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Mala fama, ritmo y sustancia

Si me querés, quereme presencial: volver al ritual del encuentro cara a cara para encontrar pareja

Las parejas siempre necesitaron un empujoncito para matchear en la vida real.
17 de agosto de 2024 00:04 h

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Un martes a la noche, hace dos años, Mica fue a un bar con amigas en el barrio porteño de Colegiales sin más expectativas que tomar unos tragos. En su grupo estaban todas solteras y habían llegado a ese lugar aquella noche porque les divertía la propuesta que ofrecían de “Mensaje de mesa a mesa”. Las camareras, además de servir copas, actuaban como celestinas conectando personas. Uno de los chicos de otra mesa preguntó por el Instagram “de la más linda vestida de color beige” de la mesa de Mica y era ella, que ya había fichado al mismo chico. Intercambiaron contactos y chatearon hasta concretar una cita cara a cara. Hoy, conviven. 

Las parejas siempre necesitaron un empujoncito para matchear en la vida real. Las fiestas temáticas de “solos y solas”, los “amores clasificados” que se publicaban en forma de aviso en los diarios o los Fono Bares no son una novedad. El gran suceso televisivo por el que Roberto Galán es memorable como formador de matrimonios argentinos “Yo me quiero casar, ¿y usted?”, atravesó décadas de pantalla: surgió en los ´70 y fue reeditado en los ´90. Funcionaba como una especie de Tinder televisado. Si los y las participantes llenaban el “cartoncito del amor” con el nombre del otro y la otra, el conductor festejaba con una frase que ya es parte de la liturgia nacional: “¡Se ha forrrrrmado una pareja!”. 

En los 2000 la icónica voz de Franco Torchia y su Cupido por Much Music le dieron un estilo más reality show a una idea similar. En la radio, el “Da para darse”, de Perros de la calle también se inscribe en esa genealogía. Más acá en el tiempo, en las próximas semanas se estrenará en Netflix el capítulo argentino de “Love is blind”, el autodenominado “experimento social” que reúne solteros y solteras. El entretenimiento siempre tuvo productos (y soluciones) para ofrecer cuando se trata de unir amantes. 

Ahora son los bares, restaurantes y creadores de contenido quienes tomaron nota de la demanda y ofrecen cada vez más “experiencias” y eventos especiales destinados a encontrar pareja o simplemente conocer personas en vivo y en directo. ¿Qué hay detrás de estas nuevas propuestas que ponen el foco en “conocer gente nueva” y remarcan la idea de “encuentro de verdad”? ¿Por qué se volvió, como muchas otras cosas, un servicio, una experiencia por la cuál pagar?

Las causas son múltiples y se apilan una sobre otras. Las dificultades fundamentalmente heterosexuales para tener sexo se enlazan con el estancamiento de las aplicaciones de citas. Las descargas anuales de Tinder, por poner un ejemplo de las más conocidas, bajaron más de un tercio desde su momento de mayor éxito hace una década. Un informe de la agencia Savanta, de hace dos años, señaló que más del 90% de la generación Z (personas nacidas entre 1997 y 2012) siente frustración con esta clase de aplicaciones, una especie de “fatiga emocional”. 

Sin embargo, hay razones más profundas detrás de estos eventos que se convirtieron en un servicio específico. En 2020 el filósofo surcoreano Byung-Chul Han publicó ‘La desaparición de los rituales: una topología del presente’ (Herder). La tesis central del libro es que los rituales crean comunidad. Sin embargo, lo que predomina hoy es una comunicación sin comunidad porque se ha producido una pérdida de los rituales sociales. 

Byung-Chul Han da cuenta de cómo la progresiva desaparición de los rituales, en la sociedad capitalista cada vez más hiperproductiva y con escaso tiempo para el ocio, se fue erosionando la idea de comunidad. Las personas están cada vez más desorientadas, necesitan espacios que le ofrezcan ritualidad. El autor de la idea de la “sociedad del cansancio” habla de la necesidad de “un giro a lo ritual en el que las formas volvieran a ser prioritarias”. 

El match como barrera: conexión no es sinónimo de relación 

Daniela tiene 32 años, es bisexual y no está en pareja. Tiene un perfil en Tinder y otro en OkCupid. Usa las aplicaciones con vaivenes: las instala y desinstala. Le sirven para activar su propio deseo porque, dice, que ir de bar en bar “es imposible por cuestiones materiales. Hay que tener plata, ropa, tiempo y ganas”. Sin embargo, nunca concretó una cita, no pasó la barrera del match. “Hago muchos matches con chicas y chicos pero, la mayoría, no me hablan. Siempre inicio yo la charla. Es tanta la posibilidad que al final nadie activa con nadie y te quedás sola de nuevo”, explica. 

Byung-Chul Han apunta en su libro algo sobre esta vivencia que puede dar respuesta: “La comunicación digital es una comunicación extensiva. En lugar de crear relaciones se limita a establecer conexiones”. A Edu le pasó algo parecido. Tiene 34 años y es profesor en la zona oeste del conurbano, en Palomar. “Hace un tiempo que venía probando con las apps pero las conversaciones se volvían un poco monótonas. Me enteré de la propuesta y me pareció copado un lugar donde conocerse cara a cara”, cuenta 

La propuesta es “Noche de citas”, una actividad mensual que va por su tercera edición en Vuela el Pez, un bar en el barrio porteño de Villa Crespo. Al comienzo a Edu le dio dudas de ir. Le daba vergüenza ir solo y exponerse pero fueron sus amigos quienes lo animaron a participar. 

Carolina Zakrasej es publicista y una de las creadoras de “Noche de citas”, que surgió como una forma de juntar plata para una olla popular que se hace ahí. Llegaron a convocar entre 60 a 100 personas con una entrada que cuesta $3.000. El rango etario va desde los 25 a los 40 años. “Hay mucha gente que está cansada de las apps. Es agotador y genera ansiedad. Blanqueamos que esto es para conocer gente y salir de las apps”, explica Zakrasej. 

Con su socia, cranearon dinámicas grupales para que la gente pueda interactuar. “No queríamos que sea el formato speed dating en el que ponen a la gente a hablar uno a uno es difícil, genera rechazo”. Cada mesa de 5 a 6 personas cuenta con un anfitrión que dinamiza la conversación con distintos juegos o disparadores de preguntas. El objetivo es que hablen entre los y las participantes, que se conozcan pero no con la típica presentación. Entonces las consignas pueden ser preguntas del tipo:“¿Crees que el hombre llegó a la luna?”. La idea es debatir y llegar a algún tipo de conclusión por mesa. O les plantean disparadores del tipo: “Se inventa una máquina donde podés observar tus sueños pero tu pareja tiene que verlos con vos. ¿Elegís verlo?” . Otros juegos que probaron fue un Tuttifruti amoroso que tenía como consigna “sobrenombres cariñosos”.

“El objetivo tiene que ver con el vínculo sexo afectivo, pero se armaron grupos de amigas, redes de trabajo. Nos encontramos con gente predispuesta a sociabilizar. Nadie está obligado a exponer. Pueden participar sin hablar ante el público porque la idea es que interactúen en la comodidad y seguridad”, dice la creadora de “Noche de citas”. 

No es casual que varias de estas iniciativas introduzcan lo lúdico dentro de las dinámicas de encuentro. 

“Somos una cultura de eyaculación precoz. Cualquier seducción, cualquier forma de seducción, que es un proceso enormemente ritualizado, se borra cada vez más tras el imperativo sexual naturalizado, tras la realización inmediata e imperativa de un deseo”, dice Byung-Chul Han en su libro sobre la desaparición de los rituales. Sus palabras sirven para explicar por qué estas actividades tienen pautas y dinámicas bien claras. Quienes van se aventuran a una nueva experiencia pero tienen bien claro con qué se van a encontrar. “Hoy hemos perdido la capacidad de percibir fenómenos como el misterio y el enigma. Ya las ambigüedades o las ambivalencias nos producen malestar”, agrega el filósofo. 

No se trata de un fenómeno únicamente porteño aunque sí apunta a determinada clase social, media y media alta, que puede pagar por estos servicios en tiempos de crisis económica. En la ciudad de Mar del Plata, María Belén Bona, creó en 2022 "BelenCita" un “club de encuentro para conectar personas reales”. Como evento giró ya en Córdoba, en Ciudad de Buenos Aires y en otros puntos del territorio bonaerense. Los encuentros son segmentados por rangos etarios y también para “solterxs LGBT+”.

Las experiencias que vuelven a poner el foco en el encuentro físico se multiplican más allá de aquellas pensadas exclusivamente para encontrar pareja. “Vinito y amigos” es una propuesta de Sello Austral, un espacio que ofrece “experiencias gastronómicas”.

Victoria Acosta es periodista, sommelier y chef. Es dueña del bar e ideóloga de esta iniciativa puntual. “Surgió de la frustración personal, de una conversación que circula entre grupos de amigas y amigos en donde queremos conocer personas distintas pero no se da ni en el laburo ni el gimnasio. No está pensado como un espacio de levante pero sí he visto personas que terminan chapando como en todos los lugares. Sólo que acá se construye una especie de lugar seguro. Saben que van a  conocer gente con la que comparten determinados intereses”, explica. 

En esta propuesta sumaron la tecnología al servicio del encuentro y crearon su propio algoritmo. Al reservar, las personas reciben un formulario con 15 preguntas y cada respuesta obtiene un puntaje para construir una especie de índice de afinidad. El cuestionario es amplio: va desde rango etario, personalidad, gustos y personalidad. Las mesas se arman en función de lo que devuelve el puntaje. La cita es a las 20.30, las anfitrionas proponen disparadores para romper el hielo y también ofrecen los juegos de mesa con los que dispone el espacio. A las 23 llega un DJ y las mesas se mezclan alrededor del baile. La entrada cuesta $10.000 e incluye una copa de vino. 

Vicky Murphy es @tubetabel en Instagram. Estudió cine pero se dedica a cocinar comida con plantas. Es la creadora de Peli y picada. Desde el año pasado empezó a picarle la necesidad de la presencialidad. Fue en la previa de las elecciones y con el giro a la derecha en el aire. “¿Qué puedo hacer yo con lo que sé?”, se preguntó. Consiguió un proyector y empezó a pasar películas acompañado con comida hecha por ella y vino. La peli se volvió una excusa para iniciar conversaciones. No se formaron parejas todavía pero una chica coincidió con otra en varias proyecciones y le ofreció trabajo. 

Lo novedoso de estos eventos y actividades parece estar en algo tan sencillo y universal como el ritual del encuentro en el tiempo libre, el ocio y el juego. La ansiedad, la poca disponibilidad por la absorción que produce el trabajo y la necesidad de encuadres claros atentan con todo lo que necesita un proceso de seducción. De alguna manera, las burbujas que crean los algoritmos opacos en las redes -que hacen que conectemos con personas que tienen gustos o preferencias parecidas- se replican en estas experiencias que se presentan como espacios seguros, con “índices de afinidad” y un estrecho margen para lo imprevisible. Quizás todavía no se dimensione el efecto de la pandemia y el miedo a lo desconocido sea un fantasma aún más grande del que imaginamos que no permite aventurarnos a lo inesperado en los vínculos. Con todo, estas tendencias son un grito ante la falta de cuerpo que impone la virtualidad: si me querés, quereme presencial.

MFA/DTC

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