Agustina Bazterrica: “El patriarcado no se sostiene únicamente por varones machistas, hay mujeres cómplices”
Una mujer está en el patio. Vive en la planta baja del edificio. De repente ve que algo vuela hacia ella: una prótesis dental. Unos segundos después, un cuerpo: el de un vecino que decide quitarse la vida. “Esto le pasó a una compañera mía de la facultad, dentista, que estudió la carrera de Artes también. Me lo contó en cinco minutos en un recreo y no la vi nunca más. Pero eso se quedó conmigo y de ahí nació uno de los cuentos que escribí y que hoy forma parte de mi libro Diecinueve garras y un pájaro oscuro. Con esto quiero decir que el punto de partida de lo que hago puede ser básicamente cualquier cosa”, asegura ante elDiarioAR la escritora Agustina Bazterrica.
Autora de Cadáver exquisito (Alfaguara, 2017), que ganó el Premio Clarín y se convirtió con los años en un fenómeno editorial por sus sucesivas reimpresiones y traducciones alrededor del mundo, Bazterrica publicó por estos días la novela distópica Las indignas (Alfaguara, 2023), que tiene en primer plano a un culto religioso que somete a sus víctimas, todas mujeres, a todo tipo de torturas en un mundo arrasado después de guerras por el agua y catástrofes ambientales. Un libro que surgió, entre otros momentos, durante un viaje a Cusco, cuando la escritora tuvo la oportunidad de visitar un monasterio que encontró “bastante siniestro”. Después vinieron la iconografía religiosa que recordaba haber estudiado en la universidad, las imágenes de su adolescencia en un colegio de monjas, la relectura en un taller del Quijote, donde le quedaron resonando las palabras Santa Hermandad.
“Las piezas se van armando como un rompecabezas. A mí no me interesa tanto la historia, porque en un punto ya está todo escrito. Es una ilusión que se tiene hoy en día esto de que algo es o tiene que ser original. En realidad nada es original, es todo una reescritura. Lo que pasa es que el trabajo del artista o del escritor y la escritora, es lograr que su obra parezca novedosa, que parezca original. Entonces, a mí lo que me interesa es cómo voy a contar esa historia, desde qué punto de vista, con qué registro, con qué narrador”, apunta.
En este sentido, la forma que propone Las indignas es la de un diario íntimo, con una narradora que va contando sus días junto a sus compañeras de encierro en la Casa de la Hermandad Sagrada, al mando de la feroz Hermana Superior y de una suerte de líder invisible pero poderoso al que solamente se conoce como Él. Escribe de noche, tacha algunas de sus palabras, relata ceremonias, mutilaciones, sacrificios y todo tipo de violencias para alcanzar una supuesta salvación o en nombre de la iluminación que solamente conseguirán unas pocas elegidas.
–Para la narradora de Las indignas la escritura es una actividad clandestina. ¿Cómo surgió esto?
–Escribir es un acto de rebeldía en ese espacio y en general escribir lo es. Sobre todo en ámbitos donde no te permiten cuestionar nada. De alguna manera me basé en mis experiencias personales en el colegio de monjas alemanas al que fui. Bueno, justamente la base de la religión es la fe, entonces no podés cuestionar cosas. Yo no la pasé bien en ese colegio porque había una atmósfera permanente de falta de sororidad, cero compañerismo y doble moral. Se repetía la cosa de “ama a tu prójimo como a vos mismo”, pero te vamos a criticar o juzgar siempre que podamos. La sensación era de que siempre estabas en falta, siempre eras una indigna. Era otra época, y el feminismo, si bien por suerte tuvo muchas olas a lo largo de la historia, no estaba tan patente como ahora y menos en el círculo en el cual yo me movía. Entonces surgió en ese universo y un poco pensando también que a lo largo de la historia de la humanidad durante muchos siglos las mujeres no podíamos escribir o estudiar, o tenían que hacerlo con seudónimos. Entonces, si bien las mujeres cuentan historias hace siglos, porque las cuentan a través de la oralidad, a través de los tejidos o lo que sea que se vayan encontrando, el hecho de poder escribir y publicar no hace tanto que sucede.
–Después de Cadáver exquisito, que transcurría en un mundo futuro afectado por un virus letal que afectaba a los animales –aunque en el medio salió tu libro de cuentos–, elegiste una vez más una distopía. ¿Qué te ofrece este registro para narrar? ¿Por qué volviste a este género?
–Creo que es porque me interesa siempre pensar en un universo extremo. Ese ejercicio de qué pasaría en situaciones extremas, cuáles serían las reglas, cómo reaccionaría la gente. En el caso de Las indignas, la cuestión un poco post apocalíptica de no hay nada, no hay comida, la civilización como la conocíamos se terminó y entonces, ¿qué pasa con eso? Que también es un ejercicio difícil, porque hay partes del mundo que podríamos decir que están viviendo sus distopías: hay gente que vive de la basura, gente que no tiene agua corriente, que tiene el agua contaminada, que no tiene para comer. En el libro pensaba cómo sería a nivel global algo y me dio el pie para trabajar sobre aquello que creemos. Sobre por qué creemos las cosas que creemos. Porque cuando hay situaciones extremas uno está vulnerable y podés convencerte prácticamente de cualquier cosa. Una de las preguntas que me hacía es por qué durante tanto tiempo creí en el Dios católico, por ejemplo, ¡yo quería ser monja! Y todavía sigo pensando en por qué creía en ese Dios tan vengativo, tan represor, que está pendiente 24 horas de qué haces. Y ahora pienso diferente. Pienso que hay una energía creadora, que de alguna manera somos desprendimientos de esa energía. Pero ya no creo en las religiones porque me parecen instituciones de poder. Y menos en la católica donde ya, con todas las cosas que tengo para cuestionarle que son un millón, una de las primeras sería que las mujeres ahí no van a llegar nunca a puestos de poder. Para abrir estas preguntas también me sirve la distopía.
–Contaste que escribiste este libro de mujeres atrapadas por este culto religioso sin posibilidad de escape con el encierro de la pandemia de fondo. ¿Creés que algo de ese tiempo se metió de algún modo en la historia?
–No lo había relacionado con la pandemia, pero creo que en un punto está todo medio relacionado. Porque el hecho de hablar en el libro de un mundo detonado habla también de esta pandemia que nunca sabremos por qué surgió. Pero no hay dudas de que se están haciendo las cosas mal, de que se están contaminando los ríos, de todo el impacto ambiental que tiene la producción de animales, que siguen deforestando lugares para plantar soja que desnutre la tierra. Eso, en definitiva: el tema del extractivismo y la destrucción. Por otra parte, el encierro en la pandemia pudo tener que ver, pero yo estuve y estoy en una situación privilegiada a diferencia de un montón de gente: tengo mi casa, pude comprar alimentos, tenía mi trabajo en relación de dependencia en ese momento. Creo que el encierro de la novela tiene más que ver con esta dinámica de los monasterios y las sectas. Una de las reglas de una secta o de un grupo coercitivo es te aíslas de todo el resto para que no tengas apoyo ni contención emocional. Tenés que cortar todo lazo.
Una de las preguntas que me hacía es por qué durante tanto tiempo creí en el Dios católico, por ejemplo, ¡yo quería ser monja! Y todavía sigo pensando en por qué creía en ese Dios tan vengativo, tan represor.
–Al mismo tiempo, en este panorama tan siniestro, la novela muestra los sacrificios, las mutilaciones, las violencia, pero también deja entrever los vínculos entre estas mujeres, algún tipo de unión, mientras que un hombre dirige desde las sombras.
–Sí, el varón es una sombra omnipotente. De nuevo, volvemos al colegio, donde éramos todas mujeres, las estudiantes y las profesoras y el sacerdote era la figura de autoridad. Estábamos todas ahí sujetas a este señor que daba misa los viernes. Lo que pasaba ahí y lo que también trato de trabajar en el libro es cómo el patriarcado no se sostiene únicamente por varones machistas y patriarcales, hay mujeres cómplices. El patriarcado también se sostiene por mujeres que tienen sus privilegios y no hacen nada. Entonces, como dice Simone de Beauvoir en El segundo sexo, si una tiene privilegios no importa, hay otras que no los tienen. Entonces hay que luchar por las otras, por tus hermanas, por tus compañeras.
–En ese contexto que oprime tanto, de todas maneras, aparecen pequeñas luces a lo largo del relato. La protagonista se relaciona con otras, aparecen personajes que vienen a traer un poco de luz. ¿Se puede ser optimista incluso en momentos tan adversos?
–Claro, no es que esté todo roto o todo mal. Hay estas hermandades, hay vínculos. Y no sé si poner la palabra optimista, pero sí, lo que intento trabajar en este libro es el tema del amor como energía más potente. Y no solo el amor romántico, sino el amor que tiene que ver con la conexión con el otro humano, con los animales, con la naturaleza. Está la energía del miedo, que también es una de las energías más potentes porque con el miedo podés controlar a los demás. El miedo te hace pequeño, te lleva a lugares oscuros, de envidia, de violencia, etcétera. Pero también surge la energía del amor. Entonces, a diferencia de Cadáver exquisito, acá yo creo que hay algún tipo de esperanza. Hay luz.
–Siempre te mostrás como una escritora en diálogo con otras y otros escritores. En los agradecimientos recordás a la escritora Ángeles Salvador, mencionás a tu maestra Liliana Díaz Mindurry y entre otros reconocés a la editora Magalí Etchebarne. ¿Te pensás un poco alejada de esa imagen de escritor o escritora aislados del mundo?
–Es que, ponele que te vayas a una isla y te aísles totalmente durante siglos, siempre vas a estar atravesada por la gente que te educó, que te trajo a la vida, que te alimentó en todos los sentidos. No estás solo. No hay manera de que estés solo. Después, si sos escritora es muy factible que seas lectora. Puede haber un caso de alguien que escriba sin leer, cosa rara, pero en general primero somos lectores. Por eso digo que la escritura es una reescritura de todo aquello que leíste, de todo lo que viviste, de todo lo que pensaste, de tu mirada. Pero esa mirada no se construye con vos aislada. Inclusive estás influenciada por alguien que por ahí no tenga que ver con los libros, como esa compañera de la facultad que me trajo la historia de la prótesis dental. Es un mito la cosa de alguien escribiendo y haciendo todo solo. Además a mí me interesa correrme un poco del ego y trabajarlo, porque hay que laburarlo toda la vida. Claro, uno se enamora del texto, piensa que está bien, que está buenísimo, pero después me parece que está bueno correrse. Yo le doy mis novelas a algunas personas para que las lean. Y aclaro que les pago, algo que no es un detalle menor y siempre lo repito en las entrevistas, les pago para que me den su devolución.
–Cadáver exquisito se convirtió en una especie de fenómeno: se lee en colegios, se tradujo a muchísimos idiomas, se sigue editando. ¿Te resultó difícil retomar la senda de la novela con Las indignas, después de un libro así?
–No, porque me corro de ese lugar por esto de trabajar con el ego. Entiendo primero que cada libro es una búsqueda diferente por más que comparta obsesiones, universos o imaginarios. Y también entiendo que esa búsqueda puede fallar. Me pasó, por ejemplo, con mi primera novela, Matar a la niña, que por algo no la reedité más. Amo algunos cuentos que escribí antes de Cadáver exquisito, y sé que hay algunos que hoy leo y digo “por ahí fallan”, o “podrían estar mejor”. Siempre voy a estar encontrando errores porque hoy tengo otra mirada, porque tengo otras lecturas, porque tengo más años. Lo único que tengo muy en claro y espero nunca perder es que yo voy a dar lo mejor de mí en cada libro. Después si no funciona, si no se vende, si no gana no sé qué premio, no sé, pero yo voy a seguir escribiendo.
AL/DTC
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