Varones enamorados
Hablar de varones y mujeres es algo pasado de moda, pero todavía son muchas las mujeres que dicen: “No entiendo por qué desapareció si estaba todo bien” y no pueden aceptar que la respuesta sea esa misma: “porque estaba todo bien”.
La disimetría de los goces y su relación con la diferencia sexual tiene un asidero real, más acá de cualquier discusión sobre estereotipos o identidades; porque incluso cuando admita interpretaciones sociohistóricas, resiste.
Y lo que resiste, es real.
Todavía hoy, en época de varones deconstruidos, sigue pesando más –en el erotismo del varón, como condición– el fantasma de la mamá mala, del que una mujer se aleja con horror, que el encuentro con la diferencia.
Todavía hoy muchos varones buscan una mujer para temerle, sea para quedarse y que los rete, sea para decir que es una loca o una intensa y huir, antes que el placer del encuentro con un goce suplementario.
Este real resistió a la deconstrucción.
Además, el amor no cambia a los varones. No digo que esta afirmación valga para todos, así nadie se enoja y no empezamos con debates eternos.
Pero sí vale para muchos. Muchísimos.
A un varón no solo no lo cambia el amor por otra persona, sino que tampoco lo cambia que lo amen.
Del primer caso, dan fe los que incluso sintiendo un amor único son incapaces de dar un paso. Del segundo, la cantidad de personas que dicen haber amado a un hombre y se decepcionaron.
Y cuando digo “cambiar” no hablo de grandes logros ni de actos heroicos. Me refiero a quedarse, a poder estar, a poner el cuerpo y no rajar.
No hay amor que consiga modificar este rasgo tan propio de los varones –cuya causa podría explicar en otra ocasión.
Por eso, como alguna vez escribí en un libro, los varones son (somos) una causa perdida.
Ahora bien, lo único que puede incidir un poco en ese aspecto es la tolerancia que alguno pueda tener al sintomatizarse.
Los varones se quedan donde no se sintomatizan. Vale para el amor y, por supuesto, para el análisis.
Si se tienen que sintomatizar, ahí empiezan: “No sé si esto es lo que quiero”, “No vayamos tan rápido”, “Estoy complicado”, etcétera. La pareja de un hombre es su síntoma y la pregunta es si le permite estar con alguien o no.
Si se trata de un obsesivo, la pregunta es si le deja tiempo para estar con alguien. Hoy que hay menos obsesivos, la cuestión es si directamente le permite estar con otra persona.
El problema no es si el otro es demandante, si no le gustan las mismas cosas, si no responde al ideal, si no te ama tanto como quisieras, si no te excita lo suficiente; todo esto es secundario, si primero se plantea la encrucijada del síntoma.
Más veces los varones huyen cuando está todo bien. No lo soportan, es que podrían cambiar y esto es lo intolerable.
Podrían cambiar, si se quedaran, si pudieran estar o poner el cuerpo.
Para concluir, haré una generalización tonta y les quedará a los lectores evaluar si tiene algún tipo de realidad: la mayoría de los varones que plantea separarse de una mujer es porque está con otra.
Y ni siquiera siempre, porque hay algunos que no tienen problema en que ellas sean sus amantes. Y ellas tampoco.
Pero la razón es un asunto de deseo: el deseo es lo que lleva –a un varón– de una mujer a otra.
Por eso la fidelidad que más se debate es la masculina e incluso puede ser que un varón ya no desee a su pareja, pero si no está con otra (o no tiene el plan) no se separa.
Estas ideas son rastreables en Freud y creo que son más o menos claras. El punto es qué ocurre en esos casos en que un varón se quiere separar para estar solo. ¿Miente? No lo creo. En efecto, hoy es cada vez más común.
¿Por qué? Sin duda esta coordenada es distinta a la de la masculinidad tradicional. Mi idea es que hoy son cada vez más los varones que, en un vínculo amoroso, deciden separarse o cortar una relación, cuando se encuentran cerca de la dependencia.
Si el varón anterior se separaba por deseo, este que menciono lo hace por motivos narcisistas: teme perderse a sí mismo, el vínculo se le anticipa como una fusión irreversible.
Este tipo de varón puede vivir las efusiones del amor, pero al mismo tiempo necesita precaverse con algunas imposibilidades, más o menos idealizadas, que cuiden su autonomía; pero el amor es una formación narcisista, por eso a veces confunde.
¿Cuál es el principal problema en estos casos? Que a un varón que desea a otra persona, se lo puede odiar. Un varón cuyo amor es ambiguo, que dice “Te amo, pero…” se vuelve una trampa de la que es difícil salir. No admite tan fácilmente el odio como vía de corte.
En su novela Mujeres enamoradas, D. H. Lawrence dice que una mujer es capaz de actuar por amor, pero un varón enamorado no es garantía de nada.
LL
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