Un fantasma entre cuadernos, réquiem para Ricardo Fort
Quiero entrar en tus cosas/revisar/abrir cada cuaderno/y dejarlo en su lugar. (Quiero estar entre tus cosas, Daniel Melero).
Uno. Me sorprendió justo, en ese momento en que el olor de la tarde se siente un poco más burocrático que de costumbre. Un peso leve, pero que se hace notar entre la coreografía de comer, (intentar) dormir, trabajar, comer, (intentar) dormir, y así. Todo el día en ese loop. De pronto, mientras miraba la serie que cuenta la vida de Ricardo Fort para una nota que tenía que escribir (abajo les cuento más, si se quedan), me sacudió un sonido. Venía de ver varias escenas de autos, de viajes, de un tipo de lujo un poco atrofiado en la pantalla, hasta que aparece uno de los hijos de Fort. Una intimidad posible, en medio de tantas multitudes, de tanto ruido y tanta exhibición: revisando perchas con ropa de su padre muerto, el chico encuentra su saco de piel blanco y emblemático. Entonces suena Quiero estar entre tus cosas, de Daniel Melero y todo ese mundo estruendoso se tiñe de una emoción inusual. (Parece que apenas un ratito después, en varios lugares de Buenos Aires se pudo ver un arcoíris doble; desde donde estaba me lo perdí, pero para ese entonces ya había tenido mi cuota de sorpresa de la jornada).
Dos. Quiero estar entre tus cosas es una de mis canciones favoritas. Lo tiene todo: piano, una voz sutil, pocas líneas, imágenes particulares (esos cuadernos, ese libro) y universales (el que no espió los objetos en una casa ajena después de, que tire la primera piedra o le dé cuerda al primer juguete) para un amor que inquieta. Esos primeros encuentros y una síntesis: la fantasía de entrar y estar entre sus cosas cuando el otro no nos ve. Me gusta que la letra vaya en esa dirección, ese tironeo del texto. Me imagino esa entrada como una zambullida abrupta (tal vez porque nunca aprendí a tirarme al agua de cabeza; un miedo atávico a partirme el cráneo). Y después, estar como quien pasea, se queda, se apoltrona, toca donde el otro tocó. Flotar ahí, en la letra escrita y ajena, en la tinta. Ser fantasma entre juguetes y cuadernos, ser fantasma de un otro también fantasma (porque se fue por un rato o para siempre). Pispear notitas, esquelas, listas de compras. Revisar. Imaginar que vamos a encontrar una explicación para eso que nos atrae de la otra persona en el lugar más absurdo y más íntimo. En la caligrafía borroneada, tirante o tersa, infantil, solemne. Rastrear como una especie de confirmación (sentir que sos fatal, susurra Melero embelesado). Amar y leer: una soledad repleta de signos que garabatea otro, también a tientas. Deslizarse por una superficie de placer solitaria, de espectador y de espectro. Un ejercicio a destiempo: el amor o eso que aparece entre el recuerdo y la elucubración, a escondidas, de raje, siendo okupas. Una revelación que únicamente puede titilar cuando el otro no está, cuando falta, cuando es pura ausencia.
Tres. María Gabriela Epumer entró en las cosas o en la casa de Daniel Melero y decidió hacer su propia versión de Quiero estar entre tus cosas. Es sublime.
Cuatro. Cuando escribimos el libro Quién es la chica, con mi amigo Tomás Balmaceda rastreamos el nacimiento de las canciones del rock argentino que más nos gustaban (lo dijimos en el prólogo: ¿somos amigos porque nos gustan las mismas canciones? ¿Nos gustan las mismas canciones porque somos amigos? No buscábamos la respuesta, quedó ahí anotado nomás). Como en todo primer libro, nos movimos un poco torpes por varias direcciones, por formas de composición muy distintas, por épocas y sonidos de todo tipo. Sobre Quiero estar entre tus cosas, rescatamos estas palabras de Melero: “La escribí cuando recién empezaba a salir con Mónica. Un día a la mañana se fue y yo me quedé en la casa de ella. Si bien no le revisé las cosas realmente –y aunque lo hubiera hecho no podría estar contándolo o no debería– la fantasía estaba. Los objetos que menciono, como el libro Secretos del mar, existen. Es una situación completamente realista y muy degenerada, no obstante es un momento de degeneración que ¿quién no vivió? Cuando alguien se olvida algo, por ejemplo una agenda, ¿cómo no mirarla?”.
Cinco. Cuadernos, juguetes, libros. Vuelvo a la película Petite Maman (y les recuerdo que sigue disponible en Amazon Prime Video) de la cineasta francesa Céline Sciamma. Nelly tiene ocho años. Su abuela acaba de morir y empiezan a vaciar la casa familiar. Nelly se encuentra entonces con las cosas de su mamá Marion –cuadernos, juguetes, libros– de cuando era chica. De cuando tenía la edad exacta que ella tiene ahora. Nelly entra y está un buen rato en ese universo. Con el correr de película, la directora, entre otras maravillas, estira esa fantasía infantil. Porque Nelly tiene la posibilidad de encontrarse con Marion a los ocho años y puede ver entonces cómo es una madre antes de todas las palabras, antes de todos esos velos que la recubren, antes de cualquier truco porque todavía no se repartieron las cartas. Nelly puede ver a una madre-hija: la suya.
Seis. “La casa de mi madre tenía pocos muebles. Algunas partes del piso de cemento se habían levantado por las raíces que pasaban por debajo y en algunos rincones había plantas rastreras trepando la pared. Todo crujía. Mi tía decía que las casas eran como las mujeres: apenas se casaban eran lindas y limpias, pero después las usaban, llegaban los chicos y las arruinaban, las desvencijaban y yo no había vuelta atrás.
O sea: estrenar un cuerpo o una casa es inaugurar su deterioro.
El deterioro, pienso ahora, es una instancia superior de la materia porque quiere decir que algo floreció en ella. Solo aquello que dio fruto se pudre“. Un fragmento de la novela La encomienda, de Margarita García Robayo (si se quedan, abajo les cuento más).
Siete. Más casas familiares que se desarman o se recuerdan. Pero apenas es un comienzo, porque en unas horas voy a entrevistar a Magalí Etchebarne, una de las escritoras argentinas que más admiro (ya lo dije un par de veces por acá: busquen los cuentos de Los mejores días, editó Tenemos las Máquinas), por la salida de su libro de poemas Cómo cocinar un lobo (de la misma editorial, sale en febrero, vayan anotando). De ahí transcribo:
Cuando ellos ya no estén, solo
quedarán sus plantas
abrazándose salvajes, creciendo
desconcertadas. Mi hermana y yo
nos habremos llevado todo: los secretitos
de la noche grabados en la mesa de luz,
las cenizas que duermen en cofres de mármol,
todos esos muebles gigantes
como máquinas a vapor,
las fotos –todas las fotos en blanco y negro
en las que el pasado parece mentira–,
los problemas suaves, de épocas
sin distracción. Y así,
cargadas, vamos a caminar
pos la costa varicosa de los años.
Empieza una nueva edición de Mil lianas. O una zambullida degenerada por cosas y casas un poco propias, un poco de otros.
1. La encomienda, de Margarita García Robayo. “A mi hermana le gusta mandarme encomiendas. Es ridículo porque vivimos lejos y la mayoría de las cosas se estropean en el camino. Lejos es una palabra demasiado corta cuando se traduce a la geografía: cinco mil trescientos kilómetros es la distancia que me separa de mi familia. Mi familia es ella. Y mi madre, pero yo no tengo ninguna relación con mi madre. Me parece que mi hermana tampoco. Hace años que casi no me habla de ella, aunque supongo que se sigue ocupando de sus cosas. A veces me da curiosidad saber qué fue de la casa en la que vivimos de niñas, pero no pregunto porque la respuesta puede venir con información que prefiero no tener”, dice en las primeras líneas la narradora de La encomienda (Anagrama, 2022), la última novela de Margarita García Robayo.
Alejada de la tierra en la que nació y creció, esta joven trabaja para una agencia de publicidad mientras sueña con postularse a una beca y dedicarse a la escritura. Pasa sus días en esa casa lejos de casa, para citar el título del libro de Clara Obligado (ya que estamos: hablamos de ese ensayo precioso por acá) que viene bien para este tipo de narraciones que cruzan identidad, exilio, extranjería. Desde ahí cree tener un universo más o menos controlado, entre el chico con el que está saliendo, su jefe en el trabajo, el encargado y sus vecinos del edificio. Sin embargo, como ella misma señala, “cualquier rutina, por sólida que sea, es arrasada por lo imprevisto”. Por momentos lo intuye, por momentos prefiere escaparse de esa certeza; por algo tomó distancia.
Pero el camino está trazado desde esa primera imagen: el pasado y lo familiar encuentran siempre distintos modos de volver, a pesar de cualquier tipo de lejanía. Un olor, un sonido, un eco incompleto tironean de repente y la familia irrumpe como sea. En este caso, primero son esos paquetes que envía la hermana de la protagonista, con objetos o con comida que muchas veces se pudre. Hasta que un día es la propia madre de esta joven quien, como salida de una de esas cajas y también como un fantasma insistente, se instala en su departamento porteño.
Con una gran destreza para meterse en los nudos de la intimidad y para plantear preguntas lacerantes, García Robayo apela a un relato atravesado por lo fantástico que se va enrareciendo a medida que avanza. Esto le permite –a fuerza de escenas repletas de momentos inquietantes y palabras agudas sobre los vínculos, la escritura, la familia– mostrar las fisuras de eso que parece cotidiano y universal.
La novela La encomienda, de Margarita García Robayo, salió por Anagrama. En 2021 la autora dialogó con elDiarioAR sobre su obra previa. La entrevista se puede leer por acá.
2. El comandante Fort. “¿Quién fue? ¿De dónde salió? ¿Adónde iba? ¿Habrá llegado?” Con esas preguntas arranca la serie documental El comandante Fort que esta semana llegó a la plataforma Star+. Interrogantes para armar el rompecabezas Ricardo Fort. Un personaje que pululó por la televisión argentina apenas cinco años, pero que vuelve todo el tiempo como guiño en un sticker de Whatsapp, como broma de las redes sociales, como meme. Que mostró su vida en YouTube mucho antes que cualquier youtuber. Que, pese a su deseo y a sus múltiples intentos, tuvo una carrera fallida como cantante. Que no era exactamente un empresario, sino el heredero de una fortuna que se encargó de dilapidar más que de hacer crecer. Que en su búsqueda de cariño y fama exhibió mucho y calló bastante. Que tuvo dos hijos por subrogación de vientre cuando no se hablaba mucho de esa posibilidad. Que intervino sobre su cuerpo hasta el exceso y murió en un sanatorio porteño a los 45 años.
Dividida en cuatro episodios, con testimonios de sus hijos, de quienes trabajaron con él y de quienes lo conocieron en distintas etapas de su vida, El comandante Fort se anima a la experimentación, en un claro intento por evitar cualquier estereotipo –alrededor del personaje en sí, pero también sobre lo que se supone que debería ser una serie documental biográfica–, con la forma extraña de un réquiem pop. Les dejo por acá algo que escribí después de ver la serie completa, donde no faltan imágenes de sus apariciones televisivas (están las más recordadas y también algunas gemas como su insólita entrevista a Carlos Saúl Menem), videos familiares (de lo más emotivo de esta producción), grabaciones de sus viajes fastuosos (todo ese despliegue, todo esa exhibición por momentos obscena) y también recreaciones o escenas que podrían haber ocurrido si Ricardo Fort no hubiera muerto el 25 de noviembre de 2013 (un casting de personas parecidas a Fort a cargo del dramaturgo José María Muscari, un videojuego con los hijos como protagonistas).
La serie documental El comandante Fort está disponible en Star+. Por acá, un repaso por sus cuatro episodios, los secretos y las contradicciones del millonario que quería ser famoso.
3. Series que se vienen. Arrancó la temporada alta de entregas de premios en el universo del cine y de las series internacionales. Mientras se multiplican las ceremonias, los homenajes, los desfiles de atuendos impactantes, son varios los realizadores y elencos que están grabando nuevas temporadas de series que durante 2022 fueron muy celebradas. A veces con sigilo y a veces con alguna estrategia marketinera detrás, los protagonistas o los productores revelan algún dato sobre lo que ocurre en esos sets en las redes sociales o deslizan alguna información ante la prensa que está ávida por saber cómo continuarán esos programas que se destacaron.
De El oso a Succession, de And Just Like That a Ted Lasso, entre otras, se me ocurrió armar por acá una lista con algunas de ellas y lo que ya se confirmó de sus nuevas temporadas, que llegarán en algún momento de 2023 (nunca se sabe: quizá algo de esto les venga bien para vencer alguna barrera y darle charla a alguna persona que les guste, para destacarse en una conversación de ascensor o de sala de espera, o simplemente para mitigar la ansiedad hasta el estreno de estos programas).
El repaso por seis series destacadas que vuelven durante 2023 se puede leer por acá.
4. Una perlita de los Oscar. Por estos días se anunciaron las películas que van a competir por los Oscar y de acá a la noche de la entrega (para agendar si les interesa: 12 de marzo) habrá tiempo para debates, polémicas sin sentido, bromas. También será tiempo de ponerse al día y ver algunas de las películas que compiten. Varias se reponen en los cines, otras llegaron a las plataformas. Cuando leí el listado de candidatas, me alegró saber que, entre las postulantes a Mejor Documental Corto –sí, una categoría rarísima– estaba El efecto Martha Mitchell, disponible en Netflix. Hablamos de este mediometraje hace un tiempito por acá, y me pareció un buen momento para recordarlo porque es muy bueno y dura apenas 40 minutos. Un repaso: entre 1971 y 1973 el entonces presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, grabó en secreto las conversaciones que tenía en la Casa Blanca y en distintas oficinas con las figuras centrales de su gobierno. Martha Mitchell, la protagonista de este documental y un personaje tan fascinante como poco recordado, fue mencionada unas cien veces en esos diálogos.
Esposa de John Mitchell, uno de los funcionarios más cercanos a Nixon y el hombre encargado también de armar la campaña por su reelección, Martha impactaba en los ‘70 por su modo de aparecer en la escena pública. Peinados vaporosos, verborragia, gracia y algo que no era frecuente en las mujeres de la época: una facilidad, diría un candor especial, para hablar en los medios de los temas que convocaban a casi todos. Pero todo eso que hasta entonces lucía simpático, casi gracioso, se convirtió en una piedra en el zapato para Nixon cuando se desató el escándalo de Watergate y el gobierno quedó en medio de una enorme crisis institucional.
Con material de archivo sorprendente y en apenas 40 minutos, el documental El efecto Martha Mitchell recupera la figura de esta mujer y traza el camino que la llevó de aparecer como un personaje colorido en los medios hasta los días en que se la quiso mostrar como una persona que desvariaba (tan impresionante fue el volantazo, que en 1988 un académico de Harvard dedicado a los estudios de psiquiatría acuñó la definición “el efecto Martha Mitchell” para definir el proceso por el cual las manifestaciones de una persona son tildadas de delirio hasta que luego se confirman como verdaderas). En el recorrido, muy bien articulado y documentado, no faltan la misoginia omnipresente, los vaivenes del periodismo y las figuras de la política y las sinuosidades de una época.
El mediometraje documental El efecto Martha Mitchell está disponible en Netflix.
Banda sonora. Esta entrega arrancó con Daniel Melero y no puede faltar en nuestra lista compartida una selección de mis canciones preferidas de él (qué difícil elegir igual). De paso, ojo que ya anunció que toca el 5 de febrero en Buenos Aires.
Voy con otra excusa para sumar sus canciones a nuestra banda sonora. Esta semana, como cada 23 de enero y como recuerdo del nacimiento de Luis Alberto Spinetta se celebró el Día Nacional del Músico. Esa fecha también fue la elegida por sus hijos para lanzar una colección con más de 70 dibujos del cantante, poeta y guitarrista que fueron digitalizados por su familia y presentados en la plataforma online Enigma como una colección digital titulada Figuración.
Varias veces contaron sus familiares que Spinetta era un gran dibujante y que lo hacía de forma casi compulsiva en sobres, servilletas o cualquier papel que tuviera enfrente. De hecho estuvo a su cargo la ilustración de la recordada tapa del disco Almendra, de 1969. Ahora, la colección de dibujos del músico está disponible de manera digital y los interesados pueden comprar las obras como NFT (es decir token no fungibles o certificados que otorgan autenticidad a una obra digital) para uso personal. Esto permite tenerlos como material certificado o plasmarlo en distintos tipos de objetos.
Bonus track. Para ir agendando quienes estén por Buenos Aires: del 3 al 12 de febrero tendrá lugar una nueva edición del Festival Poesía Ya! La lista de participantes es de lujo, anoto algunos y algunas por acá: Anne Boyer, Ellen Bass, Leo Masliah, Humberto Tortonese, Beatriz Vignoli, Teuco Castilla, María Teresa Andruetto, Alicia Genovese, Osvaldo Bossi, Ivonne Bordelois, Jorge Boccanera, Naty Menstrual. Se trata del festival de poesía más grande del continente y este año las sedes elegidas serán el Centro Cultural Kirchner, el Centro Cultural Borges, la Casa Patria Grande y el Museo Histórico Nacional del Cabildo y la Revolución de Mayo.
Entre lecturas, performances, charlas y jams de escritura, toda la programación, que será libre y gratuita, se puede ver por acá. Hay de todo y es imposible elegir solo algunas. Pero por mi parte, me agendé una clase magistral de Alicia Genovese, el 12 de febrero, y un homenaje a Susana Thénon con dirección de Maruja Bustamante.
¡Hasta la próxima!
AL
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