¡Qué difícil es separarse!
En otras ocasiones ya escribí, con una perspectiva crítica, sobre la idea de relaciones tóxicas, co-dependientes, etcétera, para analizar su estatuto. Lo que me importa destacar hoy es que exponen una realidad: la dificultad para separarse.
La psicoterapia actual se dedica mucho más a los problemas de la separación que a aquello que el psicoanálisis tenía en su núcleo: el duelo. ¿Significa esto que hay que ir más allá del psicoanálisis? No lo creo, pero sí que es preciso pensar diferentes cuestiones.
Por un lado, la psicoterapia reciente está llena de consejos del estilo “Ahí sí, ahí no”. Hace ya un tiempo, diferentes orientaciones terapéuticas se basan en “cortar” lazos con aquello que “nos hace mal” –claramente puesto afuera.
El psicoanálisis no escapa a esta tendencia. También prolifera en textos de colegas que ya no dedican su práctica a analizar una implicación o complicidad sufriente, como a justificar el dolor. Por otro lado, dentro y fuera del psicoanálisis, hay algo que ya no se interroga: lo oscuro de todo vínculo, la raíz de lo que une cuando no se trata del amor sino del espanto.
Alguien dice que no puede separarse. Dice que es porque ama. Es mentira. El amor no une, es lo que más separa y quizá si hoy cuesta tanto separarse es porque se ama muy poco, cada vez menos.
Ya no se ama, sí hay hambre vincular –vínculos de devoración, en los que se muerde y no se puede soltar (“soltar”, otra palabra de esta época), pero el amor es otra cosa.
La clínica del duelo es la clínica de haber amado, que es equivalente a haber perdido, mientras que la clínica de la separación es la de los vínculos sin amor, de desamor, por eso es tan difícil aceptar su conclusión.
El amor separa. ¿Por qué? Porque quien ama, si ama, sabe que no puede hacer nada para ser amado y lejos de vivir esta impotencia como una indignidad, decide amar igual, a pura pérdida.
En su célebre artículo sobre psicología del amor, Freud plantea el caso del varón que ama a una mujer, pero desea a otra. Su explicación es clara: dado que el amor lleva la huella de la relación con la madre, el deseo se fuga hacia un objeto no incestuoso
En continuidad con esto último, una idea freudiana en la que estuve reflexionando en estos días es la de que solo metafóricamente puede decirse que la pulsión “ama” a su objeto. La libido no ama –dice Freud. Más bien si hubiera una imagen para ilustrar el modo en que se dirige al objeto es con el modelo del hambre. La pulsión devora, mientras que quien ama es el Yo. Por lo tanto, la integración yoica es una condición muy importante en la evaluación clínica para hacer distinciones precisas.
Por ejemplo, en su célebre artículo sobre psicología del amor, Freud plantea el caso del varón que ama a una mujer, pero desea a otra. La explicación de Freud es clara: dado que el amor lleva la huella de la relación con la madre, el deseo se fuga hacia un objeto no incestuoso.
Ahora bien, una cosa es el deseo en fuga –propio del varón neurótico– y otra el deseo disociado de quien no pudo integrar la excitación en un objeto total. Este último caso se presenta en casos actuales de varones que suelen ser diagnosticados de obsesivos cuando, en verdad, se trata de perversos: son varones que, por un lado aman y, por otro desean.
Esta división no es la misma de quien ama donde no desea y desea donde no ama. Puede parecer semejante –como todo puede parecerse a todo–, pero es radicalmente distinta. En este tipo de casos de perversión masculina, el deseo sexual es una corriente psíquica aislada del Yo: circunscribe su objeto, pero sin proyección amorosa.
Esto es lo que se escucha en casos de varones que tienen un vínculo con algunas mujeres a las regularmente vuelven, pero sin que nada los interpele (de ahí que neuróticamente se les atribuya “temor al compromiso”) ni se les plantee una pregunta por un acto que simbolice el vínculo.
Desde el punto de vista de la autoayuda o psicología de divulgación se los llama actualmente “psicópatas” o “narcisistas” o “psicópata-narcisistas”, quizá con el problema de que se haga una lectura intencional (es malo y lo que quiere es vampirizarte), pero más específicamente tal vez convenga retomar la noción psicoanalítica de perversión y pensar mejor los procesos defensivos de la escisión del Yo y los clivajes del Objeto.
Volveré sobre este tema en una próxima columna.
LL/MF
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