Una tesis sobre la figura y el fondo, con Brad Mehldau sentado al piano
Los géneros musicales son, sobre todo, un pacto. Y un sistema de valor. Lo que hace bueno a quien canta tangos no lo es lo mismo que se espera de quien interpreta blues o arias de ópera. Aquello que es esencial en el jazz no tiene ninguna importancia en el rock y la búsqueda de la sutileza armónica de Bill Evans en un grupo de metal o el impulso irrefrenable de las músicas bailables en un romance de Eduardo Falú, no podría sino decepcionarse.
No obstante, los límites entre unos y otros fueron volviéndose más laxos y, si en el pasado reciente un préstamo significaba casi siempre una apropiación –Aretha Franklin con una canción de Burt Bacharach o Janis Joplin con una pieza de The Bee Gees simplemente las fagocitaban desde el soul o el Rhythm & Blues–, hoy el rasgo predominante es otro. Se trata más de miradas y de maneras de pensar un material que de mudanzas de género. Por eso resulta tan interesante y tan actual –además de tan bello– el recién editado último disco del pianista Brad Mehldau. Su objeto es el cuerpo de canciones más usado –y abusado– en el campo de las músicas de tradición popular: las que The Beatles grabaron en los apenas seis años que duró su carrera. Pero lo que hace nada tiene que ver con operaciones como las de Count Basie o Duke Ellington que, en el siglo pasado, intentaron sin éxito (pero con mal gusto) convertir las obras de Lennon y McCartney –el turno de Harrison llegaría después– en piezas de swing. Mehldau no transforma las canciones de The Beatles en temas de jazz sino que, sencillamente, las piensa como solo un músico de jazz puede pensarlas. Un músico que además, en este caso, tiene un amplísimo arco de procedimientos en su imaginario y un notable –e infrecuente– dominio técnico de su instrumento.
La relación de Mehldau con este repertorio no es reciente. Ya en 1997 había incluido “Blackbird” en su primer volumen de la serie The Art of the Trio. En una entrevista publicada por la revista inglesa Jazzwise, el pianista cuenta que la idea de interpretar esa canción con una nota persistente en el contrabajo (una nota pedal) la tomó de la manera de acompañarse de Nick Drake, dejando frecuentemente una cuerda de la guitarra al aire y tocándola en ostinato. Ligó eso, relata, a los acompañamientos de muchos corales de Bach y a algo sagrado, ritual, que escucha en los Beatles, principalmente en las canciones de McCartney. Si a eso se suma el manejo de la armonía y de los micro matices heredado de Bill Evans y Herbie Hancock y la tradición del jazz en cuanto a bordear, comentar y referirse a un tema sin tocarlo del todo –pero al mismo tiempo sin olvidarlo– se puede entrever la paleta con la que Mehldau elabora sus re-composiciones.
El nuevo álbum se llama Your Mother Should Know y delinea, por otra parte, un canon Beatle absolutamente atípico. Grabado en vivo en septiembre de 2020 en la Philharmonie de París, y lejos de ceñirse al campo habitual, que se centra en el período postrero del grupo, incluye piezas como “I Saw Her Standing There”, “She Said, She Said” o “Baby in Black”, que le permite a Mehldau conectar con elementos del jazz primitivo y de músicas en las que abrevó, como el gospel. De Abbey Road, por otra parte, pone el foco en la muchas veces subestimada “Maxwell’s Silver Hammer” –en una versión lentísima cuya velocidad tiene el efecto de una revelación– y en la muchas veces desapercibida “Golden Slumbers”. Como final, uno de los temas que fue parte de los bises en el concierto parisino, una suerte de comentario a un comentario: Mehldau haciendo “Life on Mars?”, de David Bowie. En todo caso, más allá de lo sorprendentes que puedan resultar algunas de sus versiones –y de lo llamativamente literales de algunas otras– el pianista elabora, además de un obvio homenaje a una música que lo constituyó desde afuera del jazz, una tesis sobre la figura y el fondo que no es ajena, en lo profundo, a la propia naturaleza del solo y la improvisación en el género. Mehldau no trastoca los temas de los Beatles en standards de jazz. No los trabaja según la clásica forma de exposición del tema, solo improvisado con variaciones o proliferaciones de ese tema –o aproximaciones al mismo– y re exposición. Y, sin embargo, hace con ellos lo que hace el jazz: los utiliza como una suerte de pantalla en la cual proyectar –y poner en primer plano– su propio recorte. Lo hace, por otra parte, con un pianismo de una elegancia y perfección asombrosas. Baste escuchar los ligados en “Your Mother Should Know” y los matices de la nota repetida en el acompañamiento de “For No One”.
Más Beatles
Y aquí una lista con versiones, algunas curiosas, muchas inevitables y la mayoría extraordinarias, en que son otros los que leen a The Beatles, tan lejos como se puede de la idea del cover o la mímesis.
DF
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