Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
OPINIÓN

El peronismo y las patas de la mesa

Reunión de la mesa política del Frente de Todos.

0

Cuando el general Juan Domingo Perón regresó a la Argentina —luego de dieciocho años de exilio— se propuso, entre otras cosas, la reorganización política de su movimiento. En julio de 1973 dispuso el reemplazo de los miembros del Consejo Superior: la secretaría general presidida hasta ese momento por Juan Manuel Abal Medina fue sustituida por una mesa ejecutiva integrada por el senador José Humberto Martiarena por la rama política, José Ignacio Rucci por el sector sindical, Silvana Roth por la rama femenina y Julio Yessi por sector juvenil. Yessi era muy cercano a López Rega, había fundado la Juventud Peronista de la República Argentina (JPRA), terminó actuando bajo el amparo de la Triple A y hasta fue condenado por la “Masacre de Pacheco”, uno de los tantos crímenes cometidos por la banda loperreguista. Con la designación, Yessi pasaba a ocupar un lugar que hasta ese momento pertenecía a la izquierda peronista representada en el último tiempo por Rodolfo Galimberti.

Dos meses después y cuando habían pasado apenas tres días del resonante triunfo electoral de la fórmula Juan Perón—Isabel Perón con el 62,7 % de los votos, un comando de la organización Montoneros acribilló a balazos a Rucci en el acontecimiento que pasará a la historia con el morboso nombre de “Operación Traviata”.

En los años previos, el peronismo proscripto de la vida política argentina había conservado un poder de veto que le permitió transformarse en el gran partido opositor implícito y determinar el triunfo o la derrota de toda combinación política que intentase una salida legal para la crisis abierta en 1955. Como afirma Liliana de Riz en Retorno y derrumbe. El último gobierno peronista (1981), a partir del golpe fusilador se constituyó un “sistema político bastardo, una suerte de «parlamentarismo negro», en el que Perón trabajó afanosamente para bloquear cualquier fórmula de poder diseñada por sus adversarios militares y civiles”. Sin embargo, con su triunfo (el regreso y la victoria electoral) comenzó a tejerse su derrota porque al retornar al Gobierno con la pretensión de retomar el programa que había comenzado a desplegar en 1952, su proyecto político hacía agua bajo la presión de las demandas de la heterogénea base social que constituía su soporte.

Todo este derrotero es recordado y narrado en las sustanciosas memorias de aquellos años que acaba de publicar Juan Manuel Abal Medina (p) bajo el título Conocer a Perón. Destierro y regreso (Planeta, 2022) con la particular mirada de un protagonista que estuvo muy cerca del viejo caudillo en aquellos años convulsivos.

La crisis que Perón vino a intentar remediar tenía su núcleo en una fractura social y una radicalización política que emergía de abajo hacia arriba y había explotado en las calles de Córdoba en mayo de 1969 cuando por primera vez un masivo movimiento obrero y popular se desplegaba al margen (y hasta opuesto) al peronismo. La izquierda peronista es el resultado del plano hacia el que se había inclinado el escenario político argentino (e internacional) y cumplió la función de contener dentro del peronismo un movimiento que tendía a desbordarlo. Para deshacerse de esa tendencia política se necesitaba bastante más que remover las patas de una mesa como lo demostró su trágica historia.

Como puede observarse, ni el mismo Perón que —en el marco de su programa y perspectiva política— había triunfado en la estrategia de desgaste que aplicó sobre los regímenes “libertadores” pudo evitar caer en la tentación de resolver un profundo problema político a través de una medida organizativa.

Treinta y tres orientales

Se dijo que la historia se repite dos veces: una como tragedia y la otra como comedia.

El peronismo de hoy también buscó superar una crisis política a través de una mesa que congregó a treinta y tres representantes y cuyo objetivo era que se pusieran de acuerdo dos: Alberto Fernández y Cristina Fernández Kirchner. No pudo ser.

Durante semanas se mantuvo la intriga en torno a si el presidente convocaría a la mesa, quiénes serían los representantes de cada facción, si Cristina iría o no, si “Wado”, si Sergio o si Juan. La aparición de Máximo Kirchner a última hora (cuando había asegurado que no le interesaba formar parte) fue leída como un movimiento táctico inesperado destinado a cambiar el carácter del cónclave. Algunos medios lo cubrían como si alrededor de esa reunión vibrara el país entero. Alberto “sorprendió” cuando puso la hora y la fecha; Máximo “sorprendió” cuando asomó sonriente a último momento; Scioli no sorprendió a nadie porque siempre está.

Todos campeones del movimiento inadvertido en el último minuto, de la jugada magistral en una baldosa para el desconcierto general, del as en la manga y el conejo en la galera. Tacticismo hardcore sin que nadie sepa explicar simplemente cuál es la estrategia: que los otros sean peores y lo demás no importa nada.

En Perón, reflejos de una vida (Colihue, 2007), Horacio González escribió que en los años de exilio, el viejo líder supo entender que “la paradoja del mando era que no debía manifestarse en la orden”. Una forma elegante de decir que nunca quedaba clara la orden y siempre era transparente el mando. En el peronismo de hoy están claras las órdenes cruzadas sin que nadie sepa quién manda. Mantiene (disminuida) la capacidad de veto sobre los otros (en última instancia, allí radica la crisis en el país de la hegemonía imposible), pero ha desarrollado mucho más el curioso ejercicio de vetarse a sí mismo.

Al otro día de la reunión se tiró la mesa por la ventana y comenzó la guerra de interpretaciones: para algunos, el kirchnerismo había logrado “sacar de la cancha” al Presidente y otros salieron a aclarar que nadie puede vetar a nadie. El documento habló de “proscripción” y Aníbal Fernández afirmó que “los que dicen que Cristina está proscripta son los que proscriben al Presidente”.

Florecieron mil flores robadas en los jardines de Alberto. El Movimiento Evita fundó “La patria de los comunes” y Emilio Pérsico sintetizó el programa y la estrategia: “No tenemos candidato, nos une el espanto”, aseguró. No tienen candidato, pero hicieron un guiño destinado a Sergio Massa. Ni con Alberto ni con Cristina, sino todo lo contrario.

La representación parlamentaria del Frente de Todos se fracturó en el Senado y surgió un flamante bloque que integran la cordobesa Alejandra Vigo, el correntino Carlos Espínola, el jujeño Guillermo Snopek, la puntana María Eugenia Catalfamo y el entrerriano Edgardo Kueider. No faltaron los optimistas del tacticismo rabioso que divisaron otra jugada maestra de Cristina Kirchner porque la ruptura del bloque —que aleja el quórum propio— fortalecería al peronismo del medio (el que pretende liderar el cordobés Juan Schiaretti) que, a la vez, restaría votos a Juntos por el Cambio. Ya se dijo que de todo laberinto se sale maniobrando. Otros pesimistas de la voluntad, antes que una “jugada nacional” vieron un abroquelamiento de los referentes provinciales dentro de sus territorios. Un retroceso a base antes de terminar comiendo anchoas en el desierto.

Todo predecible, pero la disputa que sí sorprendió fue la que se produjo en torno a la marcha del 24 de Marzo y que tuvo como protagonistas a referentes de los organismos de derechos humanos llamados “históricos” y al kirchnerismo duro (La Cámpora). La agrupación pretendía que la “proscripción” de Cristina Kirchner tuviera un protagonismo central en la convocatoria; Estela de Carlotto de Abuelas de Plaza de Mayo salió a marcar la cancha. La novedad no es que se pretenda “politizar” con temas de actualidad la tradicional movilización: todo 24 de Marzo siempre fue político, ahí está el Encuentro Memoria, Verdad y Justicia y sus batallas contra la impunidad de ayer y de hoy para demostrarlo. Lo nuevo fue que se resintiera el bloque monolítico que esos organismos tenían con el kirchnerismo.

Era por abajo

En contextos diametralmente diferentes, lo similar entre ayer y hoy es la pretensión de resolver con la diplomacia de las mesas las contradicciones que irrumpen desde otro lugar. Si ayer era por desborde, hoy es por desencanto y alejamiento. Los huérfanos de la política de partidos no han hecho más que multiplicarse.

Si Héctor Cámpora era un medio de Perón que en algún minuto soñó con ser un fin; Alberto Fernández era un fin de Cristina Kirchner al que pretendieron transformar en un medio. El fin no justificó los medios, se convirtió en uno que presidió el Ejecutivo, pero no ejerció el poder. Y “el poder desgasta —como dijo un humorista italiano—, sobre todo al que no lo tiene”.

En el trasfondo de estas alquimias políticas está la crisis crónica y sus consecuencias sociales que se intentan solucionar pidiéndole a la táctica mucho más de lo que la táctica realmente puede dar. 

FR

Etiquetas
stats