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Dormir con Kafka, temporada de monstruos

Los diarios del escritor Franz Kafka se consiguen en Argentina en una edición del sello Debolsillo.

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Uno. Una vez más, la pregunta sobre qué vino primero: ¿el insomnio o el elenco ingente de desvelados que me voy cruzando en los libros que leo por estos días? Mi desvelo de ahora es preciso, puntual como el sol, repetido: a las 4, cada madrugada, ni un segundo más. Los desvelados que leo también, aparecen uno por uno, sin remedio, todos los días. A veces pienso que se despiertan para hablarme a mí, de insomne a insomne. Mal de muchos, desvelo de todos. Podría armar un mapa con ellos, que atraviesan siglos, continentes y páginas, y pincharlos como en Google Maps para que todos los insomnes nos busquemos y nos encontremos ahí, en ese lugar común y un poco infernal.

Dos. Hace unos días, los amigos de la editorial Bosque Energético –un sello pequeño y divino que se especializa en la publicación de diarios íntimos en sus distintas variantes– me pidieron que leyera para sus redes el fragmento de algún diario de escritor o escritora que me gustara. No tardé en recordar los diarios de Franz Kafka y apenas encontré el libro en la maraña caótica en la que se convirtió mi biblioteca, lo abrí en la página en la que había dejado el señalador hace muchos años. Es una entrada de 2 de octubre de 1911 y dice así: “Noche de insomnio. Ya es la tercera seguida. Duermo bien, pero una hora después me despierto, como si hubiese puesto la cabeza en un agujero equivocado. Estoy completamente despierto, tengo la sensación de no haber dormido nada o de haberlo hecho solo bajo una delgada piel, he de afrontar de nuevo la tarea de dormirme y me siento rechazado por el sueño. Y a partir de ese momento, hasta la cinco aproximadamente, me paso toda la noche durmiendo, pero a la vez me mantienen despierto intensos sueños. Podría decirse que duermo a mi lado y al mismo tiempo tengo que pelearme con los sueños. Hacia las cinco ya está gastado el último rastro de sueño, lo único que hago es soñar, lo que resulta más agotador que estar despierto (...). Cuando me despierto, todos los sueños están reunidos a mi alrededor, pero me guardo bien de repensarlos (...). Creo que este insomnio viene únicamente de que escribo. Pues aunque escriba tan poco y tan mal, estas pequeñas conmociones me vuelven susceptible hacia la última hora del día y todavía más por la mañana noto los dolores del parto, la cercana posibilidad de estados grandes, excitantes, que podrían hacerme capaz de todo, y luego no consigo ninguna calma, en medio del ruido general que hay en mí y al que no tengo tiempo de dar órdenes”.

Tres. En uno de los textos que integran su reciente libro Un puñado de flechas (Anagrama, 2024), María Gainza ofrece un retrato en forma de diapositivas del fotógrafo Alberto Goldenstein. En uno de los fragmentos –todo el relato está encantadoramente separado por el chak chak de un posible proyector que pasa imágenes vitales del artista– habla de su regreso, 30 años después, a los Estados Unidos, el país donde se había convertido en fotógrafo. Ese punto del mapa del desvelo donde se le abrió un mundo: la fotografía. “Nada asociaba tan claramente con la palabra ‘ciudad’ como los edificios abandonados, las escaleras de emergencia, las intersecciones sórdidas. Hablaba con el pasado. Lo que le interesaba era recordar en el sentido español de la palabra. ‘Recordar’ como sinónimo de ‘despertar’, como se usaba antiguamente en las regiones rurales de España. Cuando la abuela se iba a dormir la siesta le pedía a su nieto: ‘Recuérdame a las tres’. o bien al desayuno le preguntaba a la madre: ‘¿El niño ya recordó esta mañana?’”.

Cuatro. Otra abuela, otro desvelo, otro despertar: el de la escritura. En Ahora bien (El Bien del Sauce, 2024), de Camilo Sánchez (hablamos hace poquito por acá de ese libro), el escritor señala que su abuela lo mandaba a despertar a su abuelo de la siesta con la misma frase que se usaba entre los Goldenstein: “Andá a recordar a tu abuelo”. “Me pedía que lo fuera a recordar –apunta Sánchez–, que lo trajera del sueño. Acaso escribí este libro, casi sesenta años después, para tratar de entender por qué, en el castellano antiguo, recordar y despertar eran la misma cosa”.

Cinco. Último punto, por ahora, en el atlas insomne de estas horas. En La mujer que escribió Frankenstein (abajo les cuento más, prometo), Esther Cross recupera escenas de la vida de Mary Shelley, en especial aquellas que tienen que ver con el nacimiento de su libro más célebre. Cross reconstruye, a partir de los diarios de la escritora y de otros documentos, las reuniones nocturnas que mantenían Shelley, su esposo, Lord Byron y el médico y también escritor John Polidori. En esas veladas míticas se contaban historias, muchas veces tétricas, que terminaban, cada uno por las suyas, plasmando en sus escritos. “Ni dormida ni despierta, asustada, al anochecer de uno de esos días con la memoria colmada de materiales –como los llamaba–, se quedó en la cama, sin forzar la voluntad, dejándose llevar por la imaginación –escribe Cross–. Hacía días que pensaba sin encontrar la historia aterradora que tenía que contar. Pero en ese momento tuvo suerte. Lo vio. Le heló la sangre. Tenía que limitarse a ‘describir el espectro que acechaba la almohada’. Ni más ni menos, porque el sueño de la razón produce monstruos”.

Empieza Mil lianas. Una edición en vela, entre insomnios, miedos, diarios, sueños y libros. Por acá.

1. Cartas extraordinarias, de María Negroni. “Este libro es una colección de cartas cuidadosamente apócrifas de aquellos autores que, para tantos niños y jóvenes argentinos, constituyeron la primera biblioteca. Esos autores, se recordará, venían encuadernados en tapas amarillas –la famosa colección Robin Hood– y los leíamos con avidez, fascinados por las aventuras de sus múltiples pequeños huérfanos. Allí estaban, entre otros, Herman Melville, Emilio Salgari, Hans Christian Andersen, Louise May Alcott, J.M. Barrie, Charles Dickens, R. L. Stevenson, Carlo Collodi, Lewis Carroll, Jean Webster, Johana Spyri, Jonathan Swift, los hermanos Grimm, Jules Verne, Mark Twain, Charlotte Brontë, Rudyard Kipling, Jack London y Daniel Defoe. ¡Qué maravilla de ADN literario”, adelanta María Negroni en el prólogo de este libro que lleva como título Cartas extraordinarias (Random House, 2024).

Con observaciones sobre sus mundos y sus circunstancias, con miradas que iluminan la propia tarea de la escritura, las cartas creadas por Negroni hacen hablar, por una extraordinaria operación de lenguaje que trae épocas lejanas y mucha poesía, a estos autores y autoras. A veces los intercambios son entre los escritores y sus familiares o seres queridos, a veces, incluso, la correspondencia se da con sus propios personajes. Leer estas Cartas extraordinarias es embarcarse, como en la infancia, en un viaje fascinante por tierras remotas que los libros suelen acercarnos con todo su magnetismo. Una sucesión encantadora que afortunadamente corre los límites entre lo que ocurrió y lo que podría haber sido, entre el asombro y la imaginación; entre vida y literatura.

Cartas extraordinarias, de María Negroni, salió por el sello Random House.

2. La mujer que escribió Frankenstein, de Esther Cross. El comienzo fue un corazón envuelto en papel. Esther Cross encontró la escena en una biografía de Mary Shelley: cuando falleció su esposo Percy, la autora de Frankenstein conservó su corazón y decidió tenerlo con ella como una reliquia hasta su propia muerte. Ahí donde nadie se detuvo demasiado, tal vez por pudor o para no caer, como sostiene Cross “en algo que para algunos biógrafos entraba en la zona del chisme”, la escritora argentina encontró la punta de un hilo. Un entramado que la llevó a seguir recuperando escenas increíbles de la vida y de la obra cumbre que Shelley escribió con apenas 18 años y también de una época de medicina clandestina, de robo de cadáveres en pos de supuestos avances científicos, de terrores cotidianos y extravagantes, y de escritoras pioneras que decidieron meterse con los muertos y con los monstruos.

Con todo ese material, y después de una búsqueda monumental entre biografías, diarios y todos los registros posibles, Cross escribió La mujer que escribió Frankensteinun libro inclasificable y excepcional que se publicó por primera vez en 2013 y que vuelve ahora de la mano del sello Editorial Minúscula. Hace unos días me encontré con la escritora para saber un poco más sobre la cocina de esta publicación. Pueden leer la entrevista por acá.

La mujer que escribió Frankenstein, de Esther Cross, salió por Editorial Minúscula. En este enlace, una entrevista con la autora.

3. Ciclo Isao Takahata. Aunque la cara más célebre del legendario Studio Ghibli es Hayao Miyazaki, uno de los cofundadores de esa usina de animación japonesa –y también gran amigo del director de El viaje de Chihiro, pueden ver por acá el discurso súper emotivo que dio durante su funeral– fue el talentosísimo director Isao Takahata

Nacido en 1935 en Japón, en la prefectura de Mie, donde sobrevivió a los bombardeos estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial, el cineasta estudió filología y literatura francesa y recién hacia finales de los ‘50 comenzó su carrera en el mundo del cine de animación de su país.

La plataforma Lumiton ofrece hasta el 29 de julio una selección de algunas películas de Takahata que se pueden ver gratis y online desde Argentina en este enlace.

“Si bien su colega y cofundador de Ghibli, Hayao Miyazaki, es el rostro más visible de los estudios, Takahata fue autor de una filmografía igualmente excelsa y multipremiada. A diferencia del estilo más fantástico y surrealista de Miyazaki, Takahata exploraba temas más realistas y humanos en sus películas. Varió notablemente en estilo y en narrativa, demostrando conocer cómo impactar al espectador, aunque sin perder la sutileza”, señalan los organizadores del ciclo y agregan: “Las películas de Takahata enriquecieron la industria de la animación al ofrecer una mirada diversa y profunda sobre temas universales como el amor y la muerte desde una perspectiva oriental, introduciendo a los espectadores a nuevas sensibilidades”.

El ciclo con películas del cineasta Isao Takahata se puede ver gratis y online en Lumiton. Más información, en este enlace.

4. Banda sonora. Para seguir con lo que comentaba al comienzo, sueños, pesadillas y todo tipo de desvelos se reúnen en algunas canciones que sumé a la lista de temas compartidos que encuentran siempre por acá. Entran, entre otros y otras, Ella Fitzgerald, The Postal Service, R.E.M, Family, Supertramp, Radiohead y Belle and Sebastian.

En otro orden de cosas, aunque siempre bordeando la música, hace algunas semanas repasé por acá algunos de los lanzamientos que llegaron a las plataformas de streaming el mes pasado. Entre los más destacados se encontraba el documental Soy Céline Dion, que está disponible en Amazon Prime Video desde el 20 de junio. No quiero dar muchas vueltas: es desgarrador y crudísimo. Pero me impactó que una mega estrella global como ella (llegó a vender 250 millones de discos, a llenar estadios en todo el mundo y a ponerle su voz a hitazos) se decidiera a mostrar tan abiertamente la enfermedad que padece y que la mantiene alejada de los escenarios.

Bonus track. Se anunció esta semana que Ana María Shua, Damián González Bertolino, Alejandro Zambra y Pedro Mairal van a dar un taller literario virtual en agosto sobre la obra de Elvio Gandolfo con el objetivo de recaudar fondos para el tratamiento de salud del escritor, quien desde hace meses atraviesa un cuadro de insuficiencia renal crónica. En este enlace pueden leer un poco más sobre los textos elegidos, los autores que los abordarán, las fechas y las vías para inscribirse.

Bonus track II. Por si se distrajeron o se les pasó, en este enlace encuentran un resumen con algunas series y películas destacadas que llegan a lo largo de julio a las principales plataformas de streaming.

¡Hasta la próxima!

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