Ganadores y perdedores en el primer año de experimento (no tan) libertario
“De algo podemos estar seguros: este es el camino correcto”. De esta forma concluía la conferencia de prensa de Luis Caputo el 12 de diciembre de 2023, cuando se comunicaba por primera vez con la sociedad argentina para anunciar el nuevo plan económico.
El programa elegido por el gabinete combinaba elementos de ajuste ortodoxo clásico con otros menos tradicionales, sobre todo en el aspecto monetario. Así, la megadevaluación del peso no solo fue acompañada por un recorte fiscal agresivo (inédito en su magnitud), sino también con una reducción en las tasas de interés a la par que se mantenían los controles cambiarios y la fijación del tipo de cambio. Al mismo tiempo, el Gobierno emprendió una agenda de desregulación económica (tanto vía DNU 70, como con la Ley Bases y otros Decretos) que desactivó herramientas estatales relevantes para la protección de la sostenibilidad de la vida de las grandes mayorías. Los acuerdos de precios y salarios que podrían haber al menos mitigado la regresividad en la transferencia de ingresos brillaron por su ausencia.
Pasada esta primera fase el Gobierno encaró un nuevo proceso de apreciación cambiaria sostenido y altas tasas de interés en dólares (a pesar de ser originalmente negativas en pesos reales). Contrario a lo que argumentaba Javier Milei antes de ser presidente, no es novedad en la Argentina que la estabilidad cambiaria permita una desaceleración de los precios. El corazón de esta política económica es similar a otras experiencias históricas, como la tablita de Martínez de Hoz, la convertibilidad o el régimen de metas de inflación de 2016-2018 ejecutado por el tridente Macri-Sturzenegger-Caputo, con la particularidad de que en esta oportunidad está acompañada por severas regulaciones a los flujos financieros heredadas del gobierno anterior y hasta el momento sin un incremento del endeudamiento externo público.
El oficialismo se jacta frecuentemente de haber podido lograr en un mes lo que muchos sostenían que llevaría meses o años lograr: pasar del déficit al superávit fiscal. Lo que esconde es que eso solo fue posible licuando las jubilaciones en más de un 33%. En los primeros meses de gestión, el gasto previsional llegó a explicar casi uno de cada dos pesos ahorrados por el gobierno. En el acumulado del año, la caída del gasto en términos reales es de 28% y se encuentra explicada principalmente por cuatro rubros: prestaciones sociales (35% del ajuste), obra pública (24%), subsidios de tarifas (12%) y masa salarial del sector público (9%). Del lado de los ingresos, la recaudación tributaria se vio deteriorada por la caída en la actividad. Sin embargo, los impuestos vinculados al comercio exterior permitieron compensar parcialmente la caída en IVA (-10%) y Aportes a la Seguridad Social (-10%).
Los perdedores
Esta distribución del ajuste fiscal, sumada a otros aspectos de la política económica (crucialmente, la política cambiaria), da lugar a una constelación de ganadores y perdedores que dista de la narrativa oficial y las promesas de campaña de Milei.
Los principales afectados por el programa económico elegido son aquellos que viven (o vivían) de su trabajo. La discusión pública se concentró en los salarios reales, que incluso en el sector privado registrado sigue estando por debajo de los de noviembre (gracias a que el tipo de cambio real también retornó a niveles similares). El salario de los trabajadores que aún conservan empleo registrado, se ubican aún un 4% por debajo de los niveles de noviembre de 2023, que ya eran muy bajos en comparación con el pasado reciente: un 24% por debajo de diciembre de 2015 en el caso del sector privado y un 39% en el caso del sector público. Para estos últimos, la caída del poder adquisitivo desde que asumió Milei alcanza el 20%.
Parte del deterioro del poder de compra se debe a los aumentos súbitos de las tarifas de los servicios públicos (tanto gas, como electricidad, agua y transporte) y privados (prepagas, telecomunicaciones) que afectan especialmente a la clase media. El foco en el salario real, sin embargo, da una mirada parcial sobre el deterioro de la situación de los asalariados. Incluso en los sectores donde la caída en los ingresos laborales ha sido menos pronunciada, la estadística (y el Gobierno) esconde que hay menos asalariados que antes, producto de una actividad económica que no termina de repuntar. Solo en el sector industrial, se perdieron 120.000 puestos de trabajo y se cerraron 2300 empresas. Hacia agosto la relevancia del efecto empleo en la pérdida de masa salarial ya era superior a la del efecto salario, y es esperable que esto se mantenga en los próximos meses.
En medio de ese proceso de devaluación y vuelta al punto de partida, aumentó la desigualdad y la heterogeneidad del mercado de trabajo, con los ingresos de la economía popular mostrando menos capacidad para recuperar lo perdido. Además de no haber recuperado sus ingresos laborales tras la devaluación (se encuentran aproximadamente un 20% por debajo del nivel de noviembre), estos trabajadores fueron impactados por el congelamiento del salario social (ex-Potenciar Trabajo) y el ajuste a la asistencia social en general. Allí radica una de las claves para entender el aumento alarmante de la pobreza y la indigencia, más allá de los aumentos en la Tarjeta Alimentar y la AUH.
Otros grandes perdedores del modelo son los jubilados. En lo que va de 2024 perdieron 15,8% de poder de compra en comparación con el mismo período del año anterior. El ajuste a los jubilados no es un efecto colateral, sino un objetivo deliberado: el gobierno congeló el bono complementario para la jubilación mínima en los $70.000 que había dispuesto el gobierno anterior, cambió por decreto la fórmula de movilidad jubilatoria para evitar los aumentos que esta hubiera implicado, y vetó la fórmula alternativa votada por el Congreso. Ahora además le restringe el acceso a los medicamentos.
También se vieron especialmente perjudicados los jóvenes estudiantes y sus docentes, como resultado del ajuste sobre la educación pública. No sólo se recortó el presupuesto para los gastos de funcionamiento, sino también el vinculado a pagos de salarios. Cuando se propuso una alternativa que permitiera sostener las clases y su calidad, nuevamente el gobierno decidió vetar el proyecto. Una mención adicional requieren los recortes en las becas: el Gobierno decidió reducir más de un 60% el presupuesto congelando sus montos y cerrando su acceso.
Finalmente, una de las injusticias más marcadas del nuevo gobierno es la dramática situación de la mayor parte de los niños y niñas de nuestro país. El 67,1% de los niños, niñas y adolescentes se encontró por debajo de la línea de pobreza en el primer semestre, lo cual representa un incremento de 8,6 puntos porcentuales en solo un semestre. Los menos privilegiados son los niños.
Los ganadores
Que existan tantos perdedores es en parte condición de posibilidad para que otros hayan podido ganar, y mucho. El lugar más destacado lo tiene el sector financiero y en particular los fondos de inversión especulativa, que se vieron fuertemente beneficiados por el esquema de tasas. Los rendimientos en dólares de los títulos públicos acumulan un 60% desde principio de año, las acciones de algunos bancos crecieron más del 200% en dólares y el valor de mercado de los títulos públicos en dólares más del 250% punta a punta. Se trata de retornos que se encuentran entre los más altos del mundo.
El Gobierno también premia deliberadamente a los evasores fiscales de hoy y del pasado. Tanto el blanqueo como la moratoria previstos en la Ley Bases, que ya se encuentran vigentes, condonan las penalidades por evadir impuestos. El blanqueo permite que quienes acumularon riquezas en dólares en el pasado dispongan de ellos como si no hubieran incurrido en un delito tributario al no declararlos. La acumulación de esas riquezas en el pasado es uno de los factores detrás de las dificultades para estabilizar la macroeconomía, es decir que hoy se premia a quienes en el pasado desestabilizaron la economía.
Milei hizo del “no hay plata” un eslogan de gestión, pero lo cierto es que tanto estas medidas como otras políticas implementadas este año tienen alto costo fiscal. El caso más patente es la rebaja del Impuesto a los Bienes Personales, que implica una reducción de impuestos al 1% más rico del país justo cuando se le niegan alimentos a los comedores y medicamentos a los jubilados.
El Régimen de Incentivos a las Grandes Inversiones (RIGI) perpetúa la rebaja impositiva para los sectores concentrados del poder económico, de manera que el “regalo fiscal” no sólo se aplica a hoy, sino también al futuro. Ganan las grandes empresas mineras y petroleras, mientras cierran las PyMEs. Y la carga fiscal caerá a futuro sobre otras partidas que deban compensar los beneficios que el régimen garantiza durante décadas. Por último, un beneficiario destacado es la SIDE, con el presupuesto para espionaje aumentando un 71% en términos reales.
Un modelo recesión-dependiente
El deterioro de la actividad, los salarios y las condiciones de vida de las grandes mayorías no son un efecto colateral de la política económica, sino su eje rector. En lo inmediato, permite mantener a raya las importaciones y reducir la inflación, disciplinando a los actores que participan de la puja distributiva. En el largo plazo, tiene como objetivo modificar estructuralmente la distribución del ingreso en la Argentina, achicando cada vez más la clase media al tiempo que una minoría concentra porciones mayores de la torta.
El “modelo” de Milei no es en este sentido algo muy novedoso respecto a los que se ha hecho en la mayor parte de los últimos 50 años. Avanzar por un camino que promete arrasar con la industria argentina tendrá como correlato inevitable un país con desempleo masivo que en el mejor de los casos se combinará con una macro estable. Pero incluso esa estabilidad tendrá patas cortas, en tanto un peso en constante apreciación resulta insostenible en el largo plazo.
*El autor es diputado nacional de Unión por la Patria y director del Observatorio de Coyuntura Económica y Políticas Públicas.
MC
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