Cuartetos atípicos
Una película mira hacia adelante. La otra parece hacerlo hacia atrás. Las dos son musicales. Una es inglesa, tiene por protagonistas a The Beatles y la dirigió Richard Lester; la otra, argentina, contaba con la presencia de un conjunto de artistas que grababan en ese entonces en la RCA Victor y en Columbia y su director fue Hugo del Carril. Las comparaciones tal vez resulten improcedentes. Cada género tiene sus propios protocolos y uno no debería ser juzgado con los patrones estéticos de otros. Pero el contraste entre A Hard Day’s Night (que aquí se vio como ¡Yeah, Yeah, Yeah, Paul, John, George y Ringo!) y Buenos Noches Buenos Aires, no podría ser más acentuado.
Los dos films se presentaron en los cines porteños hace sesenta años. El de The Beatles rezuma juventud, humor y frescura. El otro, con sus figuras marmóreas y disfrazadas con funyi y pañuelo al cuello, se asemeja a un involuntario anticipo de un film de muertos vivos. En uno de los cuadros, Beba Bidart y Tito Lusiardo bailan una milonga. Un pequeño grupo, un cuarteto, toca en el fondo. Puede reconocerse al bandoneonista, Aníbal Troilo. Pero la estética general hace difícil reparar en que se trata de uno de los grandes hitos de la música de tradición popular.
Por supuesto, un trabajo de índole etnográfico podría estudiar a la tristeza y su expresión no como un error sino como rasgos constitutivos del tango. Es lo que se desprende, sin ir más lejos, de una viñeta firmada por el ilustrador Luis J. Medrano en la página de enero del almanaque Alpargatas de 1946, en plena época de oro del género. De casa al trabajo y del trabajo a casa, pero siempre a deshoras y sin alegría alguna, aunque la música fuera magnífica.
El tango mantuvo una relación tensa con la función del concierto, o de la escucha más o menos abstracta, si se prefiere. Desde temprano había colocado allí, en medio de una música para el baile popular, señales para el oído. Obviamente la danza es una forma de escucha, pero la recurrencia al registro grave de los instrumentos en el estribillo de “Guardia vieja”, de Julio De Caro, grabado por su sexteto en 1926, nada tenía que ver con ella. Estaba allí para ser escuchada y punto. De hecho, el disco, y la radio, apuntaban hacia esa funcionalidad en particular. El cuarteto que Troilo formó con el guitarrista Roberto Grela, Edmundo Zaldívar (hijo) en guitarrón y el gran Kicho Díaz, contrabajista de su orquesta y luego del legendario primer quinteto de Astor Piazzolla y del Sexteto Mayor, de alguna manera jugó con esa tensión. Apareció en 1964 en esa película y de hecho se había formado doce años antes para las representaciones del sainete El Patio de la Morocha pero también grabó discos e, incluso en el mismo film mencionado, tiene una participación “de concierto”. Los músicos siguen disfrazados de compraditos de medio siglo atrás, pero tocan para ser escuchados.
Las primeras grabaciones del Cuarteto fueron realizadas en 1953 para el sello TK: “La Cachila” y “Palomita blanca” (matrices 468 y 469 respectivamente). En el mismo año grabaron las matrices 637 y 638, correspondientes a “A Pedro Maffia” y “Sobre el pucho”. Este último tema figura, en todas las ediciones existentes en redes, cortado y sin su comienzo (como si la grabación hubiera comenzado sobre el pucho). Hace unos años la edición realizada por Lantower para su serie Grandes del tango reparaba ese error, pero actualmente es inconseguible en el mundo virtual. El INAMU, compró a alto precio, en su momento, el material del sello Music Hall (responsable por su parte del catálogo TK) pero hasta ahora ha demostrado interés escaso en la preservación, restauración y difusión de todo aquello que no sea rock nacional. Algo bastante grave si se tiene en cuenta que, además de todas las grabaciones de Troilo para TK, que no han tenido ediciones que les hicieran justicia, son los propietarios de los primeros discos de Los Fronterizos, de Eduardo Falú e incluso de un inédito de Piazzolla, la primera grabación del Octeto Buenos Aires de “Marrón y azul”.
También para TK, Troilo y Grela grabaron en 1954 (esta vez en trío con Díaz) “Diablito” y “Un placer” y, en 1955, nuevamente como cuarteto, “La Cumparsita”, “Nunca tuvo novio”, “Mi refugio”, “A la guardia nueva” y, con Héctor Ayala reemplazando a Zaldívar en el guitarrón, “El abrojito” y “Guardia nueva”.
La interrelación, el juego de preguntas, contracantos y respuestas y el clima de intimidad y encuentro que se percibe entre los dos solistas es asombroso. El virtuosismo –ese sonido de Troilo, casi rugoso, su manera de detener el tiempo con el fraseo; el detalle cristalino de Grela y, obviamente, sus maravillosos arrebatos– cumple en este caso con una de las reglas de oro de los mejores grupos de música de tradición popular: no se nota. Es tan natural, está tan integrado a la esencia de lo que suena, suena tan fácil, tan fluido, que apenas se repara en la dificultad técnica –de lo que cada uno de ellos toca y de la manera en que logra ensamblarse en un sonido único que es aún más que la suma de las partes.
En 1962, el cuarteto volvió a juntarse, pero con dos cambios de integrantes: Ernesto Báez en el guitarrón y Eugenio Pro en contrabajo. Y, en cuatro sesiones, el 21 y el 27 de agosto, el 13 de septiembre y el 3 de diciembre, grabaron el material que conformó el disco de larga duración (LP) publicado por RCA el año siguiente. El título era, sencillamente, Troilo-Grela pero, en la edición completa de la discografía del bandoneonista para ese sello, fue inexplicablemente reeditado con el título cambiado (Pa’ que bailen los muchachos) y con el orden de los temas absurdamente alterado.
“Mi barrio era así, así... así.../ Es decir, ¡qué se yo si era así!/ Pero yo me lo acuerdo así,/ con Giacumín, el carbuña de la esquina,/ que tenía las hornallas llenas de hollín,/ y que jugó siempre de ”jas“ izquierdo al lado mío,/ siempre... siempre.../ ¡tal vez pa’estar más cerca de mi corazón!”, comenzaba recitando Troilo. Se trataba de un texto que había escrito bastante antes, en 1956, mientras estaba internado en una clínica de recuperación, la del Dr Carlos Márquez. La grabación fue en 1968, con una versión remozada del cuarteto, con guitarra eléctrica –tocada por Ubaldo De Lío–, piano –Osvaldo Berligieri– y Rafael del Bagno en contrabajo. “Nocturno a mi barrio”, una especie de Requiem anticipado para sí mismo, cerraba el disco que lo tomaba como título y contaba una suerte de travesía, como siempre, hacia al barrio y “las estrellas de la esquina de la casa de mi vieja”. La Itaca de este Odiseo que tocaba casi inmóvil, que viajaba sin viajar, estaba cerca: “Alguien dijo una vez/ que yo me fui de mi barrio.../ ¿Cuándo?, pero... ¿cuándo?/ ¡Si siempre estoy llegando!/ Y si una vez me olvidé,/ las estrellas de la esquina de la casa de mi vieja/ titilando como si fueran manos amigas,/ me dijeron: Gordo... gordo, quedate aquí,/ quedate aquí.” La nueva edición completa de la RCA, tan rica en arbitrariedades, también alteró el orden de las piezas y lleva como título Toda mi vida.
La idea de tocar en cuarteto –y de tocar con Grela– no cayó en saco roto. Leopoldo Federico incluyó, en un disco con orquesta de 1965, dos temas –“Guardia vieja” y “De vuelta al bulín”– junto con ese guitarrista y con Ernesto Báez en guitarrón y Rafael del Bagno en contrabajo. Luego, con el nombre Cuarteto San Telmo, grabó, entre 1965 y 1966, un disco para Columbia titulado Tangos de siempre y, en 1968 y 1969, dos ábumes más, Hombres de tango (1968) y Tangos para un patio sin tiempo para el sello Music Hall y como Cuarteto Federico-Grela –con Román Arias en el contrabajo–. Una reedición delirante, del sello Euro Records, con el nombre de Cuarteto Federico-Grela Volumen I. Tangos y Volumen II. Valses, Milongas y Selecciones no solo desarmó los discos originales con un criterio digno del detective estrella de las novelas de Eduardo Mendoza –ese a quien sacan del manicomio cada vez que necesitan su concurso como investigador– sino que, como el segundo de los volúmenes quedaba corto repitieron allí cuatro temas del primero (como bonus-track afirman las notas internas). Aquí se restituyen los discos originales y de lo que se trata es de una música magnífica.
Diego Fischerman es autor del blog “El sonido de los sueños”: https://xn--sonidodesueos-skb.com/
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