Andrés Neuman: “Hacía muchos años que no me sentía tan huérfano como ahora que soy padre”
“Encantado, hijo mío, de empezar a la vez a ser lo que seremos”, escribe Andrés Neuman en su nuevo libro Umbilical (Alfaguara, 2022). Una carta en pequeños fragmentos al hijo, a la espera de un nacimiento, a la llegada de una persona que no habla (“nunca amaste tanto a alguien con quien no podés compartir un idioma. Sí un lenguaje pero no un idioma”, dirá después) ni puede leer. Una apuesta, la escritura de una memoria posible y al mismo tiempo fabricada.
En tiempos en los que las mesas de novedades rebalsan de libros –prescriptivos, incendiarios, oportunos, oportunistas, polémicos, testimoniales, cómicos, literarios, genuinos en sus planteos, cargados de una épica sospechosa: un mundo– que abordan a la maternidad y la crianza desde distintos planos, el escritor optó por una mirada sobre la paternidad. La propia, la íntima, la de su cuerpo, la que vivió en su casa desde el embarazo de su pareja hasta el primer año de Telmo, su hijo.
Para él, se trata de un fenómeno de alguna manera paralelo al de esas publicaciones: el de repensar todo aquello que se da por sentado. Durante una visita reciente a Buenos Aires, en diálogo con elDiarioAR el autor, que vive desde su adolescencia en España, apuntó: “Todos esos libros tienen que ver con cuestionar el mandato colectivo, familiar, histórico sobre la madre, sobre la obligación de maternar o no y sobre cómo maternar. En mi caso fue un intento, una primera búsqueda de las paternidades desde el cuerpo, desde la vulnerabilidad y desde la redefinición o reescritura de lo afectivo. Una especie de desobediencia emocional. Parecen fenómenos opuestos, pero en realidad son complementarios: están las escritoras ideando maneras de huir del canon de la maternidad, es decir de la naturalización de la maternidad, de la mitificación del instinto maternal, de la obligación de ser madre. ¿Y cuál es el mandato del padre? Lo que me aparecía en principio era una suerte de distancia como mandato, una distancia que es casi legendaria. Los que no gestamos llegamos tarde a la paternidad en todos los sentidos. Nuestro cuerpo llega tarde al hijo, pero también nuestra comunicación afectiva. Nuestro involucramiento. Estoy hablando en términos muy generales como es evidente ¿no? Hablo del canon, no de los individuos. El imaginario está programado para casi sintetizar esa distancia. Pienso en esa imagen del cine, la del señor trajeado fumándose los nervios y yendo de un lado, arriba a abajo en un pasillo de espera de la noticia de la paternidad. El nacimiento sucede fuera de campo. Me parecía que lo político estaba ahí, en detenerse en lo afectivo y en el cuerpo. En este caso, el cuerpo del padre. O sea, ¿existe? ¿Qué le pasa? ¿Qué piensa, qué teme un hombre antes, durante y después del nacimiento de su hijo? ¿Hay otras formas de cercanía posibles? ¿Se puede poner el cuerpo antes del nacimiento? ¿Hasta qué punto sabemos o podemos ponerlo después del nacimiento? ¿Cuáles son los otros posibles cordones umbilicales?”.
¿Cómo surgió la idea de lo umbilical, para usar una definición actual, desde las personas no gestantes?
El título tiene varias lecturas. A mí se me ocurrió observando a mi hijo, como casi todo últimamente en mi vida. Más que pensar las cosas yo miro a mi hijo. Confío mucho en su sabiduría pre-verbal. Para el título del libro se me ocurrían toda clase de absurdos, hasta que de pronto noto que hacia el final del texto hay un capítulo que habla de un libro de animales marinos. Y en ese libro de animales marinos, entre los que había un delfín, una ballena, un tiburón, aparecía un pingüino con un bolsillo. Las personas que habían escrito el libro tuvieron la generosidad no binaria de poner a un papá pingüino que alojaba un bebé pingüino. Y el bebé estaba como unido al vientre de su papá que era una mezcla de pingüino y canguro ahora que lo pienso, por una cuerdita. Me di cuenta de que mi hijo llevaba todo un mes tirando una y otra vez de esa cuerdita. Se obsesionaba no solamente con introducir y extraer al bebé pingüino de su padre sino en el pequeño lazo de unión que había. En resumidas cuentas, él tenía esa cuerdita en la mano todo el tiempo. ¡Se puede decir que nuestro bebé me dictó el título! (risas). Pero más allá de eso, aparecieron las preguntas por un vínculo que en la literatura oscila entre el silencio y el tabú, que es la relación entre hombres y bebés. Hay muchos libros con padres o sobre padres. De la Biblia en adelante casi no se habla de otra cosa. Pero hay muchos menos desde la paternidad y la crianza: no tenemos la imagen de un padre que cuente cómo siente y cómo vive la crianza en general. Mucho menos si pensamos en padres con sus bebés.
Más que pensar las cosas, últimamente yo miro a mi hijo. Confío mucho en su sabiduría pre-verbal.
Por lo general, más que el comienzo de la paternidad, aparecen los padres del final, los recuerdos, los legados, en algunos casos los ajustes de cuentas.
Exacto, eso es, es el balance del padre. Por eso digo que directamente la idea de un varón con un bebé es un silencio. A mí me fascina mucho este tema: por qué el bebé no es el tema literario para el canon del escritor varón. Y si nos vamos a la etapa prenatal, ya entonces casi no está previsto que podamos escribir sobre esto. Evidentemente no opera un límite biológico sino cultural y específicamente literario. Es decir, cómo construimos nuestro imaginario. Y es que el imaginario es causa y consecuencia de nuestras costumbres. Es descriptivo y prescriptivo.
¿Lo vinculás con el patriarcado? ¿Con lo que se espera de los varones?
Por supuesto. Lo pienso en términos de lenguaje, en lo que se narra y se omite. Por ejemplo, con la escatología del cotidiano, algo que me parece extremadamente necesario escribir. Están estos tres círculos concéntricos que son biología, tradición de reparto de roles e imaginario cultural. De lo que hablamos, cantamos, escribimos, fotografiamos o filmamos, me pareció muy interesante cómo no solo hemos delegado las tareas de la crianza en las madres sino que literariamente hemos delegado en las madres escribir sobre estas cuestiones que culturalmente parecemos creer que no nos corresponden, ¿no?
Me fascina mucho por qué el bebé no es el tema literario para el canon del escritor varón. Y si nos vamos a la etapa prenatal, ya entonces casi no está previsto que podamos escribir sobre esto. No opera un límite biológico sino cultural y literario.
Lo que se ha visto tradicionalmente como una tarea menor.
Exacto y ese es el problema. Claro. ¿Por qué como escritor voy a hablar de los pañales o la caca pudiendo pensar en el imperativo categórico de Kant? ¿Qué interés tiene que le corte las uñas a mi hijo si puedo estar pensando en el Estado-Nación y su posible vigencia en el capitalismo global? Se arma esto del gran tema versus el tema pequeño. Y esta falacia de lo pequeño y lo grande tiene mucho que ver con nuestra educación, ya no solo como varones sino como escritores que eligen unos temas y eluden otros. Esto pasa porque seguramente muchos varones criaron, pero no lo contaron. Quizás porque no lo consideraban un tema digno de poetizar, pero también porque no había una comunidad que estuviera abriendo una conversación sobre eso. Aquí está la cuestión: no es tanto qué hace un padre sino por qué estamos tardando tanto, recién ahora estamos empezando a abrir una conversación que es familiar, es colectiva, pero también es literaria y pertenece al imaginario. Y ahí es donde interviene perversamente el imaginario. Si pensamos en lo audiovisual, en el mainstream por lo menos, la única unión posible entre un hombre y un bebé es una comedia pedorra en la que un señor se queda horrorizadamente a solas con un bebé porque algo salió mal. El subtexto es que es esencialmente gracioso y torpe asistir a la interacción entre un papá y un bebé. Eso no puede salir bien ¿no? Entonces siempre es una comedia. Si es un drama es porque hay una viudez, una pérdida. Siempre hay un accidente que explica la extraña reunión entre un hombre y un bebé.
¿Por qué creés que aparece esa diferencia entre bebés y niños un poco más grandes?
Yo mismo era uno de esos hombres que decían “me gustan los niños a partir de tal edad”, que es la edad del lenguaje, de la razón, de los filtros emocionales, cuando ya hay una cierta educación en lo que Freud llamaba el malestar en la cultura. Las personas cuando ya han sido atravesadas por lo que llamamos civilización. Entonces hay ya como unos rituales que están hechos. Pero antes de eso, ¿qué vínculo posible hay? Un bebé es pre-verbal, no tiene filtro emocional, es todo llanto, tiene un cuerpo unánimemente vulnerable. Es decir todo eso que a los varones no nos enseñan. Entonces, ¿con qué herramientas no biológicas, culturales, afectivas, psicológicas, te podés relacionar con un ser que es la otra cara de tu supuesta identidad de género? Como que no tenés herramienta posible. Es todo lo que no sabés y no tenés. Y eso va generando, va reforzando esta distancia aparentemente natural con el bebé. Dentro de esa distancia está el no hablar de nuestros bebés. Te dedicás a cambiar pañales, pero cuando terminás volvés al gran tema político, semiótico, de turno. Dicho sea lo cual yo estudié lingüística, me encanta la semiótica y me considero altamente interesado en la política así que no lo digo con desdén sino lamentando la manera limitada en que entendemos estas cuestiones.
Se arma esto del gran tema versus el tema pequeño. Y esta falacia de lo pequeño y lo grande tiene mucho que ver con nuestra educación, ya no solo como varones sino como escritores que eligen unos temas y eluden otros.
En este sentido, de todos los padres posibles sos un padre que escribe, que en este caso tomó este punto de partida para un libro. ¿Fue inevitable?
Tener hijos es lo más natural del mundo pero también lo más extraño del mundo como es el sexo o el amor, o la muerte. Entonces sí, un nacimiento es tan evidente y misterioso como una muerte. Entonces es importante y digno de escribirse, así como todo lo que damos por sentado es lo más urgente que tenemos para repensar. Con la primera ecografía, que fue la primera razón por la cual empecé a tomar nota, tuve la sensación de estar asistiendo, como se dice en el libro, a una pintura rupestre del futuro. Es decir, a algo que era mitad ancestral, atávico e idéntico al principio de los tiempos y, por otro lado, a un fenómeno de vanguardia y casi de ciencia ficción, de alta tecnología, muy sofisticado teniendo en cuenta que la mayor parte de la humanidad nunca fue ecografiada, incluyéndome a mí. Hace muy poquitas generaciones que ecografiamos a los fetos. Así que me movía entre la sombra de cómo no escribir esto si es trascendental como la muerte de mi madre o como mi iniciación sexual y la conciencia un poco extrañada de que en mi biblioteca casi no hay nada de esto. Entre la evidencia y el silencio era una sensación muy rara tomar nota sobre esto. Pero al principio era la idea de hacerle simplemente un regalo de bienvenida a nuestro hijo. Como no sé tejer, todavía no puedo gestar, ¿qué puedo hacer en este momento? Pensé que podía tejer un librito para entregárselo a la criatura como regalo de bienvenida y también como construcción de un interlocutor, para construir puentes con él, incluso prenatales, como se ve en el libro. El hecho de dirigirse a alguien que viene existiendo era una forma de crear una intimidad con esa criatura, de hablarle, de imaginarlo. Una mezcla de separación y proyección. Hacer algo con esa espera que no fuera simplemente pasivo, mirar para otro lado hasta que llegue el momento pasillo del señor de las películas.
Con la primera ecografía tuve la sensación de estar asistiendo a una pintura rupestre del futuro. Es decir, a algo que era mitad ancestral, atávico e idéntico al principio de los tiempos y, por otro lado, a un fenómeno de vanguardia.
El narrador en algún momento va hacia sus propias memorias, habla de “crecer entre omisiones”. ¿Cómo pensaste el vínculo entre paternidad y memoria?
Ese es otro aspecto interesante para mí que me atrajo mucho de esta escritura mucho antes de que fuese un libro: narrarle a nuestro hijo todo eso que sabemos que no recordará, pero también trabajar con ese hueco inaugural de la memoria de todo individuo, tenga o no familia, que es que desde que nacemos empezamos a caminar sobre un agujero negro. Porque es sumamente asombroso que no recordemos nuestro casi año adentro de nuestra madre, que es el lugar de residencia más decisivo que hemos tenido. Después, ¡que no recordemos nuestro nacimiento es directamente inaceptable! (risas). Es como si de pronto nos fuéramos de viaje a un lugar y recordáramos a partir del segundo o tercer año y no te acordaras de cuando decidiste ir o cuando aterrizaste. ¿Qué es eso? Es sumamente bizarro. No recordamos cuando aprendemos a hablar, a comer, a respirar, a caminar. O sea, esto es una idea medio a lo Camus pero es profundamente absurda la existencia humana desde ahí. Después está el olvido, que es algo distinto. Porque el olvido es como la fragilidad de la memoria, pero nuestra conciencia se asienta no sobre el olvido sino sobre la imposibilidad del recuerdo.
También aparecen los recuerdos ajenos trasladados, contados, narrados.
Me fascinaba mucho pensar en que nada de lo narrado en el libro mi hijo lo va a recordar jamás. Ni una sola coma. Pero también había un trabajo retrospectivo como de recuperar una memoria nunca tenida. Casi la reinvención del hueco de la memoria: ¿cómo habrá sido vestir pañales tanto tiempo?, ¿cómo será cagarse encima todo el tiempo? Y, claro, está la cuestión de escribirle una carta de amor a alguien que no sabe que existen las palabras. Esto ya era una especie de desafío literario que me parecía muy estimulante porque la literatura siempre trabajó con los límites del lenguaje. O por lo menos la que a mí más me gusta. También la poesía, que es una pregunta sobre hasta dónde se puede nombrar o cómo poner en palabras a eso que va más allá de las palabras. Y de pronto el amor por una criatura pequeña es todo el tiempo así. No es el punto de llegada conceptual, es el punto de partida. Nunca amaste tanto a alguien con quien no podés compartir un idioma. Sí un lenguaje pero no un idioma.
El olvido es como la fragilidad de la memoria, pero nuestra conciencia se asienta no sobre el olvido sino sobre la imposibilidad del recuerdo
¿Y en cuanto a tu propia memoria?
Como le pasa a cualquier persona que convive con una criatura, todo esto me llevó a pensar en mi propia infancia, en mis propios ancestros, en mi madre que murió muy joven, y también en ese otro hueco: cómo el pasado, y no solo el futuro, acelera con una nueva vida. Porque el pasado empieza a acelerar, te rebasa y se vuelve a poner delante y espera que llegues. En mi caso fue el de mi madre, que murió muy joven. Hacía muchos años que no me sentía tan huérfano como ahora que soy padre. Entonces apareció por otro lado la misión de narrarla: nunca fue tan necesario para mí hablar de mi madre y narrársela a mi hijo para que empiece a existir del mismo modo que hablé con él cuando todavía no había nacido.
Ser padre para volverse más hijo que nunca.
Exacto. Pero este es un proceso totalmente universal, no hace falta ser madre o padre para eso porque todo el mundo se dirige hacia su infancia o la relee o tiene un momento como de reencuentro ya sea grato o crítico con las figuras maternas o paternas. Esto le pasa a cualquier persona, te alejás de la infancia hasta que sin darte cuenta la tenés encima otra vez. Y una de las ocasiones para que esto pase es un hijo. No es imprescindible que lo haya pero es como una ocasión casi irresistible para que esto pase. Aparecen esas heridas fundantes que todo el mundo tiene en su vida. El caso mío y de mi hermano es la pérdida temprana de la madre y el exilio familiar. Me resulta interesante pero también un poco aterrador que ahora esas dos heridas que creía cicatrizadas hacía largo tiempo volvieran. Yo hice la escuela en España, me sentí muy extranjero en España durante muchos años, pero treinta y pico de años después no me sentía un sujeto drásticamente extranjero. Ya hablo como español en España, mi mujer es española, mi hijo es español. Hice la universidad en España, en fin, viví la mayor parte de mi vida ahí. Sin embargo tenés un hijo de pronto y pensás hijo, ¿vamos a los columpios que en Argentina se dicen hamacas? ¿Vamos al parque que en Argentina se dice plaza? Te estás comiendo una fresa que en Argentina se llama frutilla. Qué rara la palabra frutilla. Fresa también es rara ¿no? De repente volvés a la crisis del nombrar, que es una cosa que mi hermano y yo vivimos en la escuela cuando tuvimos que reaprender la lengua materna. Es decir, mi hijo está a punto de darse cuenta de que su papá es extranjero. Es curioso cómo el exilio y la orfandad, que son dos marcas de muchas personas y desde luego en mi vida son esenciales, de pronto vuelven. En lugar de una gran sabiduría y una gran fortaleza cuidadora lo que siento es una enorme desprotección ante esto que yo creía medio atado. Hay que empezar todo de nuevo en la compañía abrumadora de mi hijo.
Hace unos meses entrevisté a Eduardo Halfon, que también publicó un libro en el que recupera escenas de su reciente paternidad. Entre otras cuestiones, él comentaba que detesta el mote de “autoficción” (N. de la R. En la entrevista señala entre otras cosas, que en mayor o menor medida “toda literatura es autobiográfica” y “toda escritura es ficción”). ¿Cómo te llevás vos con este término?
Siento cosas diferentes. Por un lado, depende de cómo lo tomes. Si lo tomas con conciencia histórica literaria la autoficción existe desde que existe la novela porque la novela nació como autoficción. Uno podría pensar, al menos en castellano, en el Lazarillo de Tormes, que desde que empieza hasta que termina intenta dar cuenta de la propia biografía con intenciones interesadas determinadas de Lázaro que se descubren al final del libro. También podés pensar que la idea de la novela burguesa o moderna o narrada por un yo está en el origen mismo de la narrativa tal y como la entendemos hoy. Visto así es cero novedad. Visto desde la idea de qué es ficción o qué es imaginario sigue teniendo un elemento provocador, perturbador, que es interesante porque pone en crisis las dicotomías. Esto me parece muy saludable porque creo que una de las dicotomías más absurdas de la historia es la de realidad versus ficción. Como si la realidad tuviese una gramática y una sintaxis y la pudiéramos fotocopiar diciendo “esto es lo que pasó en realidad”. ¿Así con esa prosodia pasó? ¡Qué maravilla, qué prodigio! (risas)
AL
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