Festival de Cannes 2024: “Megalopolis”, el testamento y el legado de Francis Ford Coppola
Si el año pasado la película más esperada en el Festival de Cannes fue “Los asesinos de la luna”, de Martin Scorsese, en esta 77ª edición que comenzó el martes último el film sobre el que todos especulaban y comentaban de antemano era “Megalopolis”, de Francis Ford Coppola. Tiene su lógica: ambos son autores insoslayables y auténticos mitos vivientes. Y, se sabe, la cinefilia en general y los franceses en particular tienen una admiración profunda, casi reverencial, por estos maestros (de 81 y 85 años, respectivamente) que junto con Brian De Palma, George Lucas, Steven Spielberg y varios otros tomaron por asalto a Hollywood durante la gloriosa década de 1970.
“Megalopolis” es la película que Coppola viene maquinando desde hace más de cuatro décadas, un gran sueño para el que apostó —como tantas veces en su carrera— a lo grande. De hecho, financió los US$120 millones que costó de su propio bolsillo, vendiendo para ello parte de los famosos viñedos que han sido su sustento y lo han salvado varias veces de la bancarrota.
La película llegó a Cannes en medio de polémicas, trascendidos, chimentos y denuncias: que Coppola echó de mala manera al equipo de arte en medio del rodaje, que el director tuvo comportamientos inapropiados hacia algunas mujeres (lo publicó hace pocos días el prestigioso diario inglés The Guardian), que ninguno de los estudios de Hollywood ni las principales plataformas de streaming se animó a desembolsar US$100 millones (y otro tanto en publicidad) por un film al que consideran muy poco comercial. Por eso, las notas de las últimas horas en medios del ambiente como Variety tenían títulos contundentes como este: “¿Podrá Cannes salvar a 'Megalopolis'?”.
Y esta épica de 138 minutos finalmente tuvo esta tarde su première mundial en la mítica Sala Lumière con la presencia de Coppola y de buena parte del elenco: Adam Driver, Nathalie Emmanuel, Aubrey Plaza, Shia LaBeouf, Giancarlo Esposito, Chloe Fineman, D.B Sweeney, Laurence Fishburne y John Voight, entre otros. La proyección terminó con la platea de pie ofreciéndole una ovación que duró siete minutos, pero críticas más bien divididas.
Presentada como una “fábula” (ese es el término que figura como subtítulo debajo de “Megalópolis”), esta película de estética retrofuturista está ambientada en Nueva Roma (una Manhattan con una impronta más propia de imperio romano) y tiene como protagonista a César Catalina (Adam Driver), un arquitecto, científico, filósofo y genio ególatra no siempre comprendido (claro alter ego de Coppola) cuya obsesión es construir una ciudad y una sociedad utópica (aunque lo que aparece en pantalla es más bien distópico).
El film aborda cuestiones recurrentes en el cine de Coppola como las luchas dentro de y entre familias, la cuestión del tiempo (en la primera escena César logra detenerlo), la violencia propia de la ambición desmedida y de una dinámica a todas luces disfuncional. Fiestas dionisíacas, duelos propios de un coliseo romano, manifestaciones callejeras y desfiles, explosiones e implosiones (edificios que son derrumbados), caos financiero y satélites que están por caer a la Tierra nos presentan un colapso que parece inminente y que César intentará detener y remediar con sus teorías y proyectos.
Los rivales (némesis) del protagonista son el alcalde de la ciudad Frank Cicero / Cicerón (Giancarlo Esposito) y el rey de las finanzas Hamilton Crassus III (Jon Voight), mientras que su amante es Wow Platinum (Aubrey Plaza), aunque la gran historia de amor de César será con Julia Cicero (Nathalie Emmanuel), quien no es otra que la hija del alcalde.
Si “Megalopolis” planteaba en principio un claro un espíritu satírico, hay que indicar que el film nunca resulta demasiado gracioso ni punzante en ese sentido, sino más bien todo lo contrario: dominado por constantes citas a grandes pensadores, por diálogos altisonantes y subrayados, y por una tendencia a la sobreactuación, se aleja por completo de cualquier atisbo de realismo o naturalismo para abrazar con fuerza aquella idea de fábula. De todas maneras, las alegorías, simbolismos y paralelismos con la realidad son más que evidentes: en el ascenso de Clodio Pulcher (Shia LaBeouf), un líder populista que incentiva y se beneficia del creciente descontento, puede verse algo del fenómeno Donald Trump y otros similares de estos tiempos en diferentes latitudes.
La experiencia de ver y analizar “Megalopolis” (que incluyó la sorpresiva aparición en vivo sobre el escenario y en plena proyección de un locutor que “interactúa” con el personaje de Driver) deja sensaciones encontradas, profundas contradicciones porque tiene unas cuantas escenas deslumbrantes y momentos de indudable inspiración visual e intelectual, pero ese entusiasmo se desvanece casi de inmediato y por completo en otros pasajes que resultan banales, torpes y burdos en su estética, sus diálogos y sus reflexiones. Así de desconcertante es este regreso del director de la saga de “El Padrino”, “Apocalipsis Now”, “La conversación” y “La ley de la calle”. Lejos de las cimas de aquellas obras maestras, “Megalópolis” sí queda, de todas maneras, como su película más personal, la que siempre soñó, la que se apreciará como su testamento fílmico, su legado no solo cinematográfico sino como una reflexión sobre los grandes problemas de este mundo que siempre le han preocupado y ahora, con todos sus hallazgos y sus traspiés, finalmente pudo abordar y compartir.
DB/JJD
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