró abajo la idea de que las mujeres que no son delgadas “nunca serán amadas, no serán dignas ni merecedoras de amor” y que “se nos vende un amor condicional hiriente, perjudicial, ridículo”.

Tovar afirma que la cultura de la dieta y la supremacía blanca están relacionadas porque a través del discurso de preocupación por la salud se enmascaran actitudes descalificadoras hacia la gordura, la etnia, la clase, el género y las capacidades. También asegura que el modo de transformar ese discurso, aunque difícil, es el activismo, la participación colectiva, la generación conjunta de nuevos canales de difusión sobre la vida gorda.  

Lo hemos dicho otras veces: estar gorda se ha establecido como algo negativo, cuando en realidad el tamaño del cuerpo no tiene un significado y carece de las asociaciones morales y sanitarias impuestas por la cultura en general. A las personas de gran tamaño se nos usa de chivo expiatorio de los excesos, la inmoralidad y la relación sin límite con el deseo y el consumo, que el mismo sistema promueve. 

LH

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