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Es la clase, estúpido, o por qué Donald Trump volvió a ganar

Fiesta republicana en Fort Lauderdale, Florida, EEUU, madrugada del miércoles 6 de noviembre de 2024.
9 de noviembre de 2024 11:29 h

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Como en noviembre de 2016, en las elecciones presidenciales de EEUU del 5 de noviembre un candidato opositor venció a una candidata del ala izquierda del oficialismo persuadida de su propia, singular, personal idoneidad para la victoria. El vencedor de 2024 es el empresario y millonario neoyorquino Donald Trump. El mismo candidato republicano venció ocho años atrás a la abogada y senadora demócrata Hillary Clinton, ex secretaria de Estado de Barack Obama y esposa del ex presidente Bill Clinton, y venció el martes a la abogada y ex senadora demócrata Kamala Harris, vicepresidenta de Joe Biden. El ex vicepresidente de Barack Obama había vencido a Trump en las presidenciales de noviembre de 2020, celebradas en condiciones profilácticas de cuidado: ni había sido superada la crisis sanitaria del covid ni estaba inmunizado el electorado.

El martes 5 de noviembre vivieron una revancha Trump y sus votantes. Una elección avasalladora, con márgenes nítidos de ventaja y resultados finales conocidos en la misma noche posterior a la votación. Las predicciones de empate técnico y de recuentos largos, trabajosos y litigiosos se desvanecieron pronto. Triunfo en el Colegio Electoral: para ganar la Casa Blanca hacen falta 270 electores y Trump ganó 295. Triunfo en voto popular: Trump recibió 73.349.446 votos y Harris 67.676.608. Triunfo en el Capitolio: los republicanos ganaron al menos 53 bancas de las 100 del Senado y crecieron en bancas en la Cámara de Representantes. Una victoria a la medida de la reparación histórica que hasta ahora habían reclamado en vano por el ‘robo’ del que dicen haber sido víctimas en 2020 cuando fue declarado vencedor el binomio demócrata. Las primeras palabras de Trump, en su discurso nocturno post-electoral, después de que lo proyectara ganador la cadena Fox News (las demás demoraban), fueron para agradecer al pueblo que con su voto lo hacía el presidente n° 47 de EEUU y que en 2016 lo había hecho el presidente n°45: no se proclamó también, como solía, presidente n° 46, vencedor genuino de las fraudulentas elecciones de 2020 “robadas” por Joe Biden.  

Trump pudo jactarse de una victoria nacional con márgenes nítidos de ventaja y resultados definitivos conocidos en la noche posterior a la votación. Las predicciones de empate técnico y de recuentos prolongados y litigiosos se desvanecieron pronto. Triunfo en el Colegio Electoral: para ganar la Casa Blanca hacen falta 270 electores y Trump ganó 295. Triunfo en voto popular: Trump recibió 73.349.446 votos (casi 51% del total) y Harris 67.676.608 (47%, el 4% restante se divide entre otros candidatos). Triunfo en el Congreso: mayoría republicana en el Senado con 53 / 100 bancas y aumento en bancas en la Cámara de Representantes.

Una nueva alianza social y electoral

Hasta último momento, en su campaña, Trump les habló a sus bases, no a un centro ilusorio del electorado. Y así ganó más y no menos votos: galvanizó apoyos a una candidatura ostentosamente antielitista que generaba confiabilidad en un declarado compromiso con los sectores más necesitados y menos instruidos. Creó una nueva alianza social y multirracial de la clase trabajadora: un objetivo del Partido Demócrata histórico, que nunca llegó a conformar. En esta elección, el estatuto socio-profesional de cada votante -determinante del grado de la desigualdad social- fue el más seguro predictor de su voto, no el género, la residencia ni la adscripción étnica.

Después de Richard Nixon en 1968, Donald Trump fue el candidato presidencial republicano más votado por el electorado no blanco. El candidato xenófobo creció en todos los condados de Texas en la frontera con México. El candidato de los blancos rurales creció en el Bronx y en Queens, en New Jersey, Chicago, Dallas y Houston, en todas las ciudades con mayoría no-blanca. El candidato aislacionista ganó en el voto judío y en el voto de las comunidades islámicas. Joe Biden superó a Trump en 2020 en voto femenino por 12 puntos; ej 2024 Kamala Harris, candidata mujer que hacía campaña por el aborto después de que la Corte Suprema revocara en 2022 la protección constitucional vigente desde 1973 para este derecho de las mujeres, superó a Trump en voto femenino por sólo 7 puntos. Al supremacista blanco Trump votaron 1 de cada 3 votantes de color y 1 de cada 2 hispanos según las encuestas a boca de urna de NBC . La vicepresidenta y candidata derrotada Harris retrocedió en 2024 en cualquier recorte del electorado respecto a los porcentajes ganados por el presidente Biden cuando venció a Trump en la elección de 2020. En casi todas, pero no en todas las categorías: los números de la fórmula presidencial demócrata fueron mejores en 2024 que en 2020 entre votantes que ganan 100 mil dólares o más por año. En una simplificación más feroz que confusa, hoy el Partido Republicano es el partido de los pobres y el Partido Demócrata es el partido de los ricos.

El relevo de la sociedad post-industrial

En 2016 Trump puso en marcha en la política de EEUU un proceso que ningún obstáculo ha frenado. El progreso por esta avenida demandaba llevar adelante dos programas, uno constructivo y otro destructivo, solidarios entre sí. La restauración o recreación de un consenso bipartidista proteccionista y nacionalista requería la erosión o liquidación de un consenso bipartidista progresista y mundialista que se remonta a la década de 1970. Por debajo de cada acción de gobierno y de cada campaña electoral a lo largo de los ochos años de la administración demócrata de Bill Clinton, los cuatro años y los ocho años de las administraciones republicanas de George H. Bush y de su hijo George W., y los ocho de la del demócrata Barack Obama, pero aun en tiempos de Jimmy Carter y Ronald Reagan, se solidificaba un consenso al que entonces parecía prometida la eternidad. Demócratas o republicanas, las políticas de gobierno –migratorias, educativas, comerciales, de seguridad social, de inversión en infraestructura, de defensa nacional- estaban dirigidas a optimizar la primacía de EEUU en una economía post-industrial.

Las administraciones republicanas y demócratas coincidían en una visión de EEUU como un estado y una sociedad post-industriales que deberían su hegemonía internacional y su prosperidad nacional al dinamismo de la economía del conocimiento. Y para ello era necesario la promoción de la educación universitaria y superior de sectores cada vez más inclusivos de la población, promovidos a los sectores mejor remunerados por sus empleos.

En una sociedad post-industrial resultan más beneficiados con las políticas de Estado los andariveles demográficos que ya son los más beneficiados: aquellos con educación universitaria y empleos en la economía de la información. Libre comercio y globalización económica trajeron como consecuencia la importación de bienes más baratos que los producidos localmente y la deslocalización fuera del territorio de EEUU de la industria manufacturera con el consiguiente desempleo y empobrecimiento de la población sin educación formal superior. Particularmente en los estados del Noreste y Centro Oeste que hacia 1980 Walter Mondale, candidato presidencial demócrata vencido por Ronald Reagan, había llamado Rust Belt (cinturón oxidado). Al que pertenecían los tres más importantes entre los siete estados decisivos (swing states) para dirimir, al inclinarse este año por uno u otro de los dos partidos entre los que oscilaban sus preferencias elección tras elección, la victoria de las presidenciales 2024. Y Trump ganó en Pennsylvania, Michigan y Wisconsin. Como ganó en los cuatro del Sun Belt (cinturón del sol) de Arizona, Nevada, Georgia y Carolina del Norte, donde el desempleo, la seguridad, la inmigración, la frontera son preocupaciones entrelazadas con el costo de vida.

MAGA de los dos lados del mismo espejo

En las elecciones 2024, por detrás de una polarización espectacular como nunca antes, había un consenso bipartidista no menos firme que aquel construido desde 1970 que éste venía a sustituir. El presidente y ex candidato presidencial demócrata Joe Biden y después la vicepresidenta y candidata presidencial oficialista sucesora Kamala Harris dieron cuenta durante la campaña de una concepción del futuro de la sociedad y la economía de EEUU sin extravíos flagrantes respecto de aquella que enunciaba el ex presidente y candidato presidencial republicano finalmente victorioso.

La de oficialistas y opositor era una ideología MAGA: Make America Great Again. Las grandes mega-leyes de inversión estatal masiva intensamente debatidas durante la administración Biden pero al fin sancionadas, en versión morigerada pero no deshidratada, por el Congreso buscan ratificar a EEUU como potencia industrial y a vehiculizar la prosperidad de las clases trabajadoras por la vía de restaurar una sociedad industrial. Biden hizo campaña pidiendo el voto para la reelección de un presidente revolucionario, récord en la creación de empleo y en la generación de una economía donde se pagaban salarios más altos que nunca antes para asalariados sin educación formal.

Muera ahora, le pagamos después

El tema y problema que iba a dirimir el resultado de las elecciones presidenciales de 2024 es el costo de vida. Biden y Harris insistieron una y otra vez que la inflación y el nivel general de precios había bajado a lo largo de los cuatro años de administración demócrata. Esto es cierto, pero sus explicaciones frías dejaban frío a un electorado encendido por la constatación innegable de que hoy debe pagar un 20% más caro la vivienda, el combustible y los gastos de almacén, y los alimentos, y los alimentos frescos todavía más. Ýa antes de Trump, élites republicanas y demócratas, desde la crisis de 2008, habían cambiado el signo de la globalización de positivo a negativo. En este catecismo, y en el artículo de fe de un nexo causal directo entre nivel de vida de la sociedad consecuente con la normativa estatal sobre los efectos de la globalización, comulgan públicamente élites bipartidistas y electorados. La restauración de la sociedad industrial requiere medidas revolucionarias.

El plan de acción de Trump es conceptualmente coherente y brutalmente gráfico: deportación masiva de migrantes, arancelamiento universal de las importaciones, exenciones, ventajas y reducciones impositivas a empresas y empresarios nacionales. Jamás se podría amonestar los 13 capítulos desarrollados en 80 páginas del Plan para bajar los costos y crear una economía de las oportunidades de la candidata derrotada Harris por inhallables inconsistencias o digresiones: inventario de sucesivas propuestas viables circunscritas a paliar sucesivos catálogos de penurias sufridas por diversas series de grupos y ámbitos circunscritos, resultaba inidóneo para atraer la atención pública, y mucho más para encender el entusiasmo o mover a la convicción.

Teatro de protesta y paradoja

De las tres medidas slogan de la campaña republicana, la reducción de impuestos a las empresas es a la vez la más viable y la de efectos mejor conocidos. De hecho, las mayorías con las que Trump cuenta en las dos Cámaras le permitirán, tan pronto como entre en sesiones el nuevo Congreso, extender a su segundo mandato que culminará en 2029 leyes impositivas sancionadas durante el primero que culminó en 2021. Las deportaciones en masa de migrantes y los aranceles no menos masivos a los productos importados son medidas contraproducentes por la doble alza que generarían: de los costos de la empresa privada y de la inflación y el costo de vida. Son, además, de logística inviable en sus propios términos, aun si se autorizara al Tesoro a erogaciones que equivaldrían a nuevos déficit fiscales.

Deportaciones y aranceles masivos, cordón sanitario a los productos chinos, militarización de la frontera sur y de la lucha contra el crimen, recurso abundante a la pena de muerte como disuasión y castigo ejemplar, ocuparon en la exitosa campaña de Trump un lugar no menos enfático y sonoro del de las promesas de dolarización y explosión del Banco Central en los discursos de su admirador austral Javier Milei cuando era candidato presidencial. Llegado a ser el primer presidente liberal libertario del mundo, el argentino ha dejado perfectamente incumplidas una y otra promesa. El cumplimiento ni siquiera parece haber sido proyectado a un futuro indefinido, sino que las dos hipérboles parecen haber regresado a su universo, el de la retórica pugnaz y figurada, no el de la administración corriente de los asuntos de una vida que fatalmente acaba por ser cotidiana.

Si de algunas promesas del presidente electo se entrevé el crepúsculo antes de haber visto su alba, no ocurre lo mismo con algunas originalidades del personal de la administración republicana de Trump bis. La presencia junto al millonario Trump, patriarcal, otoñal y casi octogenario, de Elon Musk, el hombre más rico del mundo, dinámico donante y militante en la campaña, desarrollador de autos eléctricos a contrepelo de las automotrices que se busca resucitar en Detroit, empresario contratista del gobierno de EEUU donde le prometen funciones de primer rango administrativo, como la de otras figuras todavía jóvenes de Silicon Valley, aportarán dramas de nuevo registro, e intensidad en aumento, a los próximos cuatro años.

AGB

 

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