Anatomía de un monstruo, amor a las guaridas
“A pesar de todo, todavía era un lugar de la ciudad que reconocía como un lugar amigo, un rincón donde en otra época me había construido una guarida. No era que hubiese sido feliz en aquel despacho, al contrario, había sido profundamente infeliz. Pero me había construido una guarida, y el recuerdo de aquella guarida que me había construido hacía tantos años me impedía sentirme como una extraña que había acabado por error entre aquellas calles y callejones. Por eso al pensar en aquella casa no sentía ninguna congoja”.
A veces aparece ese imán, algo así como una resonancia magnética, aunque sin médicos ni aparatos: me tengo que mudar más o menos pronto –no ampliaremos– y justo me crucé con eso que cuenta la escritora italiana Natalia Ginzburg (tanto la admiramos que hablamos varias veces de ella en este espacio, como acá y también acá) en uno de los textos compilados en el libro Domingo. Relatos, crónicas y recuerdos (Acantilado, 2021).
Se llama La casa y ahí cuenta sobre la búsqueda –siempre inquietante, en la circunstancia que sea– de un lugar para vivir. El relato es sencillo y hermoso. La escritora lee avisos en los diarios y con su marido empiezan a hacer consultas y cuentas, claro. A veces se entusiasman, a veces no se ponen de acuerdo (por momentos él preferiría quedarse donde están, ella no deja de soñar con tener un pequeño jardín como el que había en la casa de su infancia). A veces dudan después de esas excursiones agotadoras para ir a ver lugares (“cuando volvíamos, cansados, a nuestra casa de alquiler de suelos amarillos, nos preguntábamos si de verdad nos importaba tanto cambiar de casa. En el fondo nos tenía sin cuidado. También allí, al fin y al cabo, se estaba bastante bien. Conocía las manchas de las paredes de aquella casa, los boquetes de cada tabique, los cercos oscuros que se habían formado por encima de los radiadores”). A veces piensan que encontraron el departamento de sus sueños pero está muy lejos de todo, a veces tienen que lidiar con personas que les dan consejos absurdos (alguien les advierte, por ejemplo, sobre tener cuidado con las casas viejas porque suelen aparecer escarabajos).
Un día, un poco cansados de esa misión que les está llevando muchísimo tiempo, mientras pasean por el centro de Roma ven un cartel de “se vende” en una propiedad y entran. Flechazo inmediato (y otra resonancia magnética, de paso): a él le gusta porque es una construcción antigua, fuerte; a ella porque está a pocos pasos de aquel despacho en el que había trabajado, donde incluso en momentos hostiles, había podido construir su guarida temporal. Una especie de yo te conozco de antes (desde antes del ayer, responderíamos por acá) para una empresa nueva. El reparo que ofrece esa vecindad aunque traiga con ella un pasado difícil; el vaivén del recuerdo y un rescate posible, chiquito, a pesar de todo.
Tal vez sea como se lee en la viñeta de El Topo Ilustrado –@eltopoilustrado en redes–, este proyecto hermoso de Tobías Schleider y Cristian Turdera que ya comentamos por acá (y volvemos, porque también los libros, las palabras y esas imágenes que insisten arman un barrio amigo, un lugar del que nunca nos terminamos de ir): el tiempo pasa, el espacio queda.
Otro regreso, pero esta vez a la idea de guarida porque me atrae el perfume de esa palabra. (Sí, también fui al diccionario, como siempre, y las definiciones hablan de una cueva o espesura donde se guarecen los animales, de un amparo para librarse de un daño o peligro, de un lugar adonde se concurre con frecuencia o en que regularmente se halla alguien y por último de un remedio).
Guarida me gusta más que escondite, cueva o búnker tal vez porque en mi oído esas palabras suenan más rígidas, más chocantes, menos plásticas y siempre prefiero lo mullido. O tal vez porque la idea de guarida me lleva a algo transitorio, pero buscado, elegido, en construcción. Un espacio ligero que no deja afuera al riesgo ni lo niega, pero que por un rato lo pone en suspenso, lo atempera, lo contiene.
Pienso que vivimos inventándonos guaridas. La del niño que garabatea no molestar o no pasar en un cartel, lo pega en la puerta de su cuarto y se encierra (cada tanto me encuentro con escenas así en las redes sociales; alguna madre o algún padre sube la imagen repetida y también tierna). La del adulto que busca un poco de paz y se oculta un buen rato adentro del baño, un no estoy para nadie mudo, en acto. O la recurrente casa del árbol en las películas películas y las series (a propósito, me acordé de una canción que escuché mucho cuando salió en 2006, se llama Treehouse y es de la banda indie I’m From Barcelona, habla a su modo de una guarida, así que la dejo acá cerca). La de una amiga que me contó hace poco que muchas veces estaciona su auto y se queda adentro en silencio por un tiempo antes de bajarse para ir a cumplir con alguna obligación o cuando vuelve a su casa; una forma de diferir el ruido, de bajarle el volumen al mundo exterior.
Pienso en las guaridas que yo misma me armé y me sigo armando: no soy original, como muchos que conozco o me contaron de sus hijos, cuando era chiquita me metía adentro de un mueble, una especie de cómoda grande con varias puertas. Sacaba todo lo que veía adentro y me quedaba ahí: podía pasarme horas en ese cuadrado de madera. Algo curioso: debe ser de los únicos muebles que resistieron varias mudanzas, cambios de ciudades, de tiempos, de mundos y sigue en la casa de mis padres. Mientras escribo se me ocurre que cuando resuelva lo de mi mudanza esta vez voy a llevármelo y ponerlo en un lugar importante, para reconocerlo como un espacio conocido, anterior, resonante. Para no sentirme extraña cuando construya mi nueva guarida.
Contra todo pronóstico –les habían dicho que no tenía sentido, que iban a tener que tirarla abajo por lo vieja que era, que los techos se venían abajo o que iban a gastar fortunas en las reparaciones–, Natalia Ginzburg y su esposo compraron aquella casa y se instalaron llenos de ilusiones. No les importó tener que convivir por mucho tiempo con plomeros, carpinteros, albañiles. “Vivíamos en la casa sin saber si era bonita o fea. Vivíamos como en una guarida, como en unas viejas pantuflas”, escribió ella y la imagen me deslumbra.
Me quedo contenta si esta nueva edición de Mil lianas los invita a algo parecido a eso –el roce de una tela amable: una satisfacción discreta que parece venir de antes– aunque sea por un ratito.
Los invito a pasar.
1. Los eufemismos, de Ana Negri. Le dicen por teléfono que su mamá está “muy nerviosa”. Y Clara tiene que salir a su rescate. A partir de ese llamado empezará lo que la narradora de esta novela de Ana Negri, que se interesa seriamente por las palabras y sus resonancias, una saga de eufemismos con los que va a tener que lidiar. O un montón de términos que le van a abrir la puerta a varios derrumbes: el de su madre, una mujer antes fuerte, que empieza a desmoronarse; el de una historia familiar marcada por la dictadura militar de la Argentina que por momentos la identifica, pero por otros le resulta lejana; el de una historia de amor enclenque; el de su propia vida, construida entre el lenguaje que escuchó en su casa de exiliados argentinos y con el que creció durante su educación y vida adulta en tierras mexicanas.
Pero lejos de la solemnidad, Los eufemismos propone una búsqueda honesta de la propia identidad, con preguntas sobre qué y cuánto de lo que se hereda de verdad nos constituye. Una novela conmovedora, que incluye pasajes de humor sutil. Por momentos me llevó un poco a situaciones y climas similares a los que también atraviesan las protagonistas de Una familia bajo la nieve, de Mónica Zwaig (comentamos ese libro precioso por acá) y la de las tres novelas que escribió Laura Alcoba y se compiló recientemente como Trilogía: la casa de los conejos (hablamos de eso en esta entrevista con la autora).
Una apostilla ñoña: en varios momentos del libro aparece la imagen de la liana, una figura muy querida por obvias razones en esta casa.
Ana Negri nació en la Ciudad de México en 1983, durante el exilio de sus padres argentinos. Es escritora, editora y doctora en Estudios Hispánicos por McGill University de Montreal. Los eufemismos es su primera novela.
Los eufemismos, de Ana Negri, acaba de salir en la Argentina por la editorial Firmamento. Más información, por aquí. El libro se presentará el 30 de abril en la Feria del Libro de Buenos Aires.
2. Jimmy Savile, una historia de terror británica. ¿Dónde estás, monstruo? Lo dice el protagonista de esta historia, que es un monstruo como se verá a lo largo del documental, con desfachatez, con arrogancia frente a una cámara, como pasó gran parte de su vida. Pero en ese entonces Jimmy Savile se refiere a uno legendario, el del Lago Ness. Sin embargo, vista desde ahora la pregunta cobra otro sentido, deja traslucir otra capa, expone su propio abismo.
Jimmy Savile, una historia de terror británica es una serie documental de dos episodios que acaba de estrenar Netflix. Cuenta la historia de uno de los personajes del mundo del espectáculo británico más famosos y más monstruosos de todos los tiempos.
Una de esas figuras que siempre estuvieron ahí: al principio como presentador de bandas musicales, después como conductor de uno de los programas más populares de la BBC y más adelante como una estrella omnipresente, capaz de conversar con los Rolling Stones, los Beatles, el papa Juan Pablo II, Margaret Thatcher, Lady Di o el príncipe Carlos.
Sin embargo, o tal vez justamente por estar siempre en ese primerísimo primer plano, como un elefante evidente en una habitación de la que nadie se hizo cargo, a lo largo de las décadas se las ingenió para ocultar varios crímenes atroces, entre los que se encuentran la violación, el abuso y la pederastía.
Lo que logra el documental, plagado de testimonios, de imágenes del propio Savile y de archivos, es reconstruir cómo el conductor consiguió vivir impune, protegido por la fama y por el poder mientras cometía esos delitos aberrantes. Y también cómo un sistema sofisticado de complicidades y silencios recién permitió que las más de 400 denuncias en su contra salieran a la luz a partir de su muerte, en 2011.
Los dos capítulos de Jimmy Savile, una historia de terror británica están disponibles en Netflix.
3. Feria del Libro 2022. Feria del Libro 2022. Algunos la aman, otros aman odiarla, se enojan con ella, la critican a sus espaldas y a la vez no dejan de ir, de ver qué ofrece o quién la visita. La Feria Internacional del Libro de Buenos Aires volvió después de dos años de interrupción por la pandemia y es sin lugar a dudas uno de los encuentros culturales más importantes del país.
Hablábamos arriba de guaridas y para mí, más allá de las muchedumbres o el calor que suele hacer en ese microclima artificial y lleno de alfombras de La Rural, la Feria es un espacio que me gusta volver a recorrer año tras año.
Esta vez hay varias novedades y muchas expectativas, como escribí en esta nota con algunos datos sobre esta nueva edición: director nuevo, editoriales que debutan, stands que agrupan a varios sellos independientes, protocolos sanitarios, iniciativas y debates que proponen escritoras y escritores en tiempos críticos. No sé, a mí más allá de todo, me entusiasma la posibilidad de ver en vivo a autoras y autores, además de pescar algún que otro libro y encontrarme con gente que admiro.
Hasta el 16 de mayo abre sus puertas la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. Por aquí, algo de información sobre actividades destacadas, stands, horarios y un pantallazo general con datos a tener en cuenta antes de visitarla.
4. Banda sonora. Estuve escuchando bastante al cantante español Nacho Vegas, que es uno de los músicos que más admiramos con mi amigo Pablo (ya que estamos: les agradezco muy conmovida a quienes después de leer la entrega pasada de Mil lianas me escribieron para mandarle fuerzas a él y ánimos a mí; el faro está volviendo de a poquito).
También estuve con lo nuevo de Arcade Fire. En las últimas horas presentaron un nuevo tema, el tercer adelanto que hacen de su próximo disco, que saldrá el 6 de mayo. El tema se llama Unconditional I (Lookout Kid) y se suma a la playlist de este espacio.
¡Hasta la próxima!
AL
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