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OPINIÓN

La monogamia no es una construcción social

La cuestión no es monogamia sí o no, sino cuál es el tratamiento que se le puede dar para que no se viva defensivamente.

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No sé si a ustedes también les pasa, pero a mí –de un tiempo a esta parte– me deja con sabor a poco el razonamiento que para, cualquier forma de vida, dice: “Es una construcción social”.

Me resulta insuficiente y algo cansador, por el modo en que se difundió, como si fuera un modo de pensamiento crítico y de lucha contra opresiones. Entonces, se dice que todo es una construcción social, como una suerte de vocación relativista, cuyos efectos liberadores no alcanzo a percibir.

Por ejemplo, se dice que los vínculos son una construcción social, que la maternidad es una construcción social, que el amor es una construcción social y así casi al infinito, pero lo cierto es que nadie deja de sufrir la relación con el otro por saberlo, mucho menos las madres y el amor…

Este nuevo culturalismo, que al final terminó siendo como muchos otros culturalismos de otras épocas, aunque con menos ambición y programa, porque es mucho más conformista, en la medida en que apela a una justificación, fue una decepción.

Cuando digo que apela a una justificación, me refiero a que la fórmula que sentencia “Es una construcción social”, para todo uso, no se acompañó de grandes propuestas ni vino a facilitar nuevos modos de vida, sino que se instaló en una perspectiva juzgadora (falsamente crítica, para su pretensión) y de superioridad moral.

En cierto punto, tengo que decir que este nuevo culturalismo me recuerda un poco a la etapa evolutiva en que los niños comienzan a poner en cuestión el saber de los padres, pero se quedan ahí, a mitad de camino de una verdadera autonomía. Quizá pensé esto último, con un dejo de fastidio, por esos memes que circulan hacia fin de año en que se llama a discutir con el tío o la abuela, en la mesa familiar, sin llamar la atención sobre el factum básico: una vez más, uno está sentado en esa mesa, como un púber redomado. 

En fin, esta breve introducción es un modo de llegar a mi tema en esta columna, que es la monogamia. Mil veces me han dicho que es una construcción social, lo leí en artículos que pretenden ponerla en cuestión como si fuera un pacto en el interior de la pareja, que se puede conmover con solo decir “Es una construcción social”.

Para tensar la cuerda, voy a partir del punto de vista contrario –aunque no será mi punto de llegada. Diré: “La monogamia es lo real”. La monogamia no es un acuerdo entre partes, es algo más profundo y resistente. Y su origen no es una norma abstracta, sino que tiene una raíz psíquica específica.

El origen psíquico de la monogamia es la relación temprana de dependencia con quien se ocupa de los primeros cuidados y, en particular, incluye la posibilidad de que ese vínculo se pueda modificar a través de tres pasos constitutivos: saber que el otro no sabe, descubrir la mentira y fallarle a la idealización.

La monogamia empezó a ser cuestionada socialmente, en los últimos años, a partir del momento en que se perdió la posibilidad de un vínculo de paridad, que no reproduzca más o menos íntegramente patrones infantiles

Estos tres pasos se realizan a lo largo de la infancia y con ellos se transita el pasaje de una dependencia absoluta a una dependencia relativa. Esta última es lo que habitualmente se conoce como “independencia”, pero que es más bien un tipo de dependencia que no requiere subordinación.

El primero de los tres pasos es el que verificamos cada vez que vemos a un niño que le pregunta de forma insistente a uno de sus padres por qué tal cosa u otra. No es que el niño lo pregunta con interés epistémico, sino que quiere saber que el otro no sabe.

Con respecto a la mentira, no me refiero a la capacidad de engaño, sino que, como una prolongación del punto anterior, el niño descubre que, si no le dice al otro lo que piensa, este no tiene acceso a sus pensamientos.

Por último, con respecto a la idealización, a través de la capacidad para fallar se habla de la posibilidad de no depender de la mirada del otro como condición para la validación del propio narcisismo. Quien no puede desilusionar a sus padres, no será una persona adulta.

¿Qué tienen que ver estos tres pasos con la monogamia? En principio, diría que quien no los atraviesa va a tender a vivir la monogamia como una restricción o una limitación, por el modo primario en que todavía permanece en su relación con el otro.

La crítica a la monogamia entendida como “construcción social” creería que viene por este lado. Es decir, es eminentemente proyectiva y así no tiene presente la necesidad del otro (en calidad de pareja) como categoría psíquica.

Que la pareja sea una categoría psíquica quiere decir que alguien puede pensarse en función de una pareja y, sin embargo, estar solo o soltero en la realidad. También es posible que esa misma persona esté en pareja con otras cosas que no sean personas, como un trabajo o alguna sustancia. Ya Eric Clapton cantó una vez que la cocaína es la única que no miente…

La monogamia como lazo prioritario antes que único o excluyente, habla más bien del modo en que se transita psíquicamente la dependencia. La articulación subsidiaria de este tipo de lazo con cuestiones como la fidelidad, el compromiso formal, etcétera, es secundario y desvía el eje.

Por lo tanto, la cuestión no es monogamia sí o no, sino cuál es el tratamiento que se le puede dar a este vínculo privilegiado para que no se viva reactiva o defensivamente, para que no pase, como viene pasando en el último tiempo, que bajo reflexiones ingeniosas y críticas se alojen temores y fobias primarias.

La monogamia empezó a ser cuestionada socialmente, en los últimos años, a partir del momento en que se perdió la posibilidad de un vínculo de paridad, que no reproduzca más o menos íntegramente patrones infantiles. Esto es lo que es preciso pensar.

LL/MF

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