Canadá es una fiesta (y leer a Alice Munro también)
“Los bebés finalmente dormían la siesta, quisieran o no, y entonces yo me ponía a escribir. No estaba pensando en ellos. Estaba pensando en mí. Quizá habrían sido más felices si yo les hubiese dedicado más tiempo y menos a mi literatura, no lo sé. Pero para mí no era una opción, sentía que tenía que luchar por ese espacio propio donde no era ni mujer ni madre. Hoy todavía me escapo al mismo sillón donde desarrollo mi vida espiritual. Pero, claro, ya no soy joven. Un tema duro para artistas y escritores es que los poderes intelectuales o creativos se debilitan. ¿Qué hace uno entonces si no escribe? Yo no pude encontrar la respuesta”, dijo por acá.
“Una se dedica toda su vida a esto, por más que sepa que fracasa. No se fracasa todo el tiempo, ni en todo, y yo pienso que vale la pena. Pero es como llegar a un acuerdo con cosas con las que una puede lidiar sólo parcialmente. Esto suena de lo más desesperanzado. Pero yo no me siento en absoluto desesperanzada”, respondió acá.
“Lo inesperado es muy importante para mí. En uno de mis cuentos (Escapada), una mujer que tiene un matrimonio complicado decide dejar a su marido, alentada por una mujer muy sensata mayor que ella. Y entonces, cuando intenta irse, advierte que no puede hacerlo. Lo más razonable es irse, sus motivos son muchos, pero no puede. ¿Cómo puede ser? Yo escribo ese tipo de cosas, porque soy yo la que no sabe ‘cómo puede ser’. Por eso tengo que prestarle atención: allí hay algo que merece mi atención”, contó en esa misma entrevista.
“Cuando dije lo de abandonar sinceramente lo creía. El trabajo me estaba resultando demasiado duro y pensé que me había llegado la hora de llevar la vida de una señora normal. ¡Y lo hice! Por unos seis meses. Salí a almorzar con amigas, me dediqué a la jardinería, a la caridad. Fue horrible. Después me di cuenta de que ya no sirvo para una vida normal: he escrito tantos años que no sé hacer nada más”, apuntó por acá.
Por estos días cumple 90 años Alice Munro, una de mis escritoras preferidas de todos los tiempos, la que se metió con lo doméstico, con lo inesperado, con lo íntimo, con lo que aparentaba chiquito para convertirlo en una forma única y magistral del cuento. Un poco cansada de que en su tierra –Ontario, Canadá–, la llamen “nuestra Chéjov” y alejada de la vida social, actualmente vive en una zona rural y sigue escribiendo. “Me educaron para alejarme de los elogios”, dijo ni más ni menos luego de recibir el Premio Nobel (les dejo arriba una entrevista preciosa que le hicieron por esos días).
Que Canadá sea una fiesta, entonces. Y que esta edición de Mil lianas en su honor, también.
1. Los cuentos de Alice Munro. Por supuesto que el festejo tiene que arrancar con una selección de la obra de la homenajeada, que nació el 10 de julio de 1931 en Ontario, Canadá, donde llevó una vida rural y muy sacrificada, especialmente a partir de que a su madre le diagnosticaron el Mal de Parkinson y ella, con apenas 9 años, tuvo que hacerse cargo de todas las tareas de la casa y también de sus hermanos menores.
Aunque empezó a escribir cuentos a fines de los años ‘50, recién pudo publicar su primer libro en 1968 (Dance of the Happy Shades, el único de su enorme obra que no fue traducido al español).
Personalmente, a todos los libros de Alice Munro les encuentro algún elemento magnético, una forma de contar algo que parece simple –por cómo caracteriza a los protagonistas, por lo agudo de sus observaciones y por cómo va dejando información sobre ellos y sus circunstancias, como ropa tirada al pasar, hasta que se arma un rompecabezas impactante– y después se va descomponiendo.
Cuando le entregaron el Premio Nobel, nuestros colegas de España hicieron una selección para aquellas personas interesadas en descubrir a la autora que les comparto.
Me encantan esos y sumaría The Love of a Good Woman. En español lo tradujeron como El amor de una mujer generosa (sí, qué sé yo) y acá Lorrie Moore, otra favorita de la casa que se declara fan incondicional de la canadiense, lo describe como una obra maestra. Agrego también Something I’ve Been Meaning To Tell You (Algo que quería contarte, de 1974, aprovechen que fue traducido recientemente al español y se consigue en edición de Lumen en las librerías locales).
2. Archivo del humor gráfico argentino. “No tengo ideas. Jamás he tenido una. Lo único que tengo son obsesiones”, apuntó Charlie Feiling en un cuaderno que la escritora Gabriela Esquivada rescató para la nueva edición de la novela El agua electrizada, de la que hablamos en su momento por acá.
En este elige tu propia aventura, en Mil lianas el loop obsesivo va siempre por el lado de los archivos (más de una vez comentamos sobre lo que ocurre con el AGN, hablamos sobre las actividades de la Fundación IDA, o comentamos con felicidad lo que hace el Archivo Histórico de Revistas Argentinas).
En esta oportunidad quería destacar entonces al Archivo de Humor Gráfico Argentino, una iniciativa que desde las redes sociales (están tanto en Twitter como en Instagram) pretende, según señalan en sus perfiles, “recordar y/o conocer personajes y artistas gráficos de nuestras pampas o con gran repercusión en ella”.
A veces suben tiras escaneadas en buena calidad, a veces se dedican a recordar a algún historietista o personaje destacado del rubro, a veces se suman a las efemérides del día. Dejo las coordenadas para que no lo dejen pasar.
3. La Concordia, de Carolina Sborovsky. Empezamos hablando de Alice Munro y seguimos con ella porque este libro abre con una cita de La vista desde Castle Rock, el tomo de relatos que la autora canadiense escribió con su propia historia familiar como puntapié.
“Y como reza el dicho, por lo que se refiere a lo que nos moldea o nos deforma, si no es una cosa es la otra. O al menos eso decían mis mayores por entonces. Con misterio, sin consuelo, sin acusaciones”, dice Munro en Padres y la escritora argentina Carolina Sborovsky lo retoma para poner una brújula a los lectores de su novela La Concordia (Editorial Conejos, 2021) antes de arrancar.
Inés, la protagonista de la historia, vuelve después de mucho tiempo de ausencia a una estancia que tiene su familia. O lo que queda de ellas: el campo que recuerda no es el mismo; su madre murió y ahora recorre esa tierra con su novio, unos amigos y su hermano.
Lo que me interesó es cómo está descripta la mirada, entre extrañada y medio zombie, de un regreso a lo conocido y también a un territorio incómodo para Inés, definitivamente barrosa. La narración es límpida, sin embargo, y a la vez tiene momentos líricos sin caer en la solemnidad.
La Concordia es la segunda novela de esta autora, que en 2010 publicó El bienestar (Editorial El fin de la noche) y llevó adelante compilaciones de narrativa y de poesía. ¡No se la pierdan!
¡Hasta la próxima!
AL
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