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Opinión

Un gobierno preocupado por las formas

Edgardo Kueider, al ser trasladado a la comisaría 6ta. de Asunción, el 6 de diciembre de 2024

Sebastián Guidi

13 de diciembre de 2024 17:01 h

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Y un día, ocurrió lo impensable: la pasión por las formas invadió al gobierno. Decepcionante. ¿Dónde está el Milei que conocimos? El que firmaba un DNU por semana y amenazaba con nombrar jueces por decreto, el que se burlaba (la semana pasada nomás) de los “obsesionados con las formas y la tolerancia” y que nos advertía que “someternos a la exigencia de las formas es levantar una bandera blanca frente a un enemigo inclemente”.

Las formas eran un engaño de quienes no quieren que nada cambie, jerga de abogados que defienden privilegios y de periodistas más preocupados por las palabras con las que trabajan que por la realidad que les es indiferente. A lo sumo -podían conceder en un buen día- el discurso de las formas podría convencer a algún idiota útil que, de a poco, iluminado por el éxito de un gobierno desformalizado, se iría desencantando de ellas.

Ya no. Tras la sesión de ayer, súbitamente, las formas se volvían grandiosas. Con Milei sobre el Atlántico, la presidenta del Senado era ya presidenta de la Nación, y como titular del Ejecutivo no podía estar al frente de la sesión que expulsó al senador (m.c.) Edgardo Kueider. “La Argentina tiene un sistema de frenos y contrapesos”, explicó el Presidente con la solemnidad de un columnista de La Nación, “[lo que hizo Victoria Villarruel] violenta la división de poderes”.

Cuándo no, esto era en realidad una trampa tendida por los mismos de siempre: ahora, gracias a esta irregularidad, la sesión que expulsaba a un corrupto sería nula. No era algo que el gobierno deseara, por supuesto (aunque haya sido el Ejecutivo el que difundió el dato y aunque haya sido el Ejecutivo el que demoró la firma del traspaso de mando); pero sí algo que pasaría indefectiblemente. De hecho, Kueider presentó un amparo a las diez de la mañana del día siguiente, se ve que la violación a la institucionalidad dejó a sus abogados sin dormir.

 Nada de esto tiene por qué suceder, desde ya. Es muy aventurado decir que la sesión sea vulnerable judicialmente (al menos sin una mano amiga en tribunales). El derecho es claro: no puede pedirse una nulidad por la nulidad misma. En su amparo, Kueider debió haber explicado de qué modo la presidencia de Villarruel podría haber alterado el abrumador resultado de la votación. No lo hizo, y resulta francamente difícil imaginar cómo podría haberlo hecho. Incluso si lo hiciera, nada impediría que el Senado se reúna de nuevo y ratifique su expulsión.

Es más: si nos vamos a poner rigurosos con las formas, Milei ni siquiera podía salir del país. Según la Constitución, el Presidente puede ausentarse del territorio nacional con “permiso del Congreso” (que no obtuvo durante este año, sino que se dio un permiso a sí mismo, seguramente inválido, a través de un decreto). Si no, durante el receso, puede salir “por razones justificadas de servicio público” (dudo que recibir el “Premio Milton Friedman” o conceder una entrevista al diario derechista Liberocuente como “servicio público”, pero qué visión puede tener una rata de un gigante). Formas que no.

Tranquilos: esta columna no es una defensa de las formas, ni aburriré a nadie argumentando que son los procedimientos los que nos diferencian de la impulsividad animal (asumiré que eso se da por dicho con mi firma como abogado). Traigo precisamente la advertencia contraria: cuando se abusa de las formalidades para obtener una ventaja de corto plazo no se realiza el derecho, sino que se lo pervierte.

Lo que están agitando Kueider y Milei no es respeto por la institucionalidad; y si la Justicia lo concede no será la aplicación del derecho, sino su perversión. En el juego enloquecedor que el gobierno nos propone, la restitución de Kueider en su banca sería una especie de triunfo de la casta, dispuesta a privilegiar a las formas (sus formas) sobre el fondo y en contra de los reclamos de los argentinos de bien. La jugada no está exenta de cierto ingenio: el gobierno azuza una aplicación absurda de las formas para poder luego, él mismo, explicar con hastío que las formas son el camino a la perdición.

 Sin embargo, la propaganda tiene un límite. En algún momento la realidad se filtra. Si el gobierno insiste en pervertir las formas -el lenguaje de los abogados, de los políticos, de los que enarbolan abstracciones para que lo concreto no cambie jamás- en su beneficio, si usufructúa argumentos leguleyos que no pueden mantenerse mirando a alguien a los ojos, si retuercen la legalidad y defienden corruptos para obtener una ventaja política de corto plazo, cada vez le será más difícil decir que ellos son diferentes. Como cada vez es menos disimulable, la casta les da la bienvenida. 

DM/SG

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