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QUÉ ESCUCHAR

Ilusión de cristal

José María Contursi junto a Susana Gricel Viganó.

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El tango “Gricel”, compuesto en 1942 por Mariano Mores y José María Contursi y grabado ese mismo año –el 30 de octubre– por la orquesta de Aníbal Troilo con Franciso Fiorentino como cantante, se prolonga en dos sentidos. Por un lado, su historia se completa con algo que sucede fuera del ámbito de la canción pero que la canción acaba incluyendo como su propio fantasma. Por otro, 44 años después, otra versión, o más bien una transcripción, en el sentido de “escucha firmada” que le da a esta palabra el musicólogo Peter Szendy, incorpora ese fantasma, y cierta idea de amenaza, como contenido musical.

La anécdota de “Gricel” refiere a un amor “ilegítimo”. Un hombre casado y una mujer ilusionada. Una distancia geográfica –“Tu ilusión fue de cristal,/ se rompió cuando partí/ pues nunca, nunca más volví /¡Qué amarga fue tu pena!...”– y una oposición entre alguien que decide y quien es víctima de esa decisión, ambos atravesados por una moral inflexible a la que, de todas maneras, no acatan. Él no debió pensar jamás en lograr su corazón, pero, por supuesto, lo hizo. Y ella, que era “buena”, fue “aturdida” por sus besos. Para reforzar esa idea de bondad –o santidad– femenina, ella implorará que él no la olvide “al besar el Cristo aquel”. La canción podría haber terminado allí, en la fugacidad de lo condenable: en el hombre que vuelve a su deber –la esposa, los hijos– y la mujer que, a la larga, olvidará su pena. Pero nada resulta de esa manera. “...hoy que vivo enloquecido/ porque no te olvidé ni te acuerdas de mí/ ¡Gricel! ¡Gricel!”, clama él. Y había otra estrofa, que la versión de Troilo y Fiorentino omitía, pero que cantó Libertad Lamarque, apenas unos días antes que Troilo, el 6 de octubre de 1942: “Me faltó después tu voz/ y el calor de tu mirar/ y como un loco te busqué/ pero ya nunca te encontré/ y en otros besos me aturdí/ ¡Mi vida toda fue un engaño!”, confesaba allí el amante. Y concluía: “¿Qué será, Gricel, de mí?/ Se cumplió la ley de Dios/ porque sus culpas ya pagó/ quien te hizo tanto daño.”

Gricel era Gricel (Susana Gricel Viganó) en la vida real. Y él era Contursi. Y todos lo sabían. Y él se emborrachaba en El Molino. Y él, más tarde, enviudó, Y ella, que se había casado, fue abandonada. Y el tango continuó fuera del tango. Y ellos acabaron viviendo juntos en Córdoba, nuestra pequeña montaña mágica. Y todo estuvo bien hasta que Luis Alberto Spinetta y Fito Páez, en 1986 (en el disco La la la), revelaron, con un procedimiento musical, la posible naturaleza oculta de las frases “no te olvides de mí” y “ni te acuerdas de mí”: una amenaza, un sortilegio, una brujería pueblerina. Y es que habría que pensar, como asegura el musicólogo Simon Frith, que es la música la que le da significado a la letra y no, como parecería a primera vista, lo contrario. Nada sería igual, en todo caso, sin ese ascenso extraordinario de tres notas (cubriendo una tercera, entre do y mi) seguido por un descenso de cuatro (abarcando un intervalo de sexta), y transportado a continuación una tercera más grave, que marca uno de los momentos más inspirados de la historia de la canción popular. Un momento que, por otra parte, remeda otro pasaje extraordinario, el comienzo del primer movimiento de la Sinfonía Nº 4 de Johannes Brahms (en realidad, como muestra Arnold Schönberg en su texto “Brahms el progresivo”, todo ese movimiento está basado en esos dos intervalos, una tercera y su inversión, una sexta). Sin esa melodía es posible que las palabras “no debí pensar jamás en lograr tu corazón” no significaran absolutamente nada. Y, con claridad, la interpretación magistral de Roberto Goyeneche con la orquesta de Atilio Stampone, en 1972 (que abría el disco Sentimiento tanguero) agrega sentido a la pieza.

Pero la ecuación recién se completa con ese tratamiento sonoro de Spinetta y Páez, que llegan a utilizar como acompañamiento el ruido de un tren de vapor en marcha y que, con su nota repetida durante la primera estrofa (tan George Martin), con el cambio de algunos acordes y el agregado de alguna línea de bajo convierten a “Gricel” en una especie de canción beatle leída (firmada) por las inflexiones vocales de Spinetta que, cerrando un círculo paradójico, le dan una melancolía que, aun sin ser del tango, sólo podría haber nacido en Buenos Aires.

Tampoco es un dato menor el préstamo que Spinetta se hace aquí a sí mismo. El acorde inicial de “Gricel” (un Fa Mayor con séptima) es el mismo –con el mismo sonido, además– de “Ella también”, esa canción extraordinaria que había incluido en Kamikaze. Ella también, Gricel, atravesó el tiempo, como su historia. Y claro, allí está esa voz procesada, de otro mundo, que aparece cada vez que se menciona el olvido. Lo interesante es que lo fantasmal estaba ya anunciado en el arreglo fundante, el de la orquesta de Troilo, donde el piano de Orlando Goñi funcionaba como un doble de la orquesta, contestando –como desde el más allá– cada una de sus frases.

Diego Fischerman es autor del blog “El sonido de los sueños”: https://xn--sonidodesueos-skb.com/

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