Formas de volver, otro milagro de Maradona
Hay que irse del barrio/hay que desear lo que no hay. Y más - Leo García
“Me acuerdo absolutamente de todo”, dice el cineasta Paolo Sorrentino. Está sentado en un parquecito que pertenece al edificio en el que vivió los primeros 37 años de su vida en el barrio del Vomero, en Nápoles. De esa ciudad que “cambia poco” se fue después de una tragedia familiar que vivió a los 17 años y a esa ciudad volvió, esta vez para filmar y luego repasar la trastienda de su última película, Fue la mano de Dios (prometo que abajo cuento más y mejor).
Un dolor que viene de lejos flota en sus ojos claros y en su sonrisa a medias, destellos suaves de una memoria: mientras se enlazan imágenes del mar, de las calles caóticas, de la cara de Diego Maradona pintada en mil versiones sobre las paredes napolitanas y del último largometraje que escribió y dirigió, Sorrentino abre su corazón astillado.
El testimonio aparece en un video de ocho minutos que acompaña a Fue la mano de Dios en la plataforma de Netflix y muestra un tejido de capas superpuestas: Sorrentino en las calles de Nápoles que son parte de la película; el protagonista de Fue la mano de Dios en las calles de Nápoles que son parte de la vida de Sorrentino.
“Volver a Nápoles, para mí, es encontrarme con algo contradictorio. Es encontrarme con la máxima alegría y con el máximo dolor”, afirma el cineasta y el recuerdo se funde con la ficción. Por momentos habla de Fabio, el joven de rulos de la película que sueña con ser director de cine y pierde a sus padres por un accidente doméstico (“se tuvo que ir de Nápoles porque su vida se había estructurado a partir de una tragedia”); por momentos habla del director de cine de rulos que reflexiona sobre su tarea (“la realidad es sólo el punto de partida de todo relato, hay que reinventarla. Y el método de reinventar la realidad de los napolitanos es muy divertido, es algo que robé de aquí”).
Todos los caminos y todas las heridas conducen, entonces, a una partida. Irse para poder volver, irse para poder recordar. El orden en la tríada de un tango desgastado, pero certero: amar, sufrir, partir. Lo canta Leo García en las palabras que abren esta entrega: irse del barrio después de un amor imposible que duró/como dura una posible eternidad (en la voz del cantante y por su enorme talento, la premisa suena por suerte más a una forma de aliento que a una orden).
Sorrentino, que sobrevivió para contarlo, apunta y se apunta: “Irse es el remedio que mucha gente adopta para intentar escapar del dolor”.
Los padres abandonan a los hijos. Los hijos abandonan a los padres. Los padres protegen o desprotegen pero siempre desprotegen. Los hijos se quedan o se van pero siempre se van. Y todo es injusto, sobre todo el rumor de las frases, porque el lenguaje nos gusta y nos confunde, porque en el fondo quisiéramos cantar o por lo menos silbar una melodía, caminar por un lado del escenario silbando una melodía. Queremos ser actores que esperan con paciencia el momento de salir al escenario. Y el público hace rato se fue.
El fragmento pertenece a la novela Formas de volver a casa, del escritor chileno Alejandro Zambra.
Como viví en muchos lugares y de chica me mudé bastante, cada vez que me preguntan de dónde soy tengo que hacer malabares. Porque quiero ser precisa y, a la vez, porque esa respuesta implica varios recortes. ¿Soy de la ciudad donde se conocieron mis padres y finalmente donde nací? ¿Soy del lugar donde pasé la infancia? ¿Soy del lugar donde viví más tiempo? ¿Soy del lugar que figura en mi DNI? Si me ocurre algún tipo de regreso, ¿en cuál de estos lugares pienso de inmediato? ¿Adónde vuelvo cuando vuelvo?
Cuando cursaba en la escuela de periodismo conocí a Ale, un compañero que, con el tiempo, se convirtió en una especie de guardián: en su cabeza, y en la de todos los de mi clase, yo era la que no “era” de Buenos Aires. Entonces él me invitaba a su casa, me llevaba con su auto si terminábamos muy tarde, me protegía en las coberturas que hacíamos durante los días álgidos de 2001. Volver, por esos días, era volver con Ale. Siempre. Con él, fanático total de la música, aprendí a escuchar a los Beatles en serio. Tenía una banda de rock que hacía covers de ellos. Ale se subía al escenario, guitarra en mano, y, pese a su timidez, se encendía al grito de Get Back. Yo quería quedar bien con Ale, así que me aprendí la letra entera. En cada show lo seguía desde abajo y él a veces me guiñaba un ojo en broma al grito de get back, get back to where you once belonged.
Con Ale seguimos un tiempo en contacto cuando terminamos de cursar. Yo me puse a trabajar como periodista de inmediato, él fue por otros caminos. Pero siempre volvía: un mensaje de cumpleaños, un comentario sobre alguna nota que había escrito y a él le había gustado, una invitación a tomar una cerveza o a una fiesta de año nuevo. Sus guiños, ahora que éramos grandes.
Apenas arrancaba 2019, un correo electrónico me dejó helada: un amigo me avisaba que cerca de la Navidad Ale se había quitado la vida. (No puedo usar el verbo que se supone que corresponde, no puedo escribirlo).
Por estas semanas varios emprendimos otro regreso y nos pusimos a revisar la llaga colectiva de aquel diciembre de 2001. Veinte años después. Como ocurre para estas fechas enormes y redondas, se escribió de todo y mucho. A veces en el inevitable tono autorreferencial de Yo y Platero, como suelen bromear en Twitter. A veces con miradas nuevas sobre esa canción que lamentablemente sabemos todos. Tres que me encantaron, por novedosas, por impactantes, por lúcidas: este texto de Ernesto Semán que rescata la inauguración del Puente de la Mujer –ese armatoste deforme en el inexplicable Puerto Madero– durante aquellos días; esta columna de mi amiga Florencia Angilletta en Panamá Revista y este relato familiar de Celeste del Bianco que salió en elDiarioAR con el título Las hijas del neoliberalismo.
Por estos días de aniversarios, de reencuentros y fiestas de fin de año, también se estrenó el documental The Beatles: Get Back, con material espectacular que rescató Peter Jackson. Cada vez que empiezo a verlo, algo me frena, me distraigo, me disperso. No puedo avanzar y es porque me acuerdo de Ale, claro. Pienso en su voz y en la idea de la vuelta como un intento siempre escurridizo.
Entonces repaso la letra, la repito y la canción se convierte en una promesa o un acto de fe: get back, get back to where you once belonged.
Los dejo con una nueva entrega de Mil lianas y me voy por un rato. Pero vuelvo.
1. Ayer, de Agota Kristof. En mayo celebramos la llegada de Da igual de la escritora húngara Agota Kristof en Alpha Decay, el libro que recopila los cuentos que la autora escribió en francés, un idioma que tuvo que aprender a los ponchazos después de verse obligada a huir de su país y refugiarse en Suiza y que por pudor mantuvo inéditos durante décadas. El año no puede cerrar mejor: ahora Libros del Asteroide acaba de reeditar su novela Ayer, que salió originalmente en 1995.
El libro cuenta la historia de un hombre que, como la autora, es un inmigrante en un país indeterminado, pero hostil. Sandor –así se presenta aunque su nombre en la tierra donde nació es Tobias– lleva la vida de un autómata: trabaja en una fábrica, se reúne con otros inmigrantes, a veces escribe, sueña con Line, una especie de mujer ideal y también una muy precisa que, con el correr de las páginas, se va a cruzar de manera inesperada.
En apenas 100 páginas, y con su estilo siempre preciso, casi punzante, Agota Kristof logra condensar un universo de angustia, pero también de deseo, en el que no faltan el desarraigo, la soledad y el amor, a pesar de todo.
Como arriba hablamos de partidas, les dejo una de las muchísimas escenas que subrayé.
Ayer fui a la orilla del lago. El agua ahora está muy negra, muy oscura. Todas las noches embarcan entre las olas algunos días olvidados. Van hacia el horizonte como si navegasen por el mar. Pero el mar está lejos de aquí. Todo está muy lejos.
Creo que pronto me curaré. Algo se romperá en mi interior o en algún lugar en el espacio. Partiré hacia alturas desconocidas. Solo existe la cosecha en la tierra, la espera insoportable y el silencio indecible.
Ayer, de Agota Kristof, acaba de ser reeditado en español por Libros del Asteroide.
2. Fue la mano de Dios, de Paolo Sorrentino. Algunas apostillas antes de comenzar. La primera: es una lástima enorme que esta película, que tuvo su estreno oficial en la Argentina en el Festival de Mar del Plata, no se haya podido ver luego en las salas de cine del resto del país. Otras dos: no se trata de una película sobre Maradona ni sobre el gol del futbolista contra los ingleses. Sin embargo la atmósfera de Nápoles en los 80, la ciudad que se ilusiona con la llegada de una especie de mesías, la ciudad que espera un milagro que se cumple, sirve como paisaje para una historia que se podría definir, como hicimos por acá, como de coming of age. A la vez, aunque aparecen episodios muy concretos y elementos contundentes de la vida del director, no se trata tampoco de una autobiografía tradicional.
En la primera parte del relato, justamente, está la presentación general de personajes disparatados, de lugares, de calmas que preceden huracanes. Fabio es un joven tímido que pasa sus días entre la casa familiar (la película se grabó, como decíamos arriba, en el edificio donde Sorrentino vivió hasta su juventud y en las calles que él solía transitar) con una pareja de padres muy carismática, la escuela, el cine y el fútbol: cada vez que puede, va a la cancha a ver al Nápoles. Él también espera el milagro: que Diego Maradona pase a jugar a ese club olvidado en una ciudad ruidosa, despreciada por el resto del país.
Un accidente doméstico del que son protagonistas sus padres –y del que Fabio queda afuera porque ese fin de semana prefirió quedarse para ir a ver un partido del Diez en su estadio: el milagro después del milagro– marcará una tragedia en su vida y la cambiará para siempre.
Fue la mano de Dios es un homenaje conmovedor al cine –hay referencias ineludibles a la obra de Fellini, hay planos hermosos de la ciudad y de los actores tan grandilocuentes como magnéticos–, a Nápoles, al amor, a lo profano, a lo inasible de una belleza que siempre está en el pasado. No se la pierdan.
Fue la mano de Dios, de Paolo Sorrentino, está disponible en Netflix. También allí se puede ver una entrevista exclusiva con el director.
3. Balances. Para quienes se hayan perdido un poco o estén buscando ponerse al día con los estrenos y lanzamientos de 2021 en el mundo de las series, las películas y los libros, en elDiarioAR estamos publicando varias notas con listas con lo que consideramos lo mejor del año.
Les dejo por acá una nota con trece grandes libros escritos, como contamos allí, por “chicas en tiempos suspendidos” para citar y homenajear a Tamara Kamenszain.
Por otra parte, acá hice un repaso de algunas películas muy comentadas del año que termina, que aterrizaron en las distintas plataformas. Les sumo, además, una selección de películas que compitieron en la última edición de los premios Oscar y que se pueden ver también por streaming.
Durante 2021, como comentamos en varias entregas de Mil lianas, se lanzaron también largometrajes y series documentales que cuentan las historias de grandes grupos musicales o de solistas. Por acá, una lista con reseñas que puede venir bien como ayuda-memoria.
Por otra parte, si quieren repasar algunas series británicas muy interesantes, les dejo esta nota. Y si tienen ganas de comedias, dejo también este texto con algunas de las más destacadas de los últimos meses.
¡Hasta la próxima!
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