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ENTREVISTA

Nick Srnicek: “La libertad es muy limitada si para sobrevivir tenés que trabajar 50 o 60 horas por semana”

Nick Srnicek, el académico canadiense visitó Buenos Aires para debatir sobre el futuro del trabajo.

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Alta expectativa, sala llena y un clima digno de la ciudad donde vive: todo listo para recibir al académico canadiense Nick Srnicek, profesor de Economía Digital del King’s College en Londres, quien en minutos hablará de trabajo, tiempo libre y plataformas ante un auditorio de académicos, políticos y referentes. Mientras tanto, afuera, en Plaza San Martín, cientos de personas lidian con la vuelta desde sus trabajos en una tarde lluviosa.

La ocasión es el panel “Capitalismo de plataformas y post trabajo” en el centro de investigación y diseño de políticas públicas Fundar, en Retiro. Al lado de Srnicek está Maia Volcovinsky, de la comisión directiva de la Unión de Empleados Judiciales de la Nación (UEJN). Del otro se sienta Darío Judzik, decano ejecutivo de la Escuela de Gobierno de la Universidad Torcuato Di Tella y coautor del libro Automatizados. La moderación corre a cargo de Juan Manuel Ottaviano, investigador sobre trabajo e ingresos en Fundar.

Autor de Capitalismo de plataformas (2019) y Después del trabajo (2024, escrito junto a Helen Hester), editados aquí por Caja Negra, Srnicek estudia cómo interactúa la economía política con la tecnología. Señala que hoy el futuro del trabajo no es la programación, sino las tareas de cuidado, que tienen cada vez más demanda en el mercado laboral y también dentro de las familias. Y propone un nuevo paradigma, el postrabajo: maximizar el tiempo libre, un elemento clave en su concepción de libertad, muy distinta a la que corre por estas pampas en tiempos mileístas.

“Más allá de la expansión del tiempo libre, lo crucial es controlar nuestros propios tiempos. Eso incluye el control dentro del lugar de trabajo, sobre los ritmos laborales y sobre las tareas que se nos exigen hacer. En última instancia, se trata de un conflicto de clases y de que las clases trabajadoras ganen poder”, desarrolla Srnicek en un momento del panel.

Una hora y media después, el autor canadiense expande esas ideas a solas con elDiarioAR y habla sobre libertad en tiempos libertarios, la mentalidad detrás del mundo cripto y la carga de la “Generación Sándwich”, que debe cuidar a hijos y padres simultáneamente. En un sistema que exige tanto y devuelve tan poco, ¿podemos recuperar la libertad de disponer de nuestro tiempo?

– En su trabajo usted habla de la “Generación Sándwich”, la gente que debe cuidar a sus hijos y también a sus padres. ¿Es posible para esa generación tener realmente tiempo libre?

– Mientras las cosas sigan así, no es posible. El cuidado de personas mayores es un área muy subfinanciada en casi todos los países del mundo y depende mucho de la familia, que lo hace de modo no remunerado. Por mucho que ames a tus padres y a tus hijos, el trabajo de cuidado sigue siendo trabajo y es agotador, especialmente cuando es todo el tiempo. Además, hoy la gente está mucho más dispersa geográficamente. Mis padres están al otro lado del océano y no puedo cuidarlos. Eso significa que si no se provee cuidado a través del Estado o del mercado de una manera asequible, nuestros mayores van a terminar sufriendo. Japón es una advertencia: es uno de los países con mayor envejecimiento, y depende tanto del cuidado familiar, que hay un montón de casos de abuso de adultos mayores, porque la gente está cansada de cuidarlos. Ese es el futuro que puede esperarles a muchos países si no se ponen a pensar en cómo cuidar a sus mayores de una manera más sustentable y concreta.

– Pese a los avances en la lucha contra la desigualdad de género, las tareas de cuidado siguen estando a cargo de las mujeres en la mayoría de los casos. ¿Por qué?

– Por el patriarcado. En los últimos 40 o 50 años, en la mayoría de los países las mujeres redujeron el tiempo que dedican al trabajo no remunerado en el hogar, y los hombres lo aumentaron un poco. Pero sigue siendo bastante desigual y las mujeres continúan destinando más años que los hombres a ese trabajo, incluso en los mejores casos. En parte se debe a la brecha salarial de género. En promedio, las mujeres suelen ganar menos que los hombres, así que si alguien tiene que quedarse en casa y hacer trabajo de cuidado no remunerado, tiene sentido que lo haga la persona que gana menos. Los economistas llevan años intentando explicar la brecha salarial de género. Principalmente, tiene que ver con cosas como la posibilidad de que la mujer quede embarazada y la preocupación de los jefes de que falte para cuidar a los hijos. Esas desigualdades en el hogar, en el trabajo, en los ingresos y en el tiempo libre están entrelazadas, y en última instancia, son inherentes al patriarcado.

– Según menciona en sus libros, seguimos dedicándole prácticamente la misma cantidad de horas a las tareas domésticas que hace un siglo. ¿Por qué sucede esto, si hay tanta tecnología que puede ayudarnos en ese sentido?

– Por un lado, las expectativas en torno al trabajo reproductivo aumentaron. A medida que se hizo más fácil lavar ropa, se espera que en lugar de lavarla una vez al mes o a la semana se lo haga a diario. En lugar de limpiar la casa cada tanto, ahora se espera que se mantenga limpia todo el tiempo. Otra clave es que, a principios del siglo XX, ese trabajo en general se hacía de forma colectiva. La ropa solía lavarse en grupo, pero esa tarea se individualizó con la llegada del lavarropas y pasó a ser hecha por amas de casa. Así se redujo el número de personas que hacían esas tareas y se les asignó más trabajo. Por otro lado, mucha de esta tecnología no fue necesariamente desarrollada para ser la más eficiente, sino para un hogar unifamiliar en lugar de una parte de un barrio, donde se podrían aprovechar las economías de escala y las eficiencias que implican. Podríamos imaginar un mundo alternativo donde en lugar de tener lavarropas y secarropas en casa, tuviéramos lavanderías colectivas. Pero no se desarrollaron esas tecnologías y ese camino se desestimó.

– Hablando de tecnología, muchas aplicaciones están diseñadas para ahorrarnos tiempo, pero también hay algunas que nos lo “roban”, que son tan adictivas que nos pasamos horas scrolleando. ¿Qué piensa sobre el papel de las aplicaciones móviles en la administración de nuestro tiempo?

– Una de las interpretaciones más interesantes que vi es que el scrolling, en muchos casos, es el objetivo principal de muchas de esas aplicaciones. Muchas veces sólo querés matar el tiempo y, aunque no es lo ideal, es sintomático de un cansancio. La gente vuelve del trabajo y no quiere hacer nada, porque no tiene la energía o la plata. También es un agotamiento de las alternativas disponibles. Los lugares tradicionales para la vida social son cada vez más difíciles de encontrar en muchos casos, entonces el scrolling se convierte en una forma de pasar el tiempo. [El teórico marxista Antonio] Gramsci diría que es un síntoma mórbido de nuestro momento actual.

– Veo una paradoja en la convivencia de la cultura del ajetreo [hustle culture, un modelo aspiracional que glorifica el trabajo excesivo] y la del cryptobro, que alienta a ganar dinero no a través del trabajo asalariado sino de negociar criptomonedas. ¿Cómo cree que ambas tendencias interactúan?

– Creo que una de las claves de la hustle culture es que, en el sentido más tradicional de ideología, trata de explicar la situación de la gente dentro de una estructura particular y por qué quizás aún no tuvieron éxito en la vida. Les dice que no se dedicaron lo suficiente, que tienen que esforzarse más, levantarse más temprano, leer más libros de productividad. Hay una narrativa que trata de explicar ese fracaso y también les ofrece una oportunidad para salir de esa situación y potencialmente tener éxito. Creo que eso tiene mucho que ver con el Bitcoin y las criptomonedas, donde hay una suerte de mentalidad de lotería, tipo “Un día de estos ese token que compré se va a disparar y voy a tener un millón de dólares de una”. Eso parece ser una gran parte de la cultura cripto, y los estudios que vi sobre quienes participan en criptomonedas muestran que suelen tener problemas económicos. Es una desesperación por salir de esa situación jugando a la lotería.

– Incluso en países con crisis económicas como el nuestro, ¿hay un futuro en el que se pueda tener más tiempo libre?

–Sí. No con el gobierno actual, pero sí. Una de las razones por las que muchos políticos no tocan este tema es porque es difícil, es caro, y los problemas no son evidentes desde el vamos, sino que aparecen dentro de los espacios domésticos, en las vidas privadas, sin una expresión pública necesariamente. La mayor expresión pública es el sistema de salud: cuántos mayores tienen que depender de él, cuánto tiempo vive la gente. A medida que tengamos una población más envejecida, esos problemas van a hacerse más visibles y habrá gente pensando en cómo organizar y movilizar a los afectados para hacer presión colectiva en busca de una respuesta.

– En su conferencia en la Facultad de Ciencias Económicas del jueves, usted menciona que esta visita a la Argentina es la primera vez que oye hablar de turismo social, iniciado aquí en el primer peronismo. ¿Qué aspecto de este concepto lo sorprendió más?

– Me impactó que se orientara a las clases trabajadoras y se enfocara en algo que, desde una perspectiva neoliberal, parece un exceso: las vacaciones, que no están directamente relacionadas con las necesidades económicas de un país. Ese tipo de políticas apuntaban al disfrute del tiempo libre y son un gran ejemplo de cómo el Estado puede apoyar la posibilidad de que todos, de manera universal, disfruten de su tiempo libre, sin que eso se reduzca a comprar bienes de consumo.

– ¿Qué otras políticas públicas argentinas en relación al tiempo libre le llamaron la atención?

– Hoy vi una revista de 1949 [el material promocional de la Colonia La Tercera Edad, de la Fundación Eva Perón], que muestra una visión lujosa y una realidad práctica de lo que el cuidado de los mayores puede ser para las clases trabajadoras. Me llamó la atención ese enfoque, porque el lujo público, para mi coautora Helen [Hester] y para mí, va más allá de las necesidades básicas. Y eso es exactamente lo que reflejaba esa revista: instalaciones y ambientes de lujo que superaban lo necesario para el cuidado de los mayores. Es impresionante que se hiciera eso en los años 40. Parece que acá hay una rica herencia, no muy conocida en el mundo angloparlante, de reflexión sobre el trabajo de cuidado, el trabajo reproductivo y cómo dar a la gente más tiempo libre y de mejor calidad.

– ¿Cómo los espacios públicos pueden fomentar hoy un mejor uso del tiempo libre?

– Hay que ofrecer opciones y formas de aprovechar el tiempo libre que no se limiten a scrollear con el celular, comprar algo por Internet o gastar plata, sino que se basen en formas diferentes de vivir socialmente, actuar colectivamente y, por ejemplo, disfrutar del buen tiempo con la familia o los amigos, entre otras cosas. No sé cómo es acá, pero en el Reino Unido, donde vivo, hubo un cierre masivo de esos espacios públicos. Es un problema, realmente, porque entonces... ¿a dónde vas? Hay que abrir espacios públicos y  que haya actividades deportivas y de otro tipo coordinadas institucionalmente para que, por ejemplo, los adolescentes no estén ahí sólo dando vueltas sin nada que hacer. Son todas formas de fomentar un uso más placentero del tiempo libre, que no dependan sólo de gastar plata.

– En sus libros usted analiza el concepto de libertad en relación a la necesidad de reducir el trabajo no remunerado. Pero en nuestro país y en otros con políticos libertarios, la libertad hoy significa otra cosa. ¿Cómo puede recuperarse ese concepto desde sectores progresistas, para que la libertad vuelva a ser sinónimo de tiempo libre o, al menos, de no estar atado a las necesidades del capitalismo?

– La izquierda podría ganar muy fácilmente la batalla sobre el término, porque la idea que ofrece la derecha es una concepción mínima de libertad, más aplicable a las grandes empresas que a las personas. El individuo no está preocupado por la regulación estatal, su concepción de libertad no es esa sino la del control sobre su propio tiempo. Cuando estás en el trabajo, no tenés ese control, porque te lo dicta un jefe, una aplicación, y en última instancia, el mercado, para que la empresa siga siendo rentable. Hay una razón por la que todos odian los lunes: porque cuando tenés que volver al trabajo, perdés tu libertad. La gente ve cómo operan estas distintas capas de falta de libertad. Creo que la izquierda puede ganar la discusión diciendo “Vamos a ofrecer una mejor visión de la libertad, y es esta”.

– La supuesta libertad que plantea Milei termina afectando a los trabajadores más precarizados, como los que ofrecen sus servicios en aplicaciones, plataformas que prometen libertad pero también ejercen fuerte control. Paradójicamente, muchos de ellos votaron a este presidente. ¿Por qué se da esta aparente contradicción?

– Creo que muchos de los que trabajan en apps lo hacen por la flexibilidad, que es una forma de libertad real, la de no tener que viajar al trabajo. El problema es que las apps son tan explotadoras que la poca libertad que ofrecen está limitada por el hecho de que tenés que trabajar muchas horas para poder llegar a fin de mes. Así que no me sorprende que haya este deseo de libertad que luego se exprese en un voto por Milei. La libertad es muy limitada si para sobrevivir tenés que trabajar 50 o 60 horas por semana. Tu vida entera depende de entregar la mayor parte de ella al capitalismo.

Srnicek fue convocado a Buenos Aires para una nutrida agenda de actividades, que comenzó el jueves en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA con su conferencia “Los futuros del trabajo: Tecnologías, espacios urbanos y uso del tiempo”. Fue en el marco de la primera edición del ciclo de clases magistrales “Ciudades al límite: Desafíos y oportunidades del presente para construir un futuro urbano sostenible”. La visita del académico fue coordinada entre el IDUF, la Legislatura porteña, la editorial Caja Negra y la Secretaría de Vinculación Estratégica de la Universidad de Buenos Aires.

KN/MG

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