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Libros de octubre, algunas pistas de baile

Nahuel Pérez Biscayart y Úrsula Corberó en una de las escenas más impactantes de "El jockey", de Luis Ortega.

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No hay historia de amor: hay una danza /anclada al corazón de la memoria. Danza, Leopoldo Brizuela.

Intento darle vueltas a un asunto que me tiene un poco tomada en los últimos días (uno ñoño, que nadie se asuste; para todo lo demás existen otros lugares). Es el baile del comienzo de El jockey, de Luis Ortega. Me cuesta reconstruir la conmoción que sentí cuando lo vi en el cine y aunque puedo volver a la escena muchas veces en YouTube –los productores eligieron esa escena como el primer tráiler que circuló de la película–, hay algo de esa turbación primigenia que se pierde para siempre. Y que a la vez me llama, me convoca a recordar, me hace volver. La secuencia es una trampa exquisita: los protagonistas, los encantadores Remo (Nahuel Pérez Biscayart) y Abril (Úrsula Corberó), bailan en un salón oscuro.

Suena Sin disfraz, de Virus, y eso que se ve se parece a un cortejo. Es que los cuerpos de los bailarines no se tocan, pero se miden como si quisieran llegar a la mínima distancia posible, se tantean como si estuvieran a punto de engancharse. Cada uno, a su tiempo, da vueltas alrededor del otro y estira el aire que los separa hasta hacerlo exiguo. Los divide un resquicio o un abismo: ese espacio ínfimo que pueden tajear en el movimiento con sus extremidades, ese toco el aire, a vos no te toco. Esa zona de promesas, ese por ahora.

Tal vez me cueste reconstruir el impacto que sentí en el cine porque se parece un poco al gesto de contar o que nos cuenten sobre un flirteo, un flechazo o una primera cita (si somos los que contamos, probablemente nos detengamos en detalles absurdos, nos cueste salir de los titubeos o aflore algo de incredulidad; si somos los que escuchamos tal vez pongamos la cara de Roberto Carnaghi mirando a los bailarines de El jockey extasiados, deformes y un poco atolondrados). El encuentro amoroso o ese vaivén entre la pista y el despiste; entre la coreografía y el desliz; entre el merodeo y la sincronía imposible

Para seguir en el baile, armo rápidamente un romancero musical y caprichoso con invitaciones a bailar entre el desgarro, el juego, el cortejo: Let’s Dance (alguna vez hablamos por acá de esa convocatoria de David Bowie a correr, mecerse, temblar, a veces esconderse, no dejar de mover los pies); Baila conmigo, de Rita Lee (el rito sagrado, el llamado de la tierra: “Baila conmigo/como se baila en la tribu”); Bailarina, de Miranda! (el gancho pop, la versión más chillona del deseo: “Baila conmigo y así/ mezclemos nuestros colores”), Bailar en la cueva, de Jorge Drexler (la caída sonora de las inhibiciones, un cuerpo al fin: “Cerrar el juicio, cerrar los ojos/oír el clac con el que se rompen los cerrojos); El baile y el salón, de Café Tacvba (la revelación, el sí: ”yo que era un solitario bailando/me quedé sin hablar/mientras tú me fuiste demostrando/que el amor es bailar“).

Sin disfraz habla de abandonar el frac para amar, de hacerlo por un minuto. La historia más o menos conocida de la canción de Federico Moura, escrita en coautoría con Roberto Jacoby, refiere al mundo queer, a una especie de guiño, a un traje pomposo que, ante el encuentro de los que bailan, ya no se necesita. Un cruce que es centelleo, que es clandestinidad, que se sostiene en un código común pero también resbaladizo. Los protagonistas de El jockey –o mejor, sus cuerpos– no serán los mismos después de su danza inaugural (de hecho, por distintas clases de accidentes, se golpearán, se romperán y, por fin, mutarán). Vuelvo a pensar en ese baile, que en el fondo es un anzuelo: Remo y Abril no volverán a ser tan esplendorosos como cuando bailan por primera vez y a la vez no podemos dejar de mirarlos, de acompañarlos en la fuga que sobreviene a ese inicio alucinante. 

Unos días antes de la película de Ortega vi La práctica, de Martín Rejtman, otro cineasta que suele incluir pistas de baile o discotecas en sus películas. En este caso no hay bailarines, pero sí varios cuerpos que también se van rompiendo. Hay varios accidentes y deslices. Se suele comentar mucho la forma en la que hablan los personajes de Rejtman, a mí me gusta más pensar en sus movimientos y en los tironeos a los que quedan expuestos (en La práctica, de hecho, hay posturas de yoga, huesos que crujen, viajes en moto, trastabilleos, temblores de la naturaleza que los sacuden). Algo que me hizo reír: en las dos películas, en distintas situaciones amorosas y al mismo tiempo cómicas, los protagonistas se abisman, es decir, caen al algún vacío (Remo se levanta de la cama, se tropieza desde una habitación alta y se desploma; el personaje que encarna Esteban Bigliardi en la película de Rejtman va hablando con una chica que pareciera gustarle y se hunde repentinamente en una alcantarilla).

El baile, otra vez el baile. Por estos días, en las muchísimas entrevistas que dieron por el estreno de la película, Nahuel Pérez Biscayart y Úrsula Corberó coincidieron en decir que el baile fue lo primero que filmaron juntos y que, por su condición medio experimental (“hicimos bastantes bizarreadas”, dijo la actriz por acá) se convirtió en la mejor manera de conocerse.

Es ese arrojo, ese salto al vacío que tenés ahí, pero que tenés que estar un poquito en aprietos para soltarlo”, dijo el actor en la misma entrevista. También Luis Ortega se refirió al asunto: “El baile genera un lenguaje que rompe con el discurso lineal de las palabras, que a la vez generan un pensamiento lineal, que a la vez genera la expectativa de un mensaje. Entonces, es una cadena de malos entendidos que no resulta buena a la hora de querer vehiculizar una expresión visceral. El baile lo que hace es que rompe el lenguaje y cuenta mejor que un diálogo. Bueno, no sé si cuenta mejor, lo cuenta de una manera más directa”. 

"Y bailamos, y ya no sé si es hoy, ayer o mañana”, suena y vuelvo. A esa pista, a esos movimientos, a las torpezas, a las palabras que ya no dicen, a eso que quiero recordar y se pierde. A ese encantamiento de las primeras veces. 

Arranca Mil lianas, este clan de ritmos rotos –gracias Bochatón por la imagen–, esta pista virtual de cada viernes.

1. Los libros de octubre. Octubre llegó con novedades editoriales variadas. Entre novelas, cuentos, ensayos, nuevas ediciones de clásicos y antologías, los sellos apostaron este mes a nombres nuevos y también a los consagrados. Por acá pueden leer una suerte de guía que armé con algunos de los libros más destacados.

Por mi parte ya arranqué con las clases que Borges dio en una universidad estadounidense nada más y nada menos que a comienzos de 1976, que ahora publicó Sudamericana con el título Clases de literatura argentina. Universidad de Michigan. El libro trae las transcripciones de esos encuentros entre el escritor y los estudiantes, con sus exposiciones dedicadas a Sarmiento, el Martín Fierro y Leopoldo Lugones, entre otros. Hay filo, hay agudeza, hay honestidad y muchísima gracia en cada una de ellas.

También ando con El sentido del humor, el nuevo ensayo de Alexandra Kohan que publicó Paidós (pronto novedades, mientras tanto pueden ir leyendo un adelanto del libro en este enlace).

La guía con las novedades editoriales destacadas de octubre se puede leer en este enlace.

2. Los libros de Han Kang. Las últimas horas estuvieron plagadas de malas noticias y apenas una buena iluminó un poco el desconcierto de estos días. El jueves se anunció que la escritora surcoreana Han Kang ganó el premio Nobel de Literatura. En una vieja entrega de Mil Lianas que pueden encontrar por acá hablamos del bellísimo Las clases de griego, uno de los últimos libros de la autora, que llegó a nuestro país de la mano del sello Random House. Pero hace más de una década que el nombre de Han Kang circula en la Argentina. Es que el sello independiente Bajo la Luna editó, en 2012, La vegetariana, tal vez su libro más célebre, como parte de una interesantísima colección de literatura surcoreana. Una apuesta audaz en aquel momento para un libro impactante pero todavía inaccesible para buena parte del mundo (a partir de entonces la obra de la escritora comenzó a conocerse más y a recibir premios internacionales como el Booker Prize). De hecho Han Kang estuvo de paso por Argentina para participar de una presentación en la Feria del Libro de Buenos Aires de 2013, tal como cuenta en esta nota para Página/12 la escritora argentina Marina Mariasch, quien tuvo la posibilidad de entrevistarla. 

Con el anuncio del Nobel, la multinacional Penguin Random House adelantará el lanzamiento de una nueva edición en español de La vegetariana, que estaba previsto para finales de este año, y seguramente publicará más títulos de su obra. Cruzo los dedos para que llegue uno que me gusta particularmente. Se llama, al menos en la edición en inglés que tengo, The White Book y es una especie de híbrido compuesto por fragmentos desgarradores que rondan alrededor del color blanco, de un dolor particular que atraviesa a la propia Han Kang y de esa insistencia atronadora que puede llegar a ser el silencio.

La escritora Han Kang acaba de ganar el Premio Nobel de Literatura. En este enlace, un comentario sobre La clase de griego, su último libro traducido al español y editado por Random House.

3. Combo de películas. Dejo un listado un poco caótico de películas más o menos recientes que vi en el cine en el último tiempo y que por estas semanas aterrizaron en las plataformas de streaming más populares (sé que van a valorar el gesto especialmente aquellos y aquellas que estén en Argentina y tengan la posibilidad de hacer algún tipo de pausa durante el fin de semana largo).

Prime Video sumó a su menú Challengers (traducida a los ponchazos como Desafiantes en algunos lugares), de Luca Guadagnino. Arriba hablamos de cuerpos que se mueven o se rompen y cortejos y acá hay bastante de eso. La historia se sitúa en el universo del tenis, tiene un triángulo amoroso en el centro y está protagonizada por Zendaya, Josh O’Connor y Mike Faist. La misma plataforma también acaba de subir la adorable película de animación Robot Dreams (Mi amigo robot en algunos sitios), que comentamos brevemente por acá por su música. 

Ya que hablamos de cine animado, Netflix sumó a su servicio esta semana el largometraje El niño y la garza del maestro Hayao Miyazaki. No mucho para decir, salvo “qué ganas de dejar todo y ponerme ya a verla una vez más”.

Vi que está disponible en la plataforma Max una película bastante inquietante que vi en el cine hace un par de años. Se llama The Nest (perdón que insista con esto de la traducción, en algunos lugares le pusieron El refugio), la dirigió Sean Durkin y está protagonizada por Jude Law y Carrie Coon. Un drama matrimonial situado en los ‘80 que narra las peripecias de una familia que empieza a verse en problemas cuando, por decisión del padre –un hombre de negocios ambicioso y un poco errático–, se van de los Estados Unidos para instalarse en una casa aisladísima y un poco tétrica en la campiña inglesa.

Por último, este verano le dedicamos una nota especial a Mar del Plata por su cumpleaños 150 y les hablé del documental Danubio, de la cineasta argentina Agustina Pérez Rial. La película está disponible en CineAR Play para ver gratis.

Banda sonora. Por ineludible, por magnética, esta semana se suman a este espacio todas las canciones que componen la banda sonora de El jockey, de Luis Ortega. De Virus a Sandro, de Palito Ortega a Nino Bravo, un viaje sonoro delicioso que encuentran, como todas las semanas, en este enlace. Ya que hablamos de la película, me encantó esta nota que escribió Moira Soto que capta mucho del sonido de El jockey, de sus colores, de sus texturas. También hay un repaso espectacular de las películas anteriores del cineasta. 

Por supuesto que también sumé canciones que rondan el baile, que lo celebran, que lo incitan. Entran, además de las bandas y solistas que mencioné al comienzo, temas de Los Besos, Jamiroquai, Alaska y los Pegamoides, los Bee Gees y más

Un lugar especial, también, tienen esta vez algunas canciones de la más brillante reina de las pistas, Madonna (cantemos juntos: come on, vogue/let your body move to the music). Con un texto súper conmovedor que publicó en Instagram, la artista despidió esta semana a su hermano Christopher Ciccone, quien murió a los 63 años y fue en algún momento de su carrera su compañero de ruta y también su coreógrafo.

“Nos tomamos de las manos y bailamos a través de la locura de nuestra infancia. De hecho, el baile fue un súper pegamento que nos mantuvo juntos”, anotó por ahí y agregó, entre muchísimas otras, imágenes de bailes compartidos: “Descubrir la danza me salvó (...). Cuando finalmente tuve el coraje de irme a Nueva York para convertirme en bailarina mi hermano me siguió. Y, otra vez, nos tomamos de la mano y bailamos a través de la locura de Nueva York”.

Bonus track. Pequeño recordatorio, por si se les pasó o andan un poco perdidos, control remoto en mano: por acá armé un repaso con algunas series y películas que llegan a lo largo de octubre al streaming.

Bonus track II. Para cerrar, más invitaciones al baile y al encuentro: Rita Lee y Maria Bethânia cantan juntas Baila conmigo en 1986.

¡Hasta la próxima!

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